ENFERMO DE MELANCOLÍA

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La casa era inmensa si la comparábamos con las típicas familiares japonesas, sin embargo no era lo suficientemente grande como para considerarla una mansión. Residencia de una familia inglesa que la había construido poco antes de la Segunda Guerra Mundial, la abuela paterna de Yuki, Akako, la había comprado cuando la guerra había llegado a su fin. La usaba como fuente de ingresos alquilándola a extranjeros que trabajaban como embajadores, abogados o investigadores que buscaban pasar una temporada larga en Japón. Después de su muerte, la casa quedó a nombre de Yoshimura Toshiyuki, su nieto.

Estaba en un barrio residencial donde abundaban familias de alto poder adquisitivo. Las casas eran grandes y antiguas, en su mayoría japonesas, cerca de la ciudad pero lo suficientemente lejos como para que fuese una zona tranquila.

Yuki, sentado en el sofá de la sala, miraba a Daiki. Estaba apoyado en el alfeizar de la ventana, mirando hacia el exterior. Desde hacía meses que Daiki pasaba la mayor parte del tiempo así, simplemente observando el jardín, buscando su libertad. Intentando aferrarse a una pizca de aire salvaje. Su alma, en Tokyo, se había consumido.

Habíamos llegado a nuestra nueva casa horas después de coger el avión. Estábamos ilusionados; parecíamos una pareja de recién casados que comenzaba una vida nueva. Los primeros días organizamos y decoramos la casa. En el piso de abajo estaba el comedor, la cocina, el salón y una oficina que hacía de cuarto de estudio. En el piso de arriba la habitación más grande se convirtió en nuestro cuarto. Otras dos habitaciones quedaron vacías, pero pensábamos que ya le daríamos utilidad con el tiempo. Y por último, en la habitación del tercer piso, hicimos un pequeño santuario para nuestros abuelos y Wara.

Sí. Aquellos primeros días no nos dábamos cuenta de lo mucho que habían cambiado nuestras vidas, de que ya no había acantilado ni estrellas, tampoco el silencio del bosque ni el aullido de perros salvajes. Vivíamos extasiados creyendo que todo iría a bien, que no importaba nada más que estar juntos. Para mí era así. Aunque extrañaba con toda mi alma los recuerdos que habíamos perdido y sentía que necesitaba respirar el aire fresco de la naturaleza, pude adaptarme a la vida en ciudad. Habiendo nacido y crecido en Tokyo era un ambiente familiar para mí.

Pero Daiki... Su corazón parecía ir consumiéndose cada día un poco más. Como si hubiesen atado al lobo de su alma salvaje en un poste, en medio de cientos de personas que pasaban ignorándole, en medio del ruido y las prisas. Daiki, a medida que pasaban los días, se volvía más vulnerable y atacaba con facilidad. Volvía de la universidad enfadado, como si aquel mundo no estuviese hecho para él. No conseguía hacer amigos, no salía, simplemente se quedaba mirando el jardín por la ventana, o salía a regar las plantas. A veces lo veía tocar con la palma de sus dedos la corteza de los árboles, otras veces lo encontraba jugando con el perro del vecino que pasaba de largo. Daiki no estaba hecho para la vida que acabábamos de comenzar.

Entonces me di cuenta de que él nunca había salido de Yamaguchi.

Y en ese momento, sin saber por qué, me sentí terriblemente egoísta por haberlo arrastrado hasta aquí.

Como bien había previsto Yuki, su padre decidió cortar sus relaciones en el momento en que entró en el partido liberal junto con Daiki. Ambos jóvenes habían accedido a la universidad para estudiar ciencias políticas. Yuki consiguió acceder a la de Tokyo, y Daiki accedió a otra de prestigio. Ambos, a la vez que estudiaban la carrera, iban tejiendo hilos buscando contactos para ir subiendo de escala dentro del partido político.

— Daiki —Él lo miró—. ¿Cenamos?

Ni Daiki ni Yuki tenían tiempo para hacerse de comer, por eso habían contratado a una persona que les hacía cada mañana la comida y la guardaba en el frigorífico. Daiki pagaba todos los gastos que tenían. Aunque Yuki venía de una familia con dinero, al crear la brecha entre su padre y él, había dejado de pasarle la manutención. Y por otro lado, To-chan, al ser el abuelo legal y biológico de Daiki sólo había podido dejarle la herencia a él debido a que nunca pudo llegar a cambiar su primer testamento. La única posesión de Yuki era la casa.

Wagamama na Koi 2  EiENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora