Capítulo 19

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(Emma)

¿cómo se puede vivir si piensas que tu vida ya ha terminado? ¿cómo logras sobrevivir de ese modo?

Hace un mes todo era tan diferente...

- ¿Se puede morir de felicidad?!-exclamé inundando con mi voz la tranquilidad del salón azul, dónde me encontraba en compañía de mi padre. Nunca nos habíamos llevado bien; sin embargo, últimamente se estaba portando muy cariñoso conmigo.

- Pues al parecer sí, querida- contestó con una pequeña sonrisa.

- Oh! ¡Padre soy tan feliz !-reí encantada, mientras danzaba alrededor del lugar.

Papá se divertía con mi entusiasmo.

-  Aún me parece surrealista que vaya a casarme- susurré.

- Y parece que fue ayer cuando conocí a tu madre-me miró con aire nostálgico y añadió- aunque para ser sincero, me alegra que escojas a un hombre dispuesto a ayudar a tu padre.

- Mamá estaría contenta de verme feliz- hablé complacida, como siempre cuando me hablaban de mi madre.

-Estoy orgulloso de tu decisión, querida- sonrió ampliamente- has demostrado tu lealtad hacia tu familia. Deseo honestamente que puedas encontrar el matrimonio una alianza pacífica y duradera.

- Estaré bien, padre-le dio un beso en la mejilla a modo de despedida, y entré en mi habitación.

Eliminando mis recuerdos, negué con la cabeza, mientras me deshacía rápidamente del vestido con ayuda de mi doncella para acostarme inmediatamente.

Me sentía realmente agotada, física y mentalmente. El día de hoy no había hecho otra cosa que caminar de un lado a otro revisando los últimos detalles de una boda que realmente aborrecía. Era irónico que personalmente haya tenido que encargarme de los preparativos del acontecimiento que me haría infeliz para el resto de mi vida. 

Sentí la imperiosa necesidad de respirar un poco del aire helado de Londres, me deshice de las mantas de mi cómoda cama y caminé hasta el bonito balcón de mi habitación.  Resultaba maravilloso poder sentir un poco de soledad, sobre todo, después de estos días espantosos. Estaba cansada de fingir, sólo quería echarme a llorar día, tras día hasta que no me quedasen lágrimas; sin embargo, en lugar de ello, me había limitado a usar una máscara de serena apariencia y actuar con un entusiasmo que no sentía en absoluto. 

Había recibido la visita de tantas personas que querían asegurarse una invitación a la boda, que simplemente dejé de contarlas y me negué a recibirlas en un tiempo dado. Papá había disculpado mi comportamiento ante mi futura suegra y las demás personas, como los nervios típicos de toda novia; pero ambos sabíamos lo que me ocurría. Yo no quería casarme con Edward.

La vista del periódico del día de ayer parecía sonreírme con crueldad desde el elegante tocador de mi habitación. Me llamaban la novia del año en la página central de sociales, la pareja ideal de la sociedad inglesa, señalaban los encabezados. Hice una mueca. No podía culpar al mundo por considerarme afortunada al casarme con un hombre como Edward Bennet, conde de Wessex. Un sueño masculino para cualquier muje, un hombre rico, educado, sumamente apuesto y encantador, un fraude viviente, porque lo que ellos no tenían idea era de lo ruin, mentiroso y chantajista que era en realidad.

Se escucharon unos sospechosos ruidos cercanos. Contuve la respiración alarmada.

- ¿Quién está allí?-pregunté con inseguridad, mientras tomaba una maceta en manos y me preparaba para defenderme.

-¡ Quién lo diría!-exclamó una voz burlona y muy masculina- aún no nos casamos y ya estas pensando en arrojarme algo

- ¡Cielo santo!- exclamé aliviada reconociendo esa voz- ¡algún día me matará, Lord Bennet!

- Espero que no sea pronto, porque no tengo intención de quedarme viudo, mucho menos antes de casarme.

Habló lentamente mientras terminaba de subir los arbustos, para situarse frente a mi. Miré detenidamente a mi futuro esposo, era un hombre alto y tenía un cuerpo atlético, el cual estaba cubierto por un par de pantalones negros ,una camisa de lino blanco y su característico caro abrigo negro. Su rostro era atractivo y clásico: cabello rubio, labios finos, pómulos ligeramente sobresalientes, mentón partido, cejas pobladas y ojos verdes. En conclusión, me iba a casar con la perfección masculina; el único problema era que la idea no me entusiasmaba en lo más mínimo.

- Y bien, lady Emma-tomó su mano, para darle un casto beso- ¿no se alegra de verme?

- Me tomaste por sorpresa-mascullé incómoda por su beso.

- ¿Que sucede, Emma?-pregunté Edward y luego agregó- sé que en la última semana no me he comportado como un caballero, y quiero disculparme debidamente- me miró a los ojos y besó mi mano- no quiero que te arrepientes de casarte conmigo.

Le di una pequeña sonrisa.

- Hace mucho que no me sonreías- masculló tomando delicadamente mi rostro.

- Eso es porque no te merecías mis sonrisas- le contesté tratando de simplificar la situación.

- Quiero que seamos felices, Emma; pero voy a necesitar que pongas algo de tu parte- murmuró.

Suspiré, evitando su mirada.

- Mis sentimientos hacia ti no han cambiado- tomó mi barbilla- sigo igual de enamorado desde la primera vez que te vi.

- Edward, yo...-comencé a hablar, mientras huía de su toque.

- Te quiero, Emma Deitmonth-susurró detrás de mí- te quiero más de lo que podía imaginar querer a alguien.

- Edward...si es verdad lo que dices, si tanto me quieres...-contuve el aliento y agregué- entonces...déjame ir, por favor...

Edward se tensó.

- ¡No me puedes pedir eso, Emma!- exclamó furioso- ¡No ahora! ¡sabes que significaría mi ruina social!

Me estremecí de rabia, eso no era amor.

- Escucha querida, sé que no soy él; pero te prometo que...-comenzó a hablar Edward.

- ¡No le metas en esto!- susurré furiosa, resistiendo su mirada.

- No soportas escuchar su nombre, ¿ tan tontamente enamorada estás del duque de Devonshire?-preguntó sarcástico.

Me negué a responder, no quería discutir con Edward, mucho menos cuestionar mis sentimientos en voz alta. Le escuché suspirar.

- Lamento la forma en que te he hablado, querida- masculló, tomando mis hombros, temblé de asco.

- No tienes porqué disculparte, ya me estoy acostumbrando a tu verdadero carácter.- mascullé, apartándome de él.

El silencio reinó en ambos.

- ¡No puedo creer que mañana, a estas horas ya serás mi mujer!-El conde cambió bruscamente el hilo de la conversación por el incómodo silencio que se había formado.

- Casi no puedo esperar a la llegada de ese momento-susurré con apatía.

Edward tomó delicadamente de mis hombros para girarme y enfrentar su mirada.

- Te prometo que seremos felices, Emma- susurró, mientras tomaba de mi rostro y lo guiaba hacia el suyo- ahora, dame un último beso, para poder ir a casa.

Contuve las lágrimas y dejé que me besara.

- Hasta mañana, cariño.

- Hasta mañana- contesté,  intentando no llorar.

Mi vida sería un infierno, de eso no cabía la menor duda; pero me merecía cada segundo de este calvario por estar dejando ir al amor de mi vida bajo la escusa de una absurda lealtad a un padre que quizá nunca me había amado.



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