Aullido

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Mis pies descalzos se deslizaban sobre el frío asfalto mientras el olor a tierra mojada me envolvía en la añoranza de aquellos parajes lejanos donde crecí, verdes, húmedos, salvajes y tan alejados del frío acero que ahora me envolvía, junto a todas aquellas fugaces luces en movimiento, cambiantes, que cubrían los más altos rascacielos de la ciudad de Nueva York.

Podía oler la polución en el aire, oír el ajetreo que provocaban los cláxones de los vehículos, ver la indiferencia que transmitían los rostros de aquellos humanos que se habían resignado a aquella vida vacía y gris. Todo era tan diferente y aterrador para mi, acostumbrada a una vida en libertad,  dónde ni el tiempo ni el "yo" importaban, dónde el mañana no dictaba el hoy y dónde sólo los instintos imperaban.

Todo recuerdo pasado se me vislumbraba lejano, inalcanzable, irreal, como si solo hubiese existido en mi mente, y era ahora cuando entendía que no se valora lo que se tiene hasta que se pierde, que los tiempos pasados siempre son mejores y que la soledad no da la libertad, tan solo trae amargura, resentimiento y oscuridad.

¿Quién era yo ahora? ¿En qué me había convertido? eso me preguntaba mientras contemplaba aquel pálido rostro de labios ajados que se reflejaba en los cristales tintados de aquella furgoneta mal aparcada. Y era ahora cuando no me reconocía, solo era el débil vapor que se esfumaba y se perdía en el horizonte, un insulso reflejo de aquello que una vez fui, pues ahora yacía atrapada entre dos mundos, perdida en medio de la nada, olvidada y desterrada …

—En un punto de no retorno —musité angustiada y se quebró mi voz en un intento de reprimir el llanto, mientras las lágrimas saladas inundaban mis ojos y la visión se me tornaba borrosa, entremezclándose  con las numerosas luces de colores que me envolvían y que tanto me habían aturdido cuando llegué.

El gélido aire se colaba entre mis cabellos y podía sentir como el frío helaba mis huesos, mas no me desagradaba aquella sensación, pues era la única que me había acompañado todos estos años tras desprenderme de mi pardo pelaje. La única sensación que me confirmaba que mi corazón seguía latiendo a pesar del gran vacío de mi alma.

La humanidad me había mostrado la otra cara de la vida, la cara cruel, solitaria y fría.

Olfateé el aire con desesperación y entonces fui consciente de hasta dónde me habían llevado mis pies descalzos, pues me encontraba en Mulberry Street, dónde el olor a comida italiana despertó de nuevo mi hambruna, pues había perdido ya la cuenta de los días que llevaba sin probar alimento alguno. Apoyé mis manos en el cristal del escaparate de la pastelería del número 195 de Grand Street, ignorando mi propio reflejo mugriento y centrando mi visión en todos aquellos panecillos que lucían amontonados pero de una forma cuidadosamente ordenada. No pude evitar salivar cuando una mujer humana salió de la tienda mordisqueando una caña de crema y de nuevo mi estómago rugió con furia. Fui entonces consciente de la dependienta del local, la cual me miraba con desprecio a través del cristal del escaparate, sus ojos fríos se clavaban sobre mi y sobre los harapos ajados que llevaba por ropa, en mi pelo enmarañado y en mi rostro lleno de hollín. Supe interpretar su desprecio al igual que su invitación a marcharme, y así lo hice, corrí rápido mientras el viento soplaba con fuerza sobre mi rostro, adentrándome en la oscuridad de las estrechas callejuelas.

 Atravesé sigilosamente aquellas calles poco transitadas, y elevé mi mentón, posando mis ojos sobre aquel cielo estrellado culminado por una hermosa luna llena que me invitaba a liberar mi bestia interior. Aminoré la marcha al oír el silbido del viento acompañado por una hermosa melodía de lo que debía de ser un piano de cola algo desafinado pese a las habilidosas manos que lo tocaban, y sintiéndome hechizada por la mágica melodía mis pies se detuvieron solos bajo aquel viejo ventanal de dónde escapaban aquellas fugaces notas.

El maullido de un gato callejero hizo que el hechizo que la melodía ejercía sobre mi se rompiera, y a causa del frio, el hambre y el cansancio, mi cuerpo se desfalleció sobre el duro asfalto de piedras irregulares.

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Este relato no está relacionado con mi historia principal ni con vampiros, lo escribí hace muchos años y lo he pulido un poco antes de subirlo, espero que os guste, me gustaría saber vuestra opinión al respecto :)

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