Capitulo 10

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—¿Sospechan de ti?

            —Eso parece.

            —¿Qué piensas hacer?

            —Es demasiado peligroso que sigan con vida —susurró la voz.

            —Entiendo —dijo el ángel—. Pero también nos interesa el poder que poseen.

            —No puedo arriesgarme —insistió la voz con impaciencia—. Si descubren mi traición será el final.

            —Será tu final, humano, no el nuestro.

            La voz tembló de rabia.

            —Tenemos un acuerdo.

            —Cierto —dijo el ángel pausadamente. Le molestaba la presencia del humano—. Pero fuiste tú quien vino a nosotros. Jamás pedimos tu ayuda; no la necesitábamos. Tú acudiste a nosotros porque nos necesitabas. Bien, ahora resuelve ese problema, pero no me molestes más. Quiero el poder de ese chico. Tráemelo.

            —¡No puedo hacerlo!

            —Debes hacerlo —le corrigió—. No hagas que seamos nosotros quienes le atrapemos. Nos pediste que no les atacásemos hace dos días y no lo hicimos pese a tener la oportunidad. Además, si matas a aquellos que le rodean y a la humana que nos vio, podrás conseguirlo con facilidad y solucionarás el problema de la sospecha.

            —¡Estas hablando de matar a mis compañeros! ¿Cómo puedes decirlo tan tranquilamente?

            El ángel salió de las sombras a las que se había sumergido voluntariamente, permitiendo que la única luz de la lámpara revelase su rostro. El humano, también oculto, dejó escapar una exclamación de sorpresa.

            —¿Sientes alguna lealtad absurda a estas alturas? ¿Debo recordarte que te has unido a nosotros?

            —¡No me he unido a vosotros! —gimió la voz desesperada.

            —Cierto —rió el ángel.

            Su risa era cristalina, un murmullo acompañando a la brisa. Y su rostro era tan hermoso como su voz. Una piel blanca, casi translucida, recorría todo su cuerpo; sus ojos, grandes y claros, estaban tranquilos, con una inquietante paz interior. Y su cabello, largo, caía por la cintura con graciosas ondas doradas.

            —No te has unido a nosotros, nos sirves. Ahora obedece y retírate.

            El humano que tenía enfrente, aún oculto en la penumbra del mausoleo vacío, tembló de furia.

            —¿Cómo te atreves?

            El ángel le golpeó con la palma de la mano y vio como los ojos del humano ardían furiosos. ¡Eran tan simples los sentimientos humanos!

            —Me atrevo porque tú me sirves. Si te ordeno limpiarme los pies con la lengua, tú te arrodillaras dócilmente y lo harás, ¿comprendes? Tu vida está en mi mano y yo decidiré cuando pondré fin a ésta. No te conviene desobedecerme.

            El ángel contempló fascinado la mano con la que le había golpeado. Un acto tan simple y brusco, más propio de humanos que de ángeles, pero que tenía la misma eficacia en ambos seres. Era embriagador poder doblegar de aquella manera a un humano, humillarle con su propia brutalidad, saborear el odio y el miedo que le procesaba sabiendo que no sería capaz de atacarle. Sí, le gustaba esa situación.

Cazadores de ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora