Inmortalidad maldita

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El cielo púrpura del crepúsculo iluminaba su blanquecina tez, dotándola de una belleza sublime, tan aterradora y tan irreal que creí estar soñando bajo aquel manto de estrellas. Su larga cabellera dorada destellaba en naranjas y rojizos bajo las llamas siseantes de unas velas desgastadas mientras sus ropajes vaporosos ondulaban al son de un viento invernal sobre aquel jardín de flores mustias, oculto bajo las lánguidas ramas de un sauce llorón.

Su imagen eterea plasmaba la fragilidad de su alma, todavía tan pura y tan blanca como las perlas que rodeaban su garganta.

Sangre de mi sangre, ¿Porqué sólo yo recorro un camino de sombras? Tan torcido y tan roto, tú tan pura y tan bella.

Desde mi infierno juré proteger tu paraíso, una forma de redimir mis impíos pecados, aunque no soy conocedor de la culpa o del arrepentimiento soy consciente de la atroz moralidad de mis actos. Sólo tú afloras la poca humanidad que me queda, sin ti me hundiría en una tiniebla infinita, ahogado en la pena, condenado al infierno eterno de una inmortalidad maldita.

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