(Emma)
Respira, respira, respira.
Traté de recordar una y otra vez en mi cabeza que debía respirar; pero parecía imposible.
-¿Emma?¿ Emma?- escuché una voz llamándome a lo lejos.
Sacudí rápidamente la cabeza, tratando de concentrarme en aquella voz.
- Lo siento, me distraje por un momento-respondí volviendo a la realidad, evitando la mirada de Dominick.
-Te has puesto tan pálida, querida, temo que Lord Bennet cancele su compromiso, solo por tu mal aspecto-rió Juliette de su mal chiste.
- Cómo siempre tu sentido del humor, habla tanto sobre tu sensibilidad, hermana...-mascullé, mientras me dirigía hacia las escaleras.
La risa cesó al instante. Oculté mi sonrisa de suficiencia, y me giré hacia donde se encontraban mis acompañantes.
- ¿No nos acompañará, Su Excelencia?-preguntó mi hermanastra.
- Debo atender unos asuntos urgentes - escuché la voz monótona de Dom y agregó- me reuniré con ustedes en cuanto los haya terminado, con permiso.
Dominick hizo una reverencia para ambas, y desapareció por el corredor.
- Creo que me va a gustar mucho esta casa... No obstante, debo admitir que el color es deprimente, quizá pueda remodelarla después de la boda-susurró enigmáticamente Juliette, tomando la delantera y bajando rápidamente por las escaleras romanas.
Ni siquiera quería analizar las palabras de mi horrible hermanastra. En este momento sólo podía pensar en que no había visto a mi prometido en más de dos semanas; y que no había pensado en él más de cuatro veces en esta última semana.
Contuve un suspiro, y entonces al final del pasillo, estaba él, mi futuro esposo.
Edward era el prototipo de un perfecto caballero inglés. Era tan alto como Dominick, pero de contextura un poco más delgada y desgarbada. Siempre iba vestido impecablemente, y era muy elegante en sus movimientos. Pero lo que más llamaba la atención, era su bellísimo rostro y su rubio cabello, no en vano había sido llamado el "adonis" de la sociedad londinense. Hubiera sido más sorprendente si pudiera sonreír ante mis pensamientos.
- ¡No puedo creer que te veas más hermosa que hace unas semanas atrás!- exclamó con una gran sonrisa, mientras avanzaba rápidamente hasta donde me encontraba.
- Siempre dices lo mismo, Ed...-le sonreí en respuesta- empezaré a dudar sobre la objetividad de tus declaraciones.
- Soy un hombre afortunado porque voy a casarme con la mujer perfecta.-me sonrió, mientras me abrazaba fuertemente y acariciaba mi cabello.
-¡Quién soy yo, para contradecirle, ilustrísima!-contesté burlonamente.
- ¡Cómo he extrañado tu sarcasmo!-me acarició el rostro y agregó- Te he echado tanto de menos, cariño, que sólo me consolaba saber que tú me extrañabas del mismo modo.
La sonrisa se congeló en mi rostro. Odiaba hacerle daño a un hombre como él.
- También te he echado de menos, Ed- susurré evitando su mirada- Atesoré cada carta que me enviaste durante tus viajes.
-¡ Lo sé, lady Emma!-exclamó con una ligera carcajada y añadió sonriente- Te he traído un obsequio de París. Espero que lo adores, porque sólo verlo me recordó a ti.
- ¡Lo voy a adorar, estoy segura, Edward- le devolví la sonrisa.- te agradezco el dulce gesto de traerme un obsequio.
Él besó mi mano.
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Protégeme
Ficción históricaANTES LLAMADA EL HÉROE Y YO. LA PRIMERA NOVELA DE LA TRILOGÍA PERTENECERNOS. En medio de la temporada londinense, y a pesar de sus casi veintitrés años, Lady Emma Deitmonth era considerada un éxito rotundo. Los hombres la deseaban, las jovencitas la...