·halloween (II)·

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Recuerdo que el día de halloween habíamos quedado en ir a una fiesta en las afueras de la ciudad. Y más que fiesta sería algo parecido a una rave.

Tú habías trabajado las calabazas que tanto adorabas con papel de periódico y las habías pintado a pincel.

—Quiero tener pruebas de haber vivido esto... —dijiste poniéndote por fin la "máscara" en la  cabeza y dando vueltas a mi alrededor con ella.

Sonreí, parecías feliz, a pesar de todo.

–Ven, acercate un poco. —dije sacando mi polaroid de la mochila que llevaba en la espalda.

Te colocaste con las manos escondidas tras la espalda, como una niña en misa y la escena quedó plasmada en el papel fotográfico. Aunque en un papel tan frágil como la memoria que perdiste, y la cual ahora pretendías llenar de nuevos momentos.

Cuando llegamos a la fiesta Paul y su novio nos recibieron en la entrada del antiguo convento abandonado. Llevaba un maquillaje realmente trabajado de una calavera mexicana y por el olor que desprendía había estado fumando algo.

Tú y yo íbamos de la mano, con nuestras máscaras y compartiendo auriculares.

Nos saludamos y nos explicó como iba la fiesta mientras entrábamos. La música era ensordecedora incluso en la entrada y tu me seguiste hasta una barra.

—¿Qué vas a beber? —te pregunté y la respuesta era obvia.

Una hora después ambas estábamos algo confundidas, por expresarlo de alguna manera. Tu bailabas con la máscara y no podía dejar de mirarte. Eras entre algo que causa terror y que al mismo tiempo inspira curiosidad. Me asustabas y al mismo tiempo te deseaba.

Parecías una diosa moviéndote, con el pelo alborotado y los pendientes tintineando al ritmo de tus giros y movimientos. Me provocaba la idea de que durante mucho tiempo, en el pasado, fueras mía.

Entonces no sé muy bien como, pero Lila apareció entre la multitud. Su pelo rojizo me llevó a reconocerla porque era imposible no acordarse de él.

Me quité la máscara, tirándola debajo de unas escaleras y me alejé ti.

Entonces Lila empezó a caminar hacia mi, justo a tiempo para que no nos viera juntas.

—¿Dónde está Khá?

—Búscala.

—No tiene ninguna gracia, desde el accidente no me has dicho ni siquiera el hospital en el que estaba ingresada.

—Tiene gracia que lo llames «accidente»

—Lo fue. Casi. —y rió sin disimulo alguno, —pero dime dónde está, porque no vas a evitar que nos encontremos tarde o temprano.

—Quizá no, pero yo no seré quien te la ponga a tiro. ¿O acaso no te atreverías a algo tan miserable?

Soltó una carcajada horrible y me alejé con la sensación de precipitarme de un alto.

Te había perdido de vista y debían haber pasado mínimo dos horas desde entonces. Al entrar a unos baños que encontré de casualidad, también me encontré contigo. Estabas entre los brazos de la pelirroja con la que te vi por primera vez, sin embargo ahora la besabas.

Kháos. Primer libro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora