Culpa

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Julio de 1807

Era verano, uno más caluroso de lo habitual debido a las altas temperaturas que extrañamente se habían afianzado en la región; Era de noche, y la brisa soplaba con fuerza a través de los grandes ventanales del recibidor mientras yo observaba con ojos curiosos aquella luna menguante. Las criadas subían y bajaban las escaleras con rapidez llevando en sus brazos numerosas sabanas teñidas de escarlata mientras gotas de sudor resbalaban por sus frentes, podía sentir como la sangre que corría por sus venas se aceleraba produciéndome cierta hambruna y excitación.

Yo me encontraba sobre un sofá de terciopelo rojo mientras sacudía mis piernas que no llegaban a rozar el suelo y la suave brisa alborotaba mi negra cabellera. No comprendía lo que a mi alrededor ocurría pero poco me importaba pues en aquél momento anhelaba el sabor de la sangre y el placer del asesinato..., aquellos sentimientos me sacudían mientras podía sentir el latir de aquellas humanas en su pecho.

En aquella época no me cuestionaba mis actos, pues en la tierna niñez carecemos de una conciencia sólida, soy partidario de creer que el hombre es malo por naturaleza y es en los convencionalismos culturales y sociales donde hallamos "la moral", por tanto, es en la ausencia de esta moral dónde nos hallamos los monstruos, pues desde mi nacimiento estuve predispuesto a ser un niño roto precisamente por la ausencia de valores, pues fui despojado de estos de forma consciente, algunos creyeron que podrían crear un monstruo y no se equivocaron...

Por aquél entonces no era más que un animal enjaulado, un lienzo en blanco que desconocía los abismos existentes entre el bien y en mal. Creo que podría haber sido moldeado para bien pese a mi retorcida naturaleza si algún alma lo hubiese deseado, pero en algún momento de mi niñez se hizo demasiado tarde para mí...

Ahora, a pesar de que mi lucidez es capaz de diferencial el bien del mal, es mi yo retorcido el que ha llegado a habituarse a esta enfermiza maldad. Cuando alguien se habitúa a asesinar y ha hallar la felicidad en el dolor ajeno es muy difícil dar marcha atrás, pues hasta los actos más atroces son vistos con naturalidad.

Volviendo a aquella noche, recuerdo que mi padre entró por el portal a altas horas de la madrugada y caminó hacia mí con lentitud, con su calma habitual mientras me escrutaba con la mirada; se sentó a mi lado haciendo que un leve escalofrío me recorriera la columna, lo miré de soslayo y esté me devolvió la mirada, no necesité que me dijera nada pues aquellos fríos ojos que se clavaban sobre mí me daban a entender que el zarandeo de mis piernas le estaba importunando así que me resigné a quedarme inmóvil mientras mi mente recreaba mil y una distintas formas de darle muerte y que compartían una larga agonía hasta el último aliento...

Tras unas horas que se me presentaron eternas una de las criadas bajó apresurada y le hizo un gesto a mi padre con la cabeza que este correspondió, para luego dedicarme una última mirada fulminante que me dejaba claro que si me movía de aquél sofá habrían fuertes represalias.

Aún así, cuando mi padre desapareció en lo alto de las escaleras me puse en pie, dispuesto a descubrir que era aquello que sucedía en el piso superior, pues toda aquella sangre que manchaba cojines y sábanas solo podría significar que alguien estaba siendo asesinado pensé, y ante tal idea una sonrisa retorcida asomó por mis comisuras haciendo que las criadas que me rodeaban se estremecieran.

Legué a los aposentos de mi madre siguiendo el rastro de doncellas que subían y bajaban apresuradas y no encontré a mi padre por ningún lado, así que desde el marco de la puerta observe el bebé que portaba mi progenitora entre sus brazos y del cual pronto se deshizo dándoselo a la comadrona; esta sonreía estúpidamente mientras mi madre maldecía y yo me sentía desilusionado por no estar presenciado su asesinato sino su parto. No había sido consciente de su embarazo hasta dicho momento, pero hacía meses que no la veía y eso podría haber influido pues a pesar de mi corta edad era bastante inteligente y solía reparar en cosas que un niño normal de mi edad pasaría inadvertidas. Quizás la crudeza de mi entorno había desarrollado prematuramente mi inteligencia.

Mi madre pareció percatarse de mi presencia y arrugó la nariz con disgusto, y miró hacia el otro lado, perdiéndose en la negrura de la noche y en la espesura del bosque que asomaba por la ventana.

Me acerqué al bebé con curiosidad, pues mi mente atroz maquinaba probar la resistencia de este tirándolo por las escaleras, pues si de verdad era mi hermano sobreviviría con seguridad, pero la comadrona pareció percibir en el matiz de mis ojos cierta maldad y retiró a aquel bebé de mi alcance con rapidez.

Mi madre, al percibir aquella escena pareció cambiar su humor y me profirió una encantadora sonrisa que enmascaraba su verdadero yo, ofreciéndome con cierta malicia que cogiera a aquel bebé, y sólo ahora soy consciente de que pensó que yo lo mataría pues mi mala reputación ya me precedía por aquél entonces. En aquel momento desconocía porqué mi madre detestaba tanto a Axelle, pero sí sé que aquella aversión fue desde el principio.

Cuando tuve a aquel bebé a mi alcance, ella me indicó que su nombre sería Axelle y que era mi nueva hermana, yo me sentí desilusionado de nuevo pues en un inicio pensé que era un barón y no estaba seguro si siendo hembra sería capaz de jugar con ella con la misma brusquedad, aún así, salí de la habitación con ella en brazos y nadie me lo impidió.

La criadas se horrorizaban a mi paso pues no le auguraban una vida muy larga a mi lado, cuando estuve en lo alto de la escalera, la alcé ante mis brazos esperando algún signo de resistencia antes de lanzarla escalones abajo, y ella, se limito abrir sus ojos, los cuales se habían mantenido cerrados hasta dicho momento, aquellos enormes orbes verdosos que me cautivaron, y por un momento titubee pues extrañamente aquella inocencia que irradiaban sus ojos se me hizo tierna, aún así me dispuse a llevar a cabo mi cometido y cuando fui a soltarla esta alargó su brazo y tocó mi nariz con sus pequeños dedos arrugados para después dedicarme una tierna sonrisa sincera que jamás nadie me había dedicado con anterioridad, entonces, dejé mis perversiones para con ella, y me juré que sería un buen hermano hasta el fin de mis días...

Pero ahora le había fallado...


Eliott



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Este es un fragmento que vendrá más adelante en mi novela principal, "Relato de un sangre pura".

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