Vos y las estrellas (1).

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Las bajas temperaturas de invierno, que enfrían esta noche tranquila y silenciosa de domingo, me atacan desprevenida y congelan mis manos, nariz y pómulos. La brisa no es muy fuerte aunque estamos transitando por la costanera, lo cual hace el camino mucho más soportable.

Por quinta vez me ofrecés tu campera, probablemente por la manera en la que estoy temblando, culpa del frío (que dejo de ser fresco hace rato). Debería haber agarrado el montgomery color camel que quedo en mi auto antes de irnos, pero estaba tan embalada con la idea que ni me acorde. Además estaba completamente engañada por la calefacción del hospital, que de tan fuerte resecó mis labios y mi piel.

Acepto tu último ofrecimiento tras soltar un bufido, solo porque amenazas con irnos de no tomar la campera. Eso es trampa.

Tu perfume (que se desprende de tu abrigo) rápidamente invade mi sistema respiratorio una vez que tu campera me cubre el tronco superior y un escalofrío eriza mi piel. Vos no te das cuenta, seguramente porque pasó desapercibido entre mis temblequeos. Te sonrío; aunque seas terco y pesado, me da ternura tu gesto.

La marea esta baja. No tengo la menor idea de a dónde estamos yendo; conozco la costanera, desde Olivos hasta San Isidro, porque la mayoría de mis recuerdos de cuando viví acá, es tomando mate en el río. Pero tu impetú por mantener la "sorpresa" me revela que el lugar al que vamos por alguna razón para vos es especial. Entonces, elijo creer que me llevas porque yo comparto esa cualidad (seamos realistas, puede ser casualidad también).

- El pucho te está matando eh - pronuncio luego de escuchar un concierto de toses saliendo de tu boca. Me regalás una media sonrisa y volvés a mirar al río, que está a nuestra izquierda.

- Probablemente... - bromeas y carcajeo levemente. El cigarrillo va a terminar matándonos a todos, empezando por el precio que vale un atado - Pero esta tos es por tener la garganta desabrigada - explicas y mis ojos se dirigen automáticamente a tu campera, que se encuentra sobre mis hombros. No hace falta aclarar lo culpable que me siento.

- Perdón - murmuró apenada y vos te rascás la nuca, porque eso último que dijiste no lo interprete como esperabas. Hago un ademán como para quitarme el abrigo y me fulminás con la mirada. Dejo caer ambos brazos a los costados.

- No tengo frío ahora - asegurás y enarco una ceja; la piel de gallina que recorre tus brazos te delata. Sin embargo no insisto, se que es en vano - ¡En serio! Igual, lo que me está matando es otra cosa...- hacés una pausa - Vos.

Nos miramos fijo por unos segundos, hasta que no aguanto más y estallo en risas. Vos, levemente sonrojado, reís en silencio.

- Ah bueno... ¿Desde cuándo sos tan directo sin un Fernet de por medio? - inquiero y rápidamente muerdo mis labios para controlarme (aún sigo tentada, perdón). Alejo mi vista de las baldosas y vuelvo a entrar en tus ojos café que me miran graciosos.

- Sos mala eh - te quejás y mientras río me oculto en tu hombro derecho por unos segundos para luego volver a mi lugar y cortar el contacto. No soy mala es que vos... hablás limitadamente sobrio. En general, porque últimamente estás hablando mucho - Reconozco que fue malo.

- Pensé que eras mejor chamullero - agregó y me clavas tus ojos marrones. Un palito para vos... que no viene mal. Cecilia es la última prueba que me respalda.

- Con vos no me sale chamullar- soltás con sinceridad y cuando tenés este tipo de salidas, me enmudeces. Creo que sos de las únicas personas que pueden hacer eso.

O te pongo nervioso porque te descoloco, como vos a mí, o te anulo la imaginación de lo aburrida y hueca que te parezco. No serías el primero... pero generalmente es porque hablo mucho y casi no tengo paciencia (y por mis planes al estilo susanita que no encuadran con el resto del mundo... o de los hombres). Me muerdo el labio.

- Bueno, que se puede esperar de una persona que tiene Montaner como música de cabecera - contraataco nerviosa, porque tu rostro se acaba de endurecer como cuando hablas en serio. No estoy lista para hablar en serio todavía.

- No tengo a Monta - te interrumpís a vos mismo y achinás los ojos - Pará ¿como sabés eso?

- Soy muy observadora - me limito a contestar con un tono de misterio y haciéndome la interesante. Enarcas una ceja, algo reticente a creer mi floja excusa. Desvió mi mirada hacia las baldosas, al decidir que ellas merecen más tu atención que vos. Con ellas estoy segura.

- Buen dato.

Y mantengo mi vista fuera del alcance de tus ojos, porque no estoy emocionalmente estable para enfrentarme al "Pedro Endemoniado". Él suele surgir en situaciones de semi o total ebriedad tuya, en los que generalmente me encarás sin rodeos o me tratás como si fuera una modelito idiota. O hacés como si no existo, que prácticamente es lo mismo o peor.

Igual si escuchás Montaner supongo que sos un ser sensible y romántico. Esto lo sé porque en Villa Gesell (en Dixit más precisamente, boliche local), una vez en pedo, me cantaste "Me va a extrañar" con aullidos, un vaso de micrófono y un registro vocal infrahumano. Fue para cuando nuestros besos cada vez eran menos frecuentes (por no decir nulos) y yo empezaba a verme con Martín (chongo ocasional). A pesar de lo ridículo que te veías, me enterneciste con cada palabra. Probablemente las cosas ese verano hubieran terminado diferentes si no te hubieras metido con todas las chicas que podías desde ese momento.

Eramos tan pendejos, tan ignorantes. Tan... orgullosos.

Tomás mi mano para agilizar el paso y nos adentramos en un parador... que no es público. Frunzo el ceño pero no me suelto. Me sorprende que no haya seguridad custodiando estos lugares... asumo que a nadie más que a vos se le ocurre venir en invierno de noche al río.

Bajamos un par de escalones de madera y cruzamos un umbral, para encontrarnos con pasto e instalaciones preparadas para aquellos fanáticos de los deportes acuáticos. Más abajo, la luna se refleja en el agua amarronada del río, que apenas se distingue del negro.

- Pedro...

- Paula - contestás sonriéndome y me olvido de mis inquietudes. Apretás mi mano - Ya llegamos, falta poco.

- Que bueno... porque no doy más - me quejó, siendo vocera de mis cuádriceps y rodillas que piden con fervor unos minutos de descanso. No soy muy fan del ejercicio que digamos... - Igual, como soy tan observadora te cuento que estamos en propiedad privada.

- Ya sé Pau. Es la idea - contestás como si fuera una obviedad y hacés esa media sonrisa burlona (la cual tengo ganas de borrartela con una trompada). Perdón 9 de área, bohemio y transgresor (como si entrar a un lugar cerrado fuera tan groso).

Arreglo mi pelo, despeinado por el viento y el contacto con tu mano, rasposa pero perfecta, me hace olvidar del frío, de la brisa y de mis problemas. Sos como mi respiro entre tanta falta de oxígeno, a pesar de tus burlas.

- Ah, y ¿querés corromperme? - pregunto desafiante y esbozo una sonrisa de costado. Para este tipo de indirectas no sos tan lento, porque te reís y me mirás con interés.

- Sólo un poco - agregás y te devuelvo la sonrisa. Mis mejillas adquieren un tono carmesí y vos me acariciás brevemente, al detener la caminata. Cierro los ojos al sentirte pero casi sin abrirlos, te tironeo para que sigamos. Ya no sé si es por hacerme desear o por que tengo miedo.

Me guías hasta una especie de deck que se encuentra cerrado con una baranda, luego de subir una escalera mediana (te odie), que funciona como mirador para poder observar con claridad todo lo que sucede en el agua. Te acostás sobre la madera, quedando frente a frente con las estrellas. Con un gesto me invitás a acompañarte y te miro dubitativa .


Asignatura pendienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora