¿Será culpa de Badoo?
Pasaron tres meses desde que Igal y Fher tuvieron la enorme crisis que acabaría mellando siete años de convivencia. Las cosas parecían que no iban a solucionarse, pese a que tanto el uno como el otro habían intentado más de una aproximación. Pero ante cada posibilidad de restaurar el vínculo, reaparecía una y otra vez el fantasma de la infidelidad. Si algo Fher no estaba dispuesto a soportar eran los reproches y los celos de Igal. Si algo Igal no estaba dispuesto a tolerar era la posibilidad de que Fher continuara a escondidas ese romance. ¿Cómo podría viajar tranquilo a Paraná cada quince días? ¿Con qué entusiasmo continuaría apostando al futuro de los dos? ¿Había un futuro? ¿Estaban juntos aún los dos?
Lo cierto es que continuaron conviviendo en el mismo departamento durante todo ese tiempo, incluso durmiendo en la misma cama, aunque claro, sin siquiera rozarse los cuerpos. Pero ninguno quería abandonar la comodidad del cuarto principal, con un enorme ventanal con vista al río, luminoso y alfombrado, cuyas paredes estaban repletas de cuadros y adornos comprados en los viajes que la pareja había hecho por el mundo y con una serie de dispositivos tecnológicos que eran la envidia de cualquier vecino: un monitor led de cincuenta pulgadas conectado a una CPU de doble núcleo con un sistema de visión en tres dimensiones y lentes activos para el esparcimiento, un equipo de Blu-ray de última generación, un home theater con cinco parlantes inalámbricos, una PlayStation que aún no se comercializaba en el país y que habían adquirido en la tienda Amazon de Canadá para estrenar la American Express de Igal... En fin.
Al parecer, ambos estaban más adheridos a todo lo material que habían podido conquistar viviendo juntos que a su propia relación. Y ese romance furtivo de Fher no hizo otra cosa que poner en el tapete la situación, que estaba bien disimulada con uno u otro motivo. Quizá por eso, una vez que pasó el enojo inicial, los dos establecieron una especie de tregua en silencio, sin conversarlo. Pero levantaron una bandera blanca y dejaron de agredirse y de sofocarse con discusiones estériles. Eran conscientes de que se amaban de otra manera. En el fondo, continuaban pensando que iban a morirse juntos con una vejez tranquila y viviendo en algún lugar de Italia, pero ya no se deseaban como al inicio del romance, aunque continuaban siendo buenos compañeros y cada uno era muy cuidadoso con los asuntos y necesidades del otro. Por eso no podían engañarse. La pasión se había debilitado y era inútil hacer ironías con lo que sucedía. ¿Habría alguna solución para eso? ¿Tenían ganas de recomenzar?
Fher comenzó terapia en secreto. No dijo una sola palabra, pero todos los martes tenía turno a las diez de la mañana con una psicoanalista. Poco a poco fue pasando de aquel mutismo involuntario a una actitud más enérgica y despreocupada, como si ya entendiera en su interior que la situación estaba resuelta y que había que continuar lo mejor posible hasta que surgiera otra oportunidad. La ayuda psicológica lo ayudó a desapegarse bastante de Igal, porque pese a que le había sido infiel, seguía muy pendiente de las cosas de su novio (¿podemos seguir llamándolo así?) y era bastante celoso de él.
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No pude decirte adiós (buscá también la versión impresa)
Romance"No todas las historias de amor tienen finales felices. A veces la vida nos golpea fuerte, y tenemos que dejar ir aquello que más amamos. Esto le pasó a mi ahijado Giuseppe. Él sufrió el peor dolor de todos al perder a su gran amor, pero logró poner...