Capitulo 18

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    El estruendo del arma al ser disparada resonó dolorosamente por toda la galería subterránea y sacó a Steve del sopor que la falta de aire le había dejado, comprobó que las garras habían disminuido la presión y el aire entraba nuevamente en los pulmones. Respiró agitadamente, llenándose los pulmones de oxigeno como si tratase de compensar por el que había perdido. Miró a Nathan que seguía de pie, con los ojos cerrados y la espada en una mano que caía rígida sobre su costado. Casi soltó un suspiro de alivio al comprobar que seguía con vida, que la bala había errado su objetivo, pero no entendió cómo, siendo una distancia tan absurdamente corta, a pocos centímetros de distancia, cuando la pistola prácticamente rozaba la frente de Nathan no había dado en el blanco.
   

—¡Nathan! —chilló, volviendo a sentir cómo las garras se cerraban sobre su cuello con fuerza.
   

Su amigo abrió los ojos y bajó la mirada para mirarle unos segundos antes de desviar la atención, inseguro, tal vez con la misma duda que él, sobre cómo era posible que siguiera con vida.
   

Para respuesta de ambos, mientras Steve conseguía recuperar la calma y comenzaba a condensar energía alrededor de su cuello y liberaba en parte la presión del abrazo mortal, el vigía que había disparado a Nathan comenzaba a mirar hacia arriba, hacia donde el techo se había venido abajo y el miedo y la incertidumbre se dibujaba en su rostro.
   

—¿Qué es esa música? —preguntó horrorizado, dejando caer la pistola al suelo y llevándose las manos a las orejas.
   

Steve intentó escuchar algo que no fuera el sonido chirriante y ensordecedor de decenas de garras bajo su cuerpo tras la grieta de la pared a su espalda. Ni siquiera la cavidad, ni las paredes recogían el eco de ningún sonido más y, mucho menos, una música.
    Todos los ángeles se llevaron las manos a los oídos y protestaban desesperados ante una música que sólo ellos parecían oír. Steve forcejeó para liberarse de las garras que le apresaban, preguntándose si aquellas criaturas correrían la misma suerte ante aquel sonido inexistente, al menos para sus oídos, pero sólo parecía afectar a los ángeles ya que ninguna de ellas aflojó la presión.
   

—¡Steve!
   

Nathan aprovechó la oportunidad que le daba la confusión para acercarse a él lo más rápido que pudo, cojeando, casi arrastrando su pie izquierdo y comenzó a liberarlo, cortando cada garra por las muñecas que caían a un lado y se retorcían como si aún siguieran con vida.
   

—¿Qué haces? —protestó Steve, haciendo fuerza con los brazos para conseguir sacar la cabeza por debajo de los brazos que seguían agarrándolo. Por mucho que Nathan cortase, surgían más brazos, nuevas garras que lo apresaban nuevamente. Parecía que había cientos de aquellas criaturas—. ¡Mátalos ahora! ¡A ellos!
   

Nathan dudó unos instantes, pero antes de que pudiera decidir nada, uno de los vigías, encolerizado, se colocó tras Nathan y levantó otra pistola, situando el cañón en la nuca de su amigo.
   

—¡Nathan! —chilló desesperado.
   

Los ojos de su amigo se abrieron exageradamente ante el frío contacto del metal del arma.
   

—Ahora no habrá ningún fallo —gruñó, tapándose uno de los oídos con la mano libre.
   

Steve siguió gritando, incluso llegó a tirar de las manos y patalear luchando por soltarse, pero lo tenían sujeto con fuerza y hasta llegaron a agarrarlo del pelo para impedir que consiguiera soltarse. Miró desesperado a su amigo y al ángel que tenía el rostro contraído por una agonía invisible, pero cuando movió el dedo que tenía en el gatillo, el arma se reventó y las balas salieron disparadas, impactando en la cara del ángel que cayó hacia atrás, agarrándose el rostro y chillando de dolor.
   

Cazadores de ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora