Capítulo 7

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Aparentaba ser una mañana tranquila mientras una ráfaga de viento azotaba suavemente mi cabello. No estaba dormida, pero fingía estarlo, hacía mucho que no descansaba tan bien, por lo que, se me hacía imposible moverme, ni siquiera era capaz de abrir los ojos.

Por mala suerte, los buenos momentos siempre llegan a su fin. Escuché como la madera crujía, advirtiéndome de una amenaza cercana, no obstante, la ignoré, seguía sin querer abrir mis ojos, cuando algo chocó contra mi cara, algo húmedo y frío, algo que consiguió despejarme rápidamente mientras me levantaba sobresaltada y dejaba en el colchón una mancha de agua.

—Buenos días, bella durmiente —saludo sonriente el muchacho.

—A la bella durmiente no la despertabas con agua —me quejé molesta.

—Si lo prefieres, mañana te despierto con un beso.

—Preferiría que me dispares.

—Puedo hacer de todo, pero cada cosa a su tiempo, pequeña.

—Que completo— me burlé levantándome.

—Aunque si vas a luchar en este estado, no tardaras en morir.

—Pues entréname.

—¿Alguna vez has entrenado una piedra?

—No...

—Pues es más difícil entrenarte a ti.

—¿Me acabas de comparar con una piedra?

—No, te he puesto por debajo de ella. No insultes a la pobre piedra.

—Creo que nos vamos a entender muy bien— bromeé queriendo ignorarle.

Se acercó a una bolsa y saco algo negro, con un par de barritas energéticas y un par de latas.

—Ponte esto —señaló tirando unas prendas negras a la cama— Y tomate eso.

—Creo que es malo comer tanto —dije irónicamente.

—Es tan malo no comer nada y entrenar como comer mucho y entrenar.

—Vamos, que no tienes dinero para más.

—He tenido que pagar una habitación de hotel para dormir en el suelo y en tu ropa, no te quejes de privilegios. Alégrate de que no te mate y encima te vaya a entrenar.

—Necesitas mi ayuda, casi tanto como yo la tuya.

Me cambié en el baño, era unas mayas negras, con su presupuesto no esperaba mucho más, con una sudadera del mismo color, que me quedaba un par de tallas más grande, y un pañuelo para taparse la cara. Cuando terminé salí, este me tiró una daga de madera para practicar, mientras confirmaba que llevaba todo su uniforme.

—Quítate la sudadera —manifestó sacando algo, le hice caso sin reprochar, no me apetecía discutir con él— Es importante que en una pelea nunca te quites la máscara.

—¿Por mascara te refieres a este trapo?

—Póntelo tapándote la mitad de la cara, para que no te reconozcan y no puedan atacarte después por la espalda, ni hagan daño a tu familia— aquello lo dijo con tristeza, supuse que era cercano a él— Y por debajo lleva siempre esto, te protege de los tiros y de las puñaladas de esa daga.

—Bien.

Entonces recordé que la última vez que lo vi, y la primera, llevaba tapada media cara, pero ya no. Era mayor, no llegaba a los 40 años, pero tampoco le faltaría más de cinco años. Su belleza era exótica, tanto o más que sus ojos azulados que contrastaban a la perfección con su cabello oscuro y su piel pálida.

Amor vampirico (SpV#3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora