Y entonces ves a esa chica de enormes ojos marrones verdosos al final de la fila. Está escondida porque no se siente importante para nadie. Quizás algún día sí lo sea, pero ese día aún no llegó. Y entonces ves como sonríe, como se curvan sus labios dando lugar a una sonrisa digna de una reina. Y ves que posa la mirada en ti, y que se queda mirando con ojitos de cordero degollado. Fíjate en que ya no queda ni rastro de esa sonrisa momentánea. Fíjate en que te mira de una forma sincera. Fíjate además en su media sonrisa, en el tembleque de sus piernas, en que se le pone la piel de gallina. Fíjate, aunque estés lejos, en sus pupilas, en sus dilatadas pupilas. Y fíjate en ese suspiro que suelta al darse cuenta de que vuestras miradas solo se cruzan de vez en cuando. Al darse cuenta de que quizás solo estéis hechos para miraros a los ojos. Al darse cuenta de que con una mirada lo decías todo. Ahora cierra tú los ojos y piensa en la suerte que tienes de que una tía tan fantástica como ella te dedique esas miradas. Eres de los únicos que la saben hacer feliz, joder. Sabes que ella no es de demostrar las cosas, ni siquiera de decirlas, pero las siente más que ninguna.
