Última pieza

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Tú, noche, que eres la última entre las últimas
flores de la tiniebla, cuyo tallo se empapa aún
de las tintas negras del crepúsculo, préstame
tu canto ebrio de silencio...

Nuno Júdice

Las finas y transparentes gotas de lluvia salpicaban mi rostro entremezclándose con las lágrimas de sangre que resbalaban por mi blanquecina tez. El sonido de la lluvia se diluía entre las efímeras notas que se desprendían de aquél desgastado violín que alguna vez fue suyo...

Notas que danzaban en armonía sobre aquél frondoso jardín de flores mustias y brava maleza. Había decidido interpretar la que sería mi última pieza "Große Fuge", pues sin ella mi habilidad carecía de propósito y una eternidad en silencio era lo que un monstruo como yo se merecía...

Esta era mi despedida, un modo de decirle adiós a nuestros recuerdos, a lo que compartíamos y a todo lo que alguna vez ella significo para mí. Interpretaba una de mis piezas predilectas, aquella pieza incomprendida que no agradaba a los públicos exigentes pero que tan bien describía lo visceral, lo pérfido y lo torcido. Me había rendido ante aquella profunda oscuridad dejando que los vestigios de humanidad que permanecían arraigados en mi alma murieran con su recuerdo y con ellos, todo lo que alguna vez fue hermoso, ufano o dichoso.

La cinta que recogía mis largos cabellos se desprendió debido a la insistencia de la lluvia, que se hizo más pesada a medida que la canción llegaba a su fin, como si aquél cielo encapotado llorase conmigo su pérdida conmovido por aquella disonante melodía que a ella tanto le desagradaba.

Toqué la última nota que cerraba aquella canción y arrojé con violencia el violín sobre la tierra mojada, provocando que este se astillara y se fragmentara en mil pedazos que quedaron esparcidos a mi alrededor, y sin mirar atrás, entré con fingida calma hacia el interior del salón, allí dónde se encontraba mi piano y dónde tantas veces había tocado para ella. Acaricié las teclas con las yemas de mis dedos para después lanzarlo por los aires con la fuerza de mi brazo derecho, el instrumento voló por la sala cruzándola para posteriormente colisionar contra uno de los grandes ventanales, el cual se quebró en innumerables pedazos que se esparcieron por el frondoso jardín.

Me dirigí entonces hasta mis aposentos, y con el afilado abrecartas que se encontraba sobre mi mesa corte mis largos y húmedos cabellos, volviendo a aquel corte frío y práctico que siempre había llevado. Así me desligaba de mi pasado, de lo que era cuando estaba a su lado y de aquella imagen idealizada que ella siempre había tenido de mí.

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