(Dominick)
Más rápido.
Mi mente conectaba de una forma increíble con mi cuerpo. Ambos parecían concentrados en llegar a Emma a toda costa y llevárnosla de este lugar.
No osé disminuir la velocidad hasta encontrarme a pocos metros de la puerta principal.
Un pequeño grupo de mozos de cuadra me observaron con evidente curiosidad. No era usual que me encontrara en la mansión a esa hora de salvajes. Apenas y debían ser las siete de la mañana, y corría un viento helado de los mil demonios.- Bien hecho amigo- murmuré una vez que desmonté y entregué las riendas al jefe de cuadra. Había llegado una hora antes de lo previsto. Poseidón* se había lucido.
- ¿Desea que lo lleve a las caballerizas, Su Excelencia?-preguntó el hombre.
- No- negué - quiero que le den agua y lo tengan listo inmediatamente. No tardaré.
El criado hizo una reverencia y se llevó a un cansado Poseidón.
Sin más dilación, subí las escaleras de la entrada de dos en dos. Toqué las puertas francesas de la gran mansión, sin molestarme en ser educado, ni discreto. Casi al instante, estas se abrieron, dejando a la vista a un nervioso mayordomo que rehuía a mi mirada.
- Whinter- asentí con la cabeza, reconociéndolo.
Su máscara de perfecta serenidad se rompió.
- ¡ Su Excelencia! -exclamó aún más nervioso y ceremonioso que lo habitual- sus señorías, el conde y la condesa se reunirán con usted en un instante.
Endurecí la expresión.
- No estoy aquí para verles, vine por Lady Emma- exclamé parcamente.
Todo el color de las mejillas abandonó el rostro del mayordomo.
- Su Excelencia, me temo que lady Emma se encuentra indispuesta y no está recibiendo visitas- musitó evitando mi mirada.
Solté una carcajada sin emoción alguna. Esa debía ser la excusa que habían estado usando para recluir a Emma.
- Pues si no te molesta, prefiero verlo yo mismo.- respondí, mientras subía los escalones de la gran mansión hasta la habitación de Emma, ignorando el llamado del sirviente.
Todo estaba exactamente como lo recordaba. Un espacio amplio y de un azul suave se extendía ante mis ojos. En seguida recorrí la habitación entera, hasta encontrar una cama deshecha y vacía. Sintiendo un repentino terror en mi, seguí buscándola por cada rincón de la estancia para encontrarme con su ausencia. Conteniendo la rabia creciente, salí como poseído de la habitación.
- ¡SEBASTIÁN! ¡SEBASTIÁN DEITMONTH!-bramé llamando al padre de Emma por toda la mansión, mientras bajaba las escaleras a trote para encontrarlo.
La furia cada vez se extendía más y más dentro de mi.
- ¿Pero qué son esos gritos?-exclamó una chillona voz femenina que reconocí como la condesa, quien bajaba a toda prisa, envuelta en una desagradable bata naranja. No me molesté en contestarle. No la quería a ella, le quería al conde.
-¡ DEITMONTH! - bramé apenas y conteniendo el veneno en mi voz, y retumbando las paredes.
Una cabeza masculina se irguió en lo alto de las escaleras. Me miró sin inmutarse y bajó lentamente cada escalón.
- Que maneras tan salvajes de conducirse tiene, Su Excelencia- contestó tranquilamente.
Gruñí audiblemente.
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Protégeme
Ficción históricaANTES LLAMADA EL HÉROE Y YO. LA PRIMERA NOVELA DE LA TRILOGÍA PERTENECERNOS. En medio de la temporada londinense, y a pesar de sus casi veintitrés años, Lady Emma Deitmonth era considerada un éxito rotundo. Los hombres la deseaban, las jovencitas la...