Corrieron por los largos e interminables corredores con la esperanza de que las palabras de Reik no les hubieran conducido a una trampa. La duda y la inquietud estaba palpable en el aire que los rodeaba, temiendo, tal vez, haberse precipitado a una muerte ridícula e impropia de su rango. La situación desesperada no les había permitido estudiar un plan, o, al menos, meditar sobre las consecuencias de sus acciones. Siguieron corriendo. Nathan podía escuchar la respiración agitada de Steve cerca de él, pero era incapaz de verlo en la densa oscuridad que los rodeaba.
—Steve —llamó con la esperanza de oír la voz de su amigo.
—¿Qué? —respondió sin detener el avance.
Nathan no sabía cómo explicarle la sensación de claustrofobia que sentía en aquel lugar. Era la primera vez que él era el que iba en busca del enemigo y no al revés. Sentía la adrenalina de la locura y del miedo entremezclada en su cuerpo y no sabía decir si aquello le ayudaba o le dificultaba la claridad de sus pensamientos.
—¿Qué? —insistió Steve irritado.
Nathan suspiró.
—Nada.
Continuaron corriendo, guiándose con las manos extendidas o arrastrándolas por al húmeda y fría pared rocosa para indicarse cuando debían girar hacia un lado o detenerse ante un callejón sin salida.
Corrieron incansablemente hasta lo que a Nathan le pareció una eternidad y por fin comenzó a distinguir débilmente las paredes o las rocas del suelo, permitiéndoles avanzar sin la necesidad de moverse con los brazos como guías. La silueta de Steve a su lado se volvía cada vez más nítida y cuanto más avanzaban, más fácil le resultaba reconocer las facciones del muchacho. Sólo llegaron a cruzar un último pasadizo antes de detenerse bruscamente e interponer innecesariamente el brazo ante Steve. El muchacho había disminuido la velocidad a la misma vez que él, pero lo conocía muy bien como para saber que solía moverse más por instinto que por razonamiento.
Ambos permanecieron en silencio, observando la luz débil y danzarina que se reflejaba en algún punto a lo lejos. Nathan no hubiera podido decir con exactitud a cuanta distancia se encontraban de ella, pero se le antojó muy lejana, casi inalcanzable y una nueva sensación de inquietud volvió a inundarle la mente.
—¿Y ahora qué? —soltó Steve.
Nathan no lo miró. Se habían precipitado a los subterráneos sin un plan de ataque y ya era demasiado tarde para volver atrás. No sabían cuantos ángeles habría allí abajo pero las posibilidades de encontrar a Alyx y salir vivos con ella eran bastante limitadas. Se giró para enfrentarse a su amigo.
—Aquí abajo no podrás utilizar tus invocaciones —dijo a la espera de que Steve protestara. Éste, sin embargo, no lo hizo, le enfrentó con la mirada sin decir nada—. Es un lugar muy estrecho, los seres espirituales no podrían moverse y serían un blanco fácil. Perderías parte de tu energía innecesariamente —explicó, analizando el inexpresivo rostro de Steve. Deseaba más que nada saber qué pasaba por su cabeza en esos momentos, saber si lo había comprendido, o, por el contrario, se lanzaría en un acto suicida en cuanto llegaran al cuarto iluminado. La expresión de Steve era inescrutable. Reprimió un gruñido exasperado y se giró nuevamente—. Tendrás que luchar con mis armas—, continuó, esperando que se formulara un cambio en el joven; pero siguió igual de inalterable. Si tenía la oportunidad, y esperaba poder vivir para tenerla, le daría una buena paliza para intentar cambiar su desagradable actitud—. Has sido entrenado para luchar cuerpo a cuerpo y, aunque mis armas no te concederán el poder que a mí, que soy su portador, podrás protegerte.
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Cazadores de ángeles
Fantasy-¿Has visto un ángel? -preguntó, inclinando la cabeza-. Son seres divinos, de extraordinaria belleza; magníficos en su totalidad... Alyx levantó la cabeza para mirarle. Durante diecisiete años había creído que el mundo era todo aquello que podía ve...