El rey de Korr

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Las pequeñas gotas de lluvia dibujaban circunferencias concéntricas sobre la superficie del agua que corría rio abajo cada vez con mayor virulencia mientras las pequeñas ramitas rotas bajaban por el cabal de agua embarrada. Los cuervos graznaban con urgencia y los pequeños roedores corrían hacia la profundidad del bosque, buscando cobijo bajo las grandes copas de los árboles.

La noche cubría bajo su manto aquel profundo bosque que pocos osaban atravesar, y bajo su protección se tambaleaba una figura cabizbaja, encapuchada, cubierta por una gruesa capa que ahora estaba empapada en una mezcla de barro y sangre.

La figura avanzaba con lentitud, arrastrando sus pies descalzos por el barro mientras sostenía con fuerza su capa, lo único que lograba resguardarla del viento helado de las montañas del norte, aunque ahora, empapada, apenas cumplía ya su función.

El cansancio mermaba sus fuerzas pero su tozudez le impedía rendirse. Había decidido luchar, lo tuvo claro después de notar la presencia de a aquellas aves rapaces que la merodeaban sin compasión , un augurio de muerte, un destino aparentemente sellado al cual osaba desafiar.

Volvió a escuchar el graznido de los cuervos sobre su cabeza y entonces la ira la llenó al sentirse de nuevo infravalorada, nadie esperaba nada de ella, ni siquiera que fuera capaz de sobrevivir, pero su instinto de supervivencia era mayor de lo esperado, incluso ella se había sorprendido al fingir su propia muerte sobre la gran pila de cadáveres, había sido transportada en una carretilla de cuerpos en estado de descomposición y había sobrevivido a aquel repugnante olor y a la gran cantidad de insectos que se colaban entre sus ropajes. Había huido a rastras de la fosa común donde habían arrojado su cuerpo con violencia y se había adentrado en la espesura. Una vez en el umbral del bosque, bajo las primeras copas de los árboles había osado mirar atrás, a lo lejos todavía se alzaban los torreones blancos del castillo de Eledreil, allí dónde había crecido sirviendo a su rey, dónde había luchado en su nombre y dónde había jurado morir por él si era necesario. Jamás abría osado imaginarse lo sucedido en la fiesta de invierno, jamás pensó que sería traicionada por aquél que una vez amó y por quién hubiese dado la vida sin dudarlo.

Todo lo acontecido parecía más una pesadilla que la propia realidad, la joven pellizco su rostro con fuerza, en un intento de despertar quizás, pero nada sucedió. Sus pies seguían ensangrentados, sus ropajes rasgados y su rostro lleno de hollín mientras su estómago rugía con la furia de diez mil demonios.

Sus párpados le pesaban casi tanto como sus extremidades y el frío había hecho que perdiera la sensibilidad en los dedos de pies y manos.

—Aleek valara trahal— susurraba una y otra vez en un halo de voz mientras mordía sus labios hasta hacerlos sangrar—Aleek valara trahal—susurró de nuevo antes de perder el conocimiento y sumirse en una negrura espesa cargada de recuerdos de un tiempo pretérito que ahora se le presentaba doloroso.




...





Korcek era un trasgo solitario y malhumorado que distaba mucho de la imagen que se conocía de sus congéneres. Los trasgos solían vivir en pequeñas comunidades de ocho u nueve individuos y por lo general solían ser traviesos e infantiles, demasiado inquietos como para mezclarse con otras razas pues fácilmente le sacaban a uno de quicio. Korcek, por el contrarío, era la oveja negra de la familia, no porque fuera un delincuente o un descerebrado, más bien por lo contrario, desde la infancia mostro ser un bicho raro, no solo por su carácter serio y malhumorado, sino porque no disfrutaba de las bromas ni de las gracietas que solían protagonizar sus congéneres y prefería disfrutar de un buen libro en la soledad de su guarida. Aquello era algo inusual, pues la mayoría de trasgos eran analfabetos y solo conocían los números debido al comercio, la única actividad lícita que realizaban, ningún trasgo se despegaba jamás de su ábaco y solían comerciar por las ciudades cercanas, sobre todo vendían brebajes y pócimas, muchas de ellas de sospechosa fiabilidad. Korcek, en cambio, se marcho al cumplir la mayoría de edad y se adentró en la espesura del bosque, instalándose en una pequeña cabaña abandonada por humanos mucho tiempo atrás, le pareció el lugar idílico para empezar su nueva vida, una vida alejada del griterío y del jaleo propios de su especie. Al marcharse nadie se lo impidió, el trasgo estaba seguro de que si hubiese sido un maleante o un delincuente hubiese tenido mejor aceptación entre los suyos.

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