Capitulo 14

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Desde donde se encontraban, bajo el sauce y frente a la valla oxidada del cementerio, apenas distinguían las dos figuras ocultas en las sombras de la noche. 

            Una espesa niebla nocturna cubría las lápidas cercanas y se iba condensando a medida que se adentraba en el cementerio.

            Por unos instantes, se quedaron en silencio, contemplando a las dos figuras ocultas por una niebla impenetrable que parecía ir envolviéndolos.

            Todo estaba inmóvil, el aire, la niebla, pero de pronto una de las figuras se llevó una mano al cuello, ajustándose una bufanda turquesa que adornaba su garganta. Sus movimientos eran tranquilos, casi coquetos, como si estuviera frente a su novio en un lugar solitario permitiéndose unos momentos de intimidad, y no ante su enemigo.

            —Es ella —dijo Steve a su lado.

            Nathan sabía a quien se refería. Él mismo lo sabía. La había reconocido.

            —Esa... es mi respuesta a tu pregunta —susurró Raik con aspereza. Parecía que la escena le dolía más a él que a los dos humanos.

            Nathan no apartó la mirada de Rebeca. A su lado, semioculto entre la cortina blanca, se encontraba un ángel. Sus dos alas blancas brillaban intensamente, apartando con su resplandor la oscuridad o la niebla que parecía querer arrebatarle ese fulgor. El joven apretó con fuerza los dientes y los puños, sin sentir ya el frío helado que le había estado castigando todo el camino. Se sentía como un estúpido. Todas sus creencias e ideales que habían tardado años en tomar forma se estaban despedazando en pequeños trozos de cristal en un sólo día.

            —Maldita...

            Durante unos instantes, Nathan se quedó en silencio, contemplando a la mujer que había admirado mientras se alejaba del cementerio, salteando las tumbas teñidas de la suciedad que trae el transcurrir del tiempo y la maleza que había crecido por los caminos hace tiempo olvidados.

            —Lleva un tiempo dándole información sobre varios Cazadores —explicó el ángel—. Demasiado tiempo tal vez.

            —¿Por qué? —preguntó Nathan, intentando borrar la angustia de su corazón—, ¿Por qué nos ayudas? ¿Acaso esto no te beneficia a ti también?

            El ángel no le miró. Sus ojos estaban prendidos en la fisura del mausoleo donde minutos antes se habían encontrado las dos siluetas. Ahora, tan sólo quedaba el sabor amargo de una verdad tras la niebla que parecía intentar borrar lo ocurrido.

            —¿Por qué? —susurró el ángel como si meditase la respuesta—. Ya  te respondí —dijo finalmente—, porque me gusta jugar limpio.

            —¿Qué respuesta es esa? —insistió Nathan de mal humor.

            —La única que tengo.

            —¿De verdad quieres que me crea eso?

            —No. Tú puedes creer lo que quieras. Estás en tu derecho.

            —Dejaros de tonterías —les interrumpió Steve.

            Su amigo tenía el rostro rojo de frío y, muy posiblemente, de rabia. Sus ojos brillaban con la misma intensidad que antes lo habían hecho las descubiertas alas de su enemigo. ¡Qué irónico era el destino! Steve, que siempre había actuado como un loco impulsivo, sin razonar algo antes de actuar, había sabido comprender mejor que él la situación, sospechando de antemano, y mucho antes que él, la verdadera naturaleza de Rebeca y la equivocación que había cometido con su maestro. O, tal vez, él no había querido verlo.

Cazadores de ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora