Acero

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Ellos siempre me repitieron que yo era alguien peligroso, fruto del pecado, no merecedora de clemencia ni del perdón divino y solo una vida dedicada a la austeridad y la penitencia me abrirían las puertas a tan ansiado paraíso pese a ser hija del mismísimo diablo. Mi cruz era haber nacido como el repugnante ser que era, pues me hastiaba mi condición así como todos los portadores de dicha maldición.

En mi tierna infancia anhelé haber nacido como mortal, pues ansiaba la vida que llevaban aquellas niñas humanas que tantas veces observaba desde la lejanía de lo que era mi gélido hogar, pues me maravillaban sus recargados vestidos, sus largos cabellos y sus risas despreocupadas que irradiaban la inocencia propia de la edad… pero aquella vida se me hacía tan lejana y distante en la soledad de mi celda, en el campo de batalla, y en la única compañía de mi espada mancillada con la sangre de tantos vampiros que me habían ordenado asesinar…

Mientras aquellas niñas jugaban a encarnar a las princesas de países lejanos yo portaba pesadas armaduras de hierro mientras teñía mis manos de sangre inmortal. Aquella era mi redención, exterminar a todo aquel que se opusiera a la palabra de Dios. No era más que un juguete roto, una arma al servicio del señor, y quien osara desestabilizar el equilibrio de la humanidad perecería bajo mi implacable acero.

Norah

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