EL SABOR DEL VERANO ETERNO

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EL SABOR DEL VERANO ETERNO

Las semanas, veloces, hacían que el paisaje abandonase su tonalidad naranja para dejarlo todo desnudo y frío. Las hojas habían desaparecido, las nubes parecían dominar los días. A veces llovía, a veces salía el sol y a veces, simplemente, se quedaba un manto gris sobre todo el pueblo.

Las estaciones cambiaban. Los corazones también.

Y sin que nadie lo hubiese planeado u organizado, sin poder controlarlo o definir el motivo por el que había sucedido, Mitsu había acabado locamente enamorada de la mirada de Yuuto; de su fuerza, de su sonrisa cuando reía y estaban a solas, de sus dudas y sus miedos. De su boca y la curvatura de su mandíbula.

Cada día, como una rutina que había estado ahí esperándola, Anna la acompañaba y luego la dejaba a solas. Y Mitsu hablaba con él, e intentaba traspasar aquel muro que siempre ponía entre ellos.

Al principio no había sido tarea fácil. Yuuto, con cara de malas pulgas, intentaba espantarla de todas las maneras habidas y por haber. Pero Mitsu, insistente, iba a su local cada tarde, y aunque él no le contestase las preguntas, ella hablaba mientras él trabajaba.

Y poco a poco, sin que ninguno de los dos pudiese luchar contra la marea del cariño, iban conociéndose cada vez más, haciendo de aquellas tardes un tesoro. Aprendían sus cosas buenas, y aprendían sus cosas malas. Yuuto, más de una vez, se exasperaba por las manías de Mitsu, que no hacía más que decirle que tenía el local desorganizado y sucio; y Mitsu, por su parte, se cabreaba con Yuuto cuando éste contestaba con monosílabos a sus preguntas.

A veces Yuuto la miraba cuando ella callaba. Otras era ella quien, a escondidas, observaba su rostro, su nariz, sus labios... y se preguntaba si era normal sentir tanto calor en un día de primavera. Pronto, las flores del cerezo lo inundaron todo, dejando las calles rosadas y alegres. Algunas tardes salían a pasear cerca del mar. Compraban en el puestito del señor unos dulces y se los comían mientras observaban el sol esconderse bajo el océano.

Pero Mitsu ansiaba que Yuuto se acercase a ella. Cuando estaban uno al lado del otro no podía evitar sentir como su piel se erizaba, como su cuerpo deseaba sus manos. Aquellas manos fuertes y firmes. Aquellas manos de hombre.

Mitsu tuvo que tragarse cada una de sus palabras al recordar las cosas horribles que había pensado de Yuuto en su momento. A medida que pasaban los meses fue descubriendo que era la persona más honrada y leal que había conocido nunca. Y que, si no había conseguido algo mejor en la vida, no era porque no hubiese querido. A Mitsu se le partía el corazón cuando, a veces, después de haberlo visto disimuladamente rebuscar en una caja dentro del local o en su propia cartera, venía a ella diciéndole que ese día no le apetecía ningún dulce. Mitsu sabía que esta vez, no era como con Anna. Él nunca aceptaría que ella le pagase algo.

Y quizás, fue en ese momento cuando Mitsu comprendió el motivo por el que al principio Yuuto la miraba mal. A ojos de él, ella era todo lo que él nunca podría ser.

Ambos se habían juzgados. Y ambos se habían equivocado.

— Siempre quise aprender a tocar el piano —Le confesó Yuuto un día en la playa, mientras lanzaba una piedra hacia el mar.

— ¿Por qué no lo hiciste? —Mitsu, sentada sobre la arena con su uniforme, se abrazaba las rodillas.

Él se quedó mirando otra piedra y luego la lanzó con fuerza.

— No sé dio la circunstancia —Contestó—. Pude estudiar lo básico en la escuela primaria... pero en secundaria no tuve la oportunidad, y después de secundaria, bueno... me puse a trabajar en el local.

Wagamama na Koi 2  EiENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora