SU SECRETO

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— Si no había personas ¿cómo saben que había dinosaurios?

Mitsu, sonriendo, se agachó para estar a la misma altura que su hijo, frente a ellos había un panel inmenso donde se recreaban las escenas del comienzo de la vida. Ryu miraba fijamente un pequeño lagarto con colores extraños.

— Pues porque cuando los dinosaurios murieron quedaron sus huesos, y gracias a ellos los paleontólogos pudieron recrearlos.

Ryu señaló con su dedo la extraña salamandra.

— ¿Y cómo sabían los paleantólogos de qué color eran? En los huesos no hay color, mami.

— "Paleontólogos" —Le corrigió ella—. Y respecto a tu pregunta, pues no lo sé. Habrá que preguntárselo a uno de ellos, ¿no crees?

Él asintió seriamente.

— Sí, quizás eso es una buena idea.

Mitsu se rio con suavidad ante la respuesta tan elaborada de Ryu.

— ¿Vamos a la siguiente sala?

Ryu volvió a asentir. Sin decirle nada, le cogió de la mano. Mitsu sonrió y le presionó suavemente los dedos antes de comenzar a caminar.

En todas y cada una de las cartas entre Mitsu y Yuuto estaba el nombre de Ryu. Aquel pequeño niño era por lo que ambos seguían luchando sin caer en la desesperación. Yuuto, en más de una ocasión, le escribía una y otra vez que gracias al dolor por el que habían pasado podrían ofrecerle a Ryu una vida mucho mejor. "Será feliz, Mitsu. Te lo prometo".

A través de las cartas Yuuto pudo observar el cambio en el alma de Mitsu, la tranquilidad que había adquirido, la madurez de sus palabras y la ilusión que Ryu le había dado. Mitsu, aunque tenía un hueco en su corazón, era feliz gracias a Ryu.

Pero ser madre no era fácil. Y muchas veces Mitsu lloraba desconsolada por no tener a Yuuto en aquella tarea, por no tener un descanso, por no tener un apoyo que le rebajase la responsabilidad de criar una vida. "¿Y si lo estoy haciendo mal?", pensaba una y otra vez cuando le observaba tocar el piano con sus pequeños dedos. "¿Y si le convierto en alguien infeliz?".

Ryu era especial. Mitsu observaba a sus compañeros de la escuela privada donde Wataru había decidido educarlo y a veces hablaba con algunas madres en las reuniones escolares. Mitsu se daba cuenta de que no se comportaba como los hijos de los demás. A sus siete años, Ryu sólo había llorado durante los cinco primeros meses. Y ni siquiera por aquel entonces lloraba con frecuencia. Tampoco se reía a carcajadas, ni jugaba en el jardín con la pelota, ni hacía travesuras. Ryu se portaba tan bien que para Mitsu era casi frustrante. "Todas las madres se quejan de sus hijos, de lo mal que se portan, de lo caprichosos que son, de que lloran, de que gritan... cuando eso es precisamente lo que deseo yo para Ryu".

Sólo hubo una vez, cuando tenía cinco años, que Ryu le pidió algo a su madre. "¿Se puede cambiar de padre, mami?". Mitsu lo había mirado desconcertada.

— ¿Por qué preguntas eso?

— Mi padre no me gusta.

Ella lo había mirado con cariño y se lo puso sobre las rodillas.

— ¿Te cuento un secreto? —Le susurró.

Ryu asintió.

— Hay otro papá que te está cuidando.

— ¿Y dónde está?

Mitsu puso una mano en el corazón de Ryu y otra en su propio pecho.

— Aquí.

Wagamama na Koi 2  EiENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora