Capitulo 5

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Poco después de comer, Alyx salió de casa para volver al instituto. Había comido sola. Tanto su madre como su padrastro habían tenido comidas de negocios. Corrió hasta el edificio gris y se reunió con sus amigas.

            —Odio a Fisher —dijo Arya.

            —¿Estaremos solos?

            Miriam y Arya la miraron. No era la primera vez que la miraban de aquella forma tan extraña, como si estuviera loca.

            —¿Solos? ¿Quién más debería venir?

            Alyx se encogió de hombros. No quería volver a encontrarse a solas con Alexander.

            —¿Entramos?

            Después de dos crueles horas, Alyx se despidió de sus amigas y decidió dar un rodeo antes de volver a casa. El frío no era muy intenso y el abrigo negro la refugiaba cálidamente del viento helado. La nostalgia la invadía, echaba de menos a los amigos que había dejado atrás, en su antigua ciudad, y a los que posiblemente vería muy poco de ahí en adelante. Y, por supuesto, se encontraba Alexander. Le ponía nerviosa, incluso su mirada, tan fría, tan indiferente. No parecía alguien normal. ¿Y qué había querido decir Steve con aquellas palabras?

            Alyx se obligó a pensar más racionalmente; nuevamente se estaba dejando llevar por la imaginación. Algo en su interior le advertía de un peligro cercano pero, tras el temor del momento, únicamente quedaban los restos de las fantasías que creaban sus pensamientos.

            A medida que la luz se apagaba y los colores adquirían un tono gris, Alyx empezó a darse cuenta de que no sabía a donde se dirigía; no conocía los altos edificios que la rodeaban, ni reconocía haber pasado nunca por aquellas tiendas de escaparates ostentosos y muy coloridos.

            Fue entonces, al llegar a una zona de almacenes abandonados, cuando una luz plateada surgió entre alguno de los pabellones que se extendían ante ella. Su primer impulso fue girarse y volver corriendo, pero no tuvo ocasión de hacerlo.

            Una sombra oscura saltó por encima de los tejados y, tras suyo, un gran pájaro cubierto por una luz plateada acortaba la distancia que los separaba. El animal agitaba salvajemente unas alas rojas. Alyx alzó la cabeza, observando la escena entre la fascinación y el terror. La sombra saltó al suelo, muy cerca de ella y por primera vez quedó reflejada bajo la luz de la luna. No era un ser real, no podía serlo. Poseía un rostro bonito, pálido, exuberante, y sus ojos, grandes, exageradamente marcados, de un color indefinido. Era esbelto, alto y muy ágil. Pero lo que sorprendió a Alyx no fueron aquellos rasgos, sino las enormes alas blancas que sobresalían a su espalda. Tenían un color tan blanco que casi parecía estar mirando directamente a una luz. La criatura la miró, ladeando débilmente la cabeza, obligándola a penetrar en el interior de aquellos ojos.

            —¡No le mires a los ojos!

            Alyx sintió como una mano cálida le agarraba del brazo y, en décimas de segundos, se encontró con el rostro de la criatura a escasos centímetros del suyo. Sus ojos seguían contemplándola fijamente y Alyx se vio atrapada en ellos. La cabeza comenzó a darle vueltas mientras su cuerpo comenzaba a helarse y un horrible escalofrío recorría todo su cuerpo.

            No sabría decir que sucedió a continuación. El pájaro de plata llegó hasta ellos y se abalanzó contra la criatura, pero al verla vaciló y sus garras sólo llegaron a rozar levemente a la criatura. No obstante, ese instante bastó para conseguir liberarse de la cárcel a la que la habían arrastrado. Cayó al suelo, agotada, incapaz de moverse. Levantó la cabeza y vio como la criatura alada desaparecía entre los tejados de los almacenes. Le ardía la cara. Con esfuerzo se llevó una mano temblorosa a la cara y palpó algo cálido y húmedo. Era sangre.

Cazadores de ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora