SE CONVIRTIÓ EN OLVIDO...

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SE CONVIRTIÓ EN OLVIDO

SE CONVIRTIÓ EN RECUERDOS

Yuki lo llamaba nostalgia, yo esperanza. Y aunque cada uno tenía una visión y una forma de observar la vida diferente, nos unía un mismo sentimiento y un mismo palpitar del corazón. El pasado. Solo el pasado era lo que me empujaba a seguir buscando la puerta abierta, el hueco en la pared. La grieta en la muralla de la mentira. Solo los recuerdos me permitían despertarme y tomar una bocanada de aire, y saber que él, de nuevo, estaría a mi lado. No podíamos decir que fuésemos felices, pero tampoco vivíamos en la agonía de no encontrarnos.

La melancolía se convirtió en nuestro pasaje durante el camino. Y los recuerdos quedaron cada vez más, y más lejos...

Fue un comienzo donde las pieles hablaban y las bocas callaban entre besos entrecortados, empapados en añoranza y cariño. Fue un comienzo duro, en el que las mentiras surgían con cada frase que soltaban. Cuando Daiki le decía a Sayuri que podía marcharse puesto que se quedaría haciendo trabajo en casa, cuando Yuki se despedía de Naoko con tristeza por tener que hacer horas extras en la embajada. Luego los ojos se encontraban. Y las yemas de los dedos, con vida propia, buscaban la calidez del cuerpo del otro. Y en una cama que todavía Daiki compartía con su mujer, Yuki dejaba su esencia entre las sábanas y el olor en su almohada. Hacían el amor excitados, temerosos de ser descubiertos en aquel pecado lleno de inocencia. Porque, ¿cómo iba a ser pecado algo tan natural como amarse?

Quizás el pecado fue alejarse...

— Hay algo de lo que me di cuenta—Daiki fumaba su cigarrillo sobre la cama, tumbado y con la espalda apoyada en la pared. Yuki descansaba en su pecho—. El nombre de Hiroki.

Yuki no dijo nada. Movía la mano sobre su vientre desnudo.

— Se escribe igual que el mío.

La habitación estaba tenuemente iluminada. Las cortinas totalmente cerradas. La puerta, con el pestillo.

— Tenía miedo de olvidarte —Confesó Yuki en aquel silencio—. De olvidarnos de nosotros.

Daiki apagó el cigarrillo en el cenicero de su mesilla de noche. Se acomodó para quedar cerca del rostro de Yuki. Yuki pudo oler su boca con aquel ligero aroma a menta y cigarro.

— ¿No lo recuerdas? —Sus mejillas se acariciaron, como animales marcándose con su olor—. Nacimos separados. Pero poco a poco, seremos uno. No puedes olvidarnos, Yuki. Nunca podrás hacerlo.

La mano de Yuki sujetó su brazo. Sus cejas se curvaron y tragó saliva.

No. Nunca podría olvidarse.

Luego se deshacían entre abrazos y miradas, y cuando Daiki veía el reloj de su muñequera, Yuki entendía que era hora de marchar. Se levantaban en silencio, mientras uno hacía la cama y el otro abría las ventanas para dejar escapar el pecado con el viento. Pero junto con ese pecado, aquel viento se llevaba también la alegría. Se llevaba la momentánea felicidad.

Sayuri llegaba a casa siempre tarde, se paseaba por el parque y se había apuntado a clase de costura para hacerle ropa al bebé que estaba esperando. Parecía enfermarse cada vez que veía a Yuki en la salita, con Daiki. Se saludaban fríamente, como si nunca se hubieran conocido. Pero, de alguna forma, Sayuri parecía haber calmado las ansias de odio. Parecía haberse encerrado en sí misma y en el niño que estaba esperando. Las semanas transcurrían tranquilas, sin otro problema que el que los pequeños daban de vez en cuando al ponerse enfermos. Hiroki volvió la escuela y Mimi comenzó la guardería. Naoko empezó a cultivar flores en el jardín, aceptando silenciosamente la marcha de su marido. El marido que una vez creyó que pudo amarla. Todo parecía haberse asentado en una armonía extraña y delicada. Y entonces, sin previo aviso, rompiendo la momentánea paz que se había conseguido en aquella guerra, llegó la pérdida para Sayuri que la marcaría por siempre y destruiría la poca esperanza que había albergado durante aquellos escasos meses.

Wagamama na Koi 2  EiENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora