Recuerdo que la primera vez que te invité a casa fue una de esas múltiples noches en las que me acompañabas hasta el portal y nos despedíamos con conversaciones que se alargaban hasta las cuatro de la mañana.
Verte entre sombras y las rojizas luces de neón que penetraban por la cristalera del portal era una de mis escenas favoritas del día. Tu pelo y tus ojos tomaban tonos salvajes en aquel ambiente.
Cuando por fin subiste a mi piso, recorriste cada estantería, libro, película y álbum con la suave piel de tus dedos. Curiosa pero silenciosa.
—¿Quiénes son todas estas personas? —señalaste unas fotos enmarcadas.
—Mi familia. —y te los presenté nombrándolos a la vez que señalaba sus rostros plasmados en papel y tinta.
Parecías feliz, en aquel momento al menos, podría imaginar algo de alegría en ti.
Te dejé fumar en mi salón, mientras yo bebía té.
Y cuando separaste el cigarrillo de tus labios para reclinarte y besarme; sentí dentro de mi el mundo tan complejo y enrevesado que encerrabas.
Sabías a tabaco y yo a frambuesa. No recuerdo haber probado algo tan apasionante nunca antes, y a día de hoy nada ha cambiado.
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Kháos. Primer libro.
Short StoryEs fría y lejana, pero es mi satélite al fin, y me deshago en polvo de estrellas por ella. © 2015. Iulia Kosztandi. Todos los derechos reservados.