¿Será culpa de Badoo? (cont.)
* * *
Abril ya estaba bien instalado en el calendario y aún no había noticias de que empezara a hacer frío. El otoño demorado ponía, no obstante, cierto clima nostálgico al ambiente que no se terminaba de definir entre un veranillo algo fresco o un otoño carnestolendo. Algunas hojas ya habían comenzado a tornarse amarillas, pero la inmensa mayoría de los árboles continuaba rezagada, como si el estío tuviera serios inconvenientes para alejarse de aquella ciudad costera, próxima a la capital de Chaco. A un costado del río se veía el puente General Belgrano que unía Corrientes con Resistencia, que desde Barranqueras parecía tan largo como si fuera un enorme intestino devorado por miles de gusanos —los autos que circulaban por él— y que en todo momento estaba transitado. Mañana, tarde y noche... ¿Jamás descansaba la gente? ¿Qué necesidad imperiosa tendrían de vincularse correntinos y chaqueños todo el tiempo?
Las luces del puente eran percibidas como un juego de señales desde el balcón del amplio apartamento de la única torre alta de la ciudad chaqueña donde la ¿pareja? formada por los chicos tenía un piso tan cómodo y espacioso que les impedía mudarse a alguna de las dos grandes capitales que, juntas, sumaban más de un millón de habitantes en aquella región del nordeste.
Barranqueras era un pueblo tranquilo, una especie de alivio para el nerviosismo habitual de la capital chaqueña, un sitio pintoresco que continuaba fiel a su tradición aborigen, sosteniendo un mercado artesanal pleno de productos de cestería, arcilla y tallas de madera que los nativos qom ofrecían a los turistas junto con frutos, mermeladas y también pescados obtenidos mediante métodos de captura antiguos que aún se practicaban en el río Paraná.
No había mayor diversión en Barranqueras. Pero Fher e Igal se habían acostumbrado a desarrollar sus actividades sociales en las principales urbes de las dos provincias. Igal estudiaba en la academia italiana de Corrientes y asistía al club Regatas de aquella ciudad. Fher aprendió cocina hurgando entre uno y otro centro de estudios de Resistencia, pero prefería el gimnasio Atlethic de Corrientes, quizá porque quedaba a pocas cuadras de donde practicaba deportes Igal, quizá porque quería de algún modo seguir controlándolo, o quizá porque solo le gustaba la parsimonia del centro correntino, que estallaba de calor en pleno abril, sin intenciones de mudarse por más crisis afectiva que tuviese.
Igal nunca supo si aquel tipo que ¿continuaba? en la vida de Fher era correntino o chaqueño, y a esta altura de las circunstancias, le daba igual.
De una manera o de otra, la rutina se había apoderado de los dos hombres que iban y venían en el mismo auto diariamente a Corrientes para desarrollar sus actividades. Acostumbrados a manejar por aquella ruta, cruzaban el puente sin la más mínima expresión de asombro, algo que por lo general se apodera de los turistas cuando se enfrentan a la enorme mole de cemento que ofrece Corrientes. Cual postal colorida, un espectáculo interminable de colores se observa desde el puente. De día, la enorme costanera, con árboles floridos en cualquier estación y la playa Arasatí a un costado. De noche, una infinidad de luces que emanan de los altos edificios de una ciudad que comenzaba a modernizarse de a poco, pues su arquitectura colonial iba dando paso a los cubos de hormigón de más de quince pisos que se elevaban cercanos a la costa.
Una tarde cualquiera de ese mes de abril de dos mil doce, habían descendido del puente disponiéndose a tomar la avenida 3 de abril con rumbo al centro de Corrientes, cuando Igal levantó los ojos y vio un letrero con los colores azul, celeste, verde, anaranjado y rojo que llamó poderosamente su atención. Nunca había reparado en él. ¿Sería una nueva propaganda, o estuvo allí desde siempre y permanecía invisible a sus ojos? Era un anuncio publicitario de Badoo, una de las tantas redes sociales de encuentros, que estaba dispuesto estratégicamente en una de las torres de la colectora.
«¿Aún existe Badoo?», pensaba Igal.
«¿No tenía yo un perfil en esa red, el que dejé de usar cuando me comprometí con Fher? ¿Será que aún sigue activo? ¿Podré rehabilitarlo?», se preguntaba.
Fher no alcanzó a percibir en el rostro de Igal ningún destello de sorpresa al ver el letrero. De hecho, ni cuenta se dio de ese cartel que estaba a su diestra. Ensimismado como iba en su mundo interno, solo movía las manos para cambiar la canción que iba reproduciendo su MP4. Aquel dispositivo tenía el volumen tan alto que permitía que escapasen los sonidos pese al auricular que llevaba puesto. Rihanna estrenaba su Unapologetic y entre Right now y Love song alternaba Fher musitando en un inglés defectuoso el final de cada frase, con el mismo estilo que la cantante barbadense a la que admiraba.
Pero Igal encendió una nueva chispa de curiosidad en su interior y se decidió a reabrir su perfil en la red de encuentros. Esa misma noche iba a bajar la aplicación a su celular y esperaba recordar la antigua contraseña, porque si no se vería obligado a crear un nuevo perfil, y aquello le fastidiaba demasiado.
La tarde transcurría con la cadencia propia de siempre. Después de haber remado durante una hora y media en un bote doble con la compañía del Colo Saturnino, estaba Igal sentado en la confitería del club viendo cómo el oleaje del Paraná arrastraba una balsa de camalotes mientras sorbía un energizante de fresa aguardando el horario para ingresar al estadio de musculación. Todavía faltaba media hora para que habilitasen su ingreso, y para acortar el tiempo decidió descargar la aplicación de Badoo al móvil.
En menos de diez minutos estaba reiniciando el equipo y se disponía a investigar los cambios que había sufrido la aplicación desde la última vez que la había usado. Estaba mucho más interesante, ahora daba la opción de emitir un puntaje basado en estrellas, calificando a otros usuarios según el grado de atracción que ejercían sus fotografías. Por fortuna, recordó la contraseña y no tuvo que volver a empezar con el registro. Solo debía ponerse al día con la red y votar a otros participantes, porque su nivel de popularidad estaba muy bajo tras tanto tiempo de inactividad. En veinte minutos había nominado a más de cuatrocientos usuarios. La mayoría no calificaba con su perfil de belleza idealizado. Aunque, entre tantos chicos que desfilaban por la pantalla, algunos le habían llamado la atención. Pero tenía que ingresar al gimnasio, su entrenador lo llamaba con un gesto y allá fue, pensando si era correcto o no lo que hacía. De algún modo Fher se había encontrado con ese hombre, ¿será que Fher usaba la misma red social o cómo lo habría conocido?
Esa noche, sentado en el balcón comenzó a hilvanar los últimos momentos de su vida. La luna parecía guiñarle desde el cielo y estaba absorbido por sus recuerdos melancólicos cuando escuchó un sonido que provenía del celular. No reconoció el bip y observó la pantalla con curiosidad. Era una notificación de Badoo. ¡Un usuario le había respondido! La red social titilaba mientras cargaba el mensaje:
«Usted tiene una atracción mutua».
¿Quién sería? ¿Estaba sucediendo en verdad? No iba a demorar mucho tiempo en averiguarlo.
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Bien, acá culmina el primer capítulo, ya tenemos el lugar geográfico donde se desarrolla la historia. ¿Alguien conoce las ciudades que se mencionan en el capítulo? ¿Han cruzado alguna vez por el puente Gral. Belgrano? A Fher parece gustarle mucho Rihanna, ¿hay algún fan de ella por acá? También empiezan a aparecer los amigos de Igal... en este capítulo sabemos que es deportista, y tiene un compañero de remo pelirrojo. Y algo que será fundamental en esta historia, la presencia de las redes sociales. Imagino que conocen Badoo y varios deben ser usuarios de esa red ¿o no? ¿Se animan a contar cómo les ha ido usándola? No hace falta grandes detalles, solamente si alguna vez les sucedió algo como lo que está pasándole a Igal. Comenten qué les está pareciendo (y como siempre, no sean malos, déjenme una estrellita, no cuesta nada, es solo un clic). El sábado entonces estaré subiendo las dos partes del segundo. Si les gusta recomienden la historia a sus amigos... Saludos y hasta dentro de un par de días!
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No pude decirte adiós (buscá también la versión impresa)
Romance"No todas las historias de amor tienen finales felices. A veces la vida nos golpea fuerte, y tenemos que dejar ir aquello que más amamos. Esto le pasó a mi ahijado Giuseppe. Él sufrió el peor dolor de todos al perder a su gran amor, pero logró poner...