Cuando Mitsuki había subido andando, despacio, por toda la cuesta hasta la casa de los abuelos de Yuki, deseaba con todas sus fuerzas que el camino nunca terminase, que fuese eterno, que cayese un rayo justo en la mitad separándolo en dos lados. Así ella podría darse la vuelta. Así no tendría que ser la daga que corta la piel.
Había tardado casi cinco minutos en tocar la puerta corredera. Se había quedado de pie, viendo la madera, mordiéndose los labios. Cuando había tenido la valentía de subir la mano y producir el sonido, aguantó la respiración mientras escuchaba los pasos por el pasillo. Daiki abrió la puerta, al verla, sonrió. Gracias a su pelo corto siempre parecía bien peinado, pero su camisa holgada reflejaba su personalidad desganada.
Mitsu no le había devuelto la sonrisa. Se le había quedado mirando, con los labios apretados, concentrándose en respirar. La sonrisa de Daiki había desaparecido de su rostro a los cinco segundos. Y, como si pudiese mirar más allá de ella, como si lo hubiese podido leer en sus ojos, tan sólo preguntó: "¿Qué le ha pasado?"
Mitsu pudo ser testigo de la más terrible decadencia en su alma. De cómo su respiración parecía haber desaparecido, de cómo se sostuvo con la mano en el marco de la puerta para no derrumbarse sobre el suelo, de cómo luego golpeó con el puño esa misma puerta, y de cómo, a pesar de todo, cayó sobre el porche, casi arrancándose los pelos, mientras se echaba a llorar desconsoladamente.
Mitsu también lloró. Pero ella se mantuvo en pie, mirando hacia el frente. Con las manos cerradas en puños y sin producir sonido. Respetó el silencio que Daiki necesitaba, respetó su tiempo de duelo y su tiempo para aceptarlo. Cuando estuvo preparado, casi diez minutos después de llanto e insultos a sí mismo, Mitsu lo había llevado a su casa. Daiki, a tres pasos detrás de ella, no habló en todo el trayecto.
— Daiki —Mitsu le sujetó por el brazo antes de dejarlo entrar en la habitación—, Yuki no necesita más drama —le susurró—. Necesita a alguien que pueda llevar la situación. Tampoco quiere que tus abuelos ni los profesores lo sepan así que te dejo a ti la decisión de encargarte de esto —Mitsu bajó el brazo—. Estaré en la cocina.
Daiki asintió, un asentimiento casi imperceptible. Luego se apartó de ella para entrar en la habitación. Yuki, acostado de lado sobre el futón y de espaldas a la puerta que daba al pasillo, miraba hacia el jardín del fondo. Al escuchar los pasos, se dio la vuelta. Daiki se sentó de rodillas, a su lado.
— Ey —le acarició el pelo—, ¿nos vamos a casa? —Le preguntó con una sonrisa.
Los ojos de Yuki se anegaron en lágrimas. Escondió el rostro sobre las rodillas de él y sus manos agarraron con fuerza el pantalón de su uniforme.
—...Daiki... Daiki...
Daiki siguió acariciando su pelo. Se mordió la lengua con tantas fuerzas que pudo saborear la sangre en su paladar. Pero no iba a llorar. Y aunque le costó un esfuerzo terrible, casi insoportable, aguantar las ganas de abrazarlo y desahogarse junto a él, se mantuvo firme, controló su respiración. Intentó ser la persona que Yuki necesitaba.
Sin necesidad de palabras, a los pocos minutos, cuando llegó el momento de marchar, Daiki lo tomó en brazos. Yuki no se negó. No dijo nada. Mitsu los esperaba en la entrada. Le abrió a Daiki la mochila que tenía colgada a su espalda y le introdujo una bolsa.
— Te he escrito todo lo que me ha dicho el médico. También están las cremas —Daiki no la miró mientras ella hablaba—. Mañana te llevo al colegio su mochila. No creo que la necesite estos días.
Él simplemente asintió con la cabeza. Sus brazos sostenían con firmeza el cuerpo de Yuki; él, con el rostro oculto en su pecho, no tuvo la fuerza para agradecerle a Mitsuki.
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Wagamama na Koi 2 EiEN
RomanceAquel fue el primer verano de muchos otros. A medida que los años pasaban y las estaciones cambiaban los sentimientos se hacían cada vez más fuertes. Pero en el amor siempre hay piedras que saltar, caminos que escoger... Y cuando cae una tormenta...