MARATON!

822 20 1
                                    

Capitulo 9

Después de aquella broma y del episodio del calzón, ya nada fue igual. Ya ni siquiera podía mirarla tranquilamente a loa ojos. Sentía que eso nunca debió pasar. Me preguntaba por qué de todas las profesoras que tenía y que había en el colegio, por qué de todo el personal docente tenía que suceder eso tan íntimo con Alicia. ¿Por qué tuvo que ser precisamente con ella?

No lo sabía. En cualquier caso había decidido no hablarle. No mirarla, hacer como si me diese igual. En el curso me iba bien, aprendía sin dificultad asi que no me era necesario hacerle muchas preguntas. Solo escuchar la explicación, hacer lo que se me pedía, y esperar a que tocara el timbre de fin de hora.

Esa actitud perduró varias semana y creo que inquietó a Alicia, supongo que lo debió haber notado. Ya no hacía bromas ni levantaba la mano con frenesí gritando: «Yo sé, yo sé» cuando sabía la respuesta. Cambié de actitud. Algo cambió en mi. De los chicos no quería saber nada. Ya parecían algo mas acostumbrados a mi presencia y las cartas e amor comenzaron a ser cada vez menos frecuentes.

Me sentía triste, rara, incómoda. No sabía porque Alicia tenía este poder sobre mi. Mrd aceleraba el corazón, me ablandaba la piernas. A pesar de eso nunca tenía fantasías con ella. Quizá aun era algo niña para eso, aunque aveces me imaginaba buscandola en la puertas de aquel salón misterioso. Sonriendole y diciéndole «Hola». Otra veces la veía sentada en la cafetería almorzando sola y mrd imaginaba sentada asi lado, acompañandola

Ese lunes sonó el timbre. Todos nos pusimos de pues y alistamos nuestras cosas para la clase de arte, y el maldito cierre de mi mochila, atascado. Probé una y otra vez, nada. Salieron todos, y el salón quedó vacío y yo seguía agachada al lado de mi mochila intentando destrabar el cierre.

Alicia me miro desde la puerta. Se quedó un momento mas ahi y luego volvió a hablarme en castellano:

—Apura, no seas lenteja...

Levante la cabeza y sonreí. En realidad creo que reí. Me hizco mucha gracias escucharla hablar en jerga. Esta mujer si que sabía sorprenderme.

—Ya voy, es que esto...

Y seguía intentando destrabar el cierre de la mochila. Quise terminar de decir la oración pero, cuando volví a levantar la cabeza, Alicia había caminado desde la puerta a mi carpeta y se había sentado ahi, a mi lado, con una pierna a solo unos centímetros de mi.

Le mire la pierna, recordé el incidente del calzón y me puse roja. Luego a temblar.

—¿Ahora tienes clases de arte, no?

—Sí.

—Ya estás tarde.

—Sí — y me puse de pies

Camine hacia la puerta y ella se puso de pie y vino detrás de mi.

— ¿Y tus cosas?

— ¡Ah, si! — volvi corriendo a mi maletín.

Alicia soltó una carcajada celebrando mi acto de distracción y me tomo por el hombro y me condujo a la puerta del salón mientras yo abrazaba el maletín sobre mi pecho, sintiendo su brazo en mi hombro, y su olor. Ahora podía olerla de cerca y de manera mas intensa que la vez  primera.

Volvió a reír una vez mas y luego comenzó a bajar la escaleras diciendo: «Sehen wir uns morgen! Vergiss nicht deine Hausaufgabe!»*1*

No entendí ni jota, pero esta vez la seguimos. No me quedé parada como lo había hecho antes. Temblando como estaba, decidí caminar detrás ella. Espere un momento a que se adelantará varios pasos, cosa que así no se daba cuenta de que la estaba siguiendo. Camine, corrí y me escabullí hasta llegar al patio principal y comencé a cruzarlo en puntas de pie, tratando de que ella no me escuchase ni viese mi sombra en el piso, ni algún profesor ahi me pillara.

Era graciosa la imagen de ella caminando con su maleta de profesora a un lado, los pasos un-dos, un-dos, y atrás una minisombra dando saltitos y escabullendose en cada arbusto con el que se topaba. Pasamos la eme, subimos las escaleras de la pérgola y solo entonces noté hacia donde se dirigía: al cuarto misterioso.

Era el momento, tenía que entrar, ver qué onda con ese lugar, por qué siempre entraba y salía de ese cuarto con cierto miedo, como si estuviese escondiendo algo. Siguiendo su política del escondite, me seguí escabullendo de ella y me quedé en las escaleras, agachada, esperando que el sonido de la chapa de la puerta hiciera clin, señal de que ya había entrado y era mi turno de subir.

Escuche aquel sonido, esperé unos segundos y subí. Ví la pérgola vacía y la puerta cerrada. Sin pensarlo dos veces (Cosa que quizá es algo típico de la edad; a los once uno no reflexiona tanto sobre las consecuencias de las que está a punto de hacer, asunto que ya es muy diferente a cuando uno ya es mayor y se la pasa meditando sobre cada cosa, perdiéndose así la magia de la espontaneidad y el riesgo), avance unos pasos y puse una mano en la chapa, giré y abrí un poquito, lo suficiente como para que entrará uno de mis ojos y pudiese echar un vistazo a lo de adentro. Lo que vi me dejó pasmada, asustada y petrificada.

Era un grupo de profesores, todos sentados en un círculo: Cada uno llevaba un instrumento diferente en la mano, había unos papeles pegados en la pizarra. Era un cuarto pequeño, incluso más de lo que me había podido imaginar. Alicia terminó de poner su maletín junto con los demás y, con una hoja en la mano, se paro en medio del círculo. me pareció raro que no tuviese ningún instrumento en la mano, pero cuando comencé a preguntarme por qué, ella hinchó el pecho y dejó salir de sus pulmones la más hermosa melodía que hasta entonces yo hubiera escuchado. Nunca supe que canción era, pero lo que sí supe es que su belleza me embriagó y me di cuenta de que ese era un grupo de música y que Alicia iba ahí todos los días porque al parecer estaban ensayando alguna presentación. Me quede estupefacta, se me puso la piel de gallina, ¡Que linda voz tenía! 

La quise, en ese momento la quise enserio y no había parte de mi cuerpo que estuviese dispuesto a decir lo contrario. ya no había célula de mi cuerpo con ganas de odiarla, ya no. Yo siempre había soñado con cantar y no sabía que ella cantaba tan lindo, ni siquiera sabía que tenía buena voz, ya que esa vez que cantamos en clase su finísima y austriaquísima voz al parecer se perdió entre lo gallos que soltamos todos nosotros, los seres humanos comunes y corrientes.

Cerré la puerta y bajé las escaleras atontada, alunada tocada. Salí de nuevo al patio y ya no tenía ganas de regresar al salón de arte, ya no tenía ganas de hacer nada más que estar junto a ella y escucharla. Solo quería caminar y recuerdo que en ese momento pensé: Ahora sí, es oficial, estoy arruinada.


HAY UNA CHICA EN MI SOPA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora