Historietas/7-Extinción de los halcones

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El jefe de los guardianes del desierto comunicó a la reina que en menos de veinticuatro horas volvería al palacio real en busca de su esposa, y se la llevaría a vivir a la ciudad del desierto del Este. Alba hizo llamar a su hija, y mandó preparar su equipaje. Lidia acudió inocentemente a una gran sala donde Alba le esperaba con tristeza. Presentía que algo malo le iba a suceder y por eso preguntó impacientemente que era lo que pasaba. Alba se sentó junto a ella y le comentó que para salvar el reino, la única solución era el matrimonio con el jefe de los guardianes. Lidia se negaba a casarse, pero Alba todavía no había terminado de contarle todo. Siguió contándole lo sucedido y Lidia descubrió que ya le había casado y que en unas horas se convertiría en la esclava de un desconocido que había atentado contra el Territorio del Sur.

Lidia quiso huir para que su marido no la tuviese esclavizada pero comprendió que si ella se iba su reino caería en desgracia. Por eso decidió esperar a que su vida tomara un camino lleno de desgracia con la llegada de su marido.

Alba y Lidia se despidieron con la promesa de que Alba le liberaría en cuanto pudiese. Lidia se retiró a su antiguo cuarto absorbiendo todos los buenos recuerdos de su infancia. Comenzó a escribir unas cartas de despedida para sus tías y para sus primos, incluso para sus abuelos, a los que ya apenas veía.

Lidia mandó que su pata llevase las cartas y mientras tanto su marido ya se encontraba en la puerta del palacio. Alba dio un último abrazo a su hija y esta se montó en un dromedario. El dromedario empezó a caminar hacia el Este con Lidia llorando sobre él. Alba cayó al suelo dramáticamente puesto que el dolor que le suponía perder a su hija era mayor del que se había imaginado.

Ya se perdía en el horizonte la capital del Territorio del Sur y lo único que se veía era desierto. Llanuras de sequía, dunas de arena, y algún que otro cactus era lo único que se podía contemplar durante horas, además de los caballeros que defendían a Lidia y a su marido durante el trayecto. Después de largas horas de trayecto ya se distinguía una colina con multitud de palmeras junto a un oasis sobre la que se asentaba la ciudad donde Lidia iba a vivir durante años.

Todos los ciudadanos acudían a la calle principal para ver a la princesa. Esta calle era por la que los dromedarios debían pasar para llegar al palacete de los guardianes del desierto que se encontraba en lo alto de la colina. Una vez allí la princesa y el nuevo príncipe desmontaron de sus dromedarios y entraron juntos en el palacete.

Allí el príncipe le dijo que acudiese puntual a la cena y ordenó a una criada que acomodara una habitación para la princesa. Lidia fue guiada hasta lo más alto del palacete, desde el cual se veía toda la ciudad y el precioso oasis.

Pasó una semana y Lidia seguía sin acostumbrarse a la idea de estar casada. Su marido le prohibía salir del palacete sin compañía de la guardia y jamás podía pasar más allá del oasis de modo que se sentía aun más esclavizada de lo que se había imaginado en el camino.

Un día Lidia le propuso al príncipe visitar a su familia, pero este rechazo la idea. Lidia siguió insistiendo hasta que el príncipe, cansado de escucharle le pegó. Lidia iba a contraatacar pero en el último momento se contuvo y se retiró a su habitación. Llena de ira se puso a pensar, y algo le incitaba a matar a su marido. El inconveniente era que siempre estaba acompañado por alguien, y no podía acercarse a él fuera del palacete sin ir acompañada. Así que el asesinato debía ser en el palacete y en un momento en el que el príncipe estuviese solo. En realidad si existía un momento en el que el príncipe prefería estar solo, y ese momento era cuando practicaba la jardinería en el patio del palacete. La jardinería dedicada a las plantas del desierto es una virtud que pocas personas conocían y por eso le gustaba tanto al príncipe.

Lidia seguía pensando en su plan y se dio cuenta de que no había pensado en el halcón del príncipe. Éste le protegía como el pato de Lidia, el cual no había podido volver con ella por una prohibición del príncipe. Había que distraer al halcón para poder matar al príncipe y ser libre.

Mientras el príncipe practicaba la cetrería con su halcón Lidia creó un tornado de arena desde el palacete que hirió al animal del príncipe. De ese modo cuando el príncipe se dirigió al patio a cuidar sus exóticas plantas su halcón estaba en la enfermería curándose. Era el momento idóneo así que Lidia se acercó al patio sigilosamente y se aproximó por la espalda al príncipe.

Lidia, llena de ira, agarró a su marido tapándole la boca y le hizo tragar tanta arena que acabó asfixiándose. Lidia salió corriendo del jardín, pero las puertas del palacete estaban vigiladas, siguió corriendo hasta su cuarto donde recogió sus cosas. Los guardianes del palacete dieron la alarma y subieron a por ella, Lidia selló las puertas y se asomó al balcón para idear un plan de huida. No había forma de salir de allí, todos los soldados de la ciudad le buscaban. Unas lagrimas se le escaparon mientras pensaba que si todos olvidaran quien era ella podría salir. La lágrima calló sobre la barandilla del balcón y todo el reino fue inundado por una nube de olvido temporal.

Lidia había conseguido aprender un nuevo poder, un tipo de amnesia temporal. Los soldados del palacete dejaron de empujar la puerta de su habitación, puesto que no sabían siquiera lo que estaban haciendo allí. Lidia aprovechó y montada en uno de sus dragones de arena sobrevoló el palacete y media ciudad. Luego siguió corriendo hacía las puertas de la muralla, que estaban simbolizadas con dos estatuas de halcones. Nada más atravesar la puerta de la muralla la nube de amnesia temporal se desvaneció y todos los soldados le arrojaban lanzas, caballeros armados atravesaban la calle principal iniciando una gran persecución, en la cual también participaban los halcones.

Lidia era rápida gracias a que podía teletransportarse en cortas distancias convirtiéndose en arena. El oasis paradisiaco se quedaba ya atrás pero los caballeros aun le seguían de cerca. Esta persecución provoco que Lidia se planteara el porqué debía huir, ella debía ser libre y no perseguida.

Se detuvo y observando la ciudad con rabia utilizó su poder para acabar con los halcones. Sumergió la ciudad en arena castigando a sus habitantes a la muerte. Los halcones estaban enlazados a las personas y al morir éstas el cielo se convirtió en una lluvia de halcones que caían muertos y se hundían en la arena. Todo desapareció y Lidia quiso crear una nueva ciudad en la que los habitantes respetasen la corona del Sur. Se fundó una ciudad llena de riquezas y habitantes amables, patos dorados aparecieron en este lugar, incluso adoradores de pavos reales, que no eran muy comunes. Estos se convertirían en los defensores de la ciudad que tomó el nombre de La Ciudad de Oro.

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