Envuelto en un toallón violeta súper absorbente, sin más accesorios que su cadena de oro al cuello y varias gotas de un delicado perfume, comenzó a observarse con detenimiento al espejo del antebaño y de nuevo se sintió a gusto con su cuerpo. Se sentía feliz. Radiante en el último año de su tercera década y con más vigor que en sus años adolescentes.
No comprendía qué era lo que más le impactaba de él a Manuel, si era algo puramente corporal, si era su sonrisa franca, entre ingenua y seductora —festejada por hombres como por mujeres—, si era su contextura, sus pectorales y espaldas que exhibían el trabajo de varios años practicando deportes acuáticos, sus piernas firmes que no se quedaban atrás. O tal vez sus brazos, que eran la envidia de más de un competidor en el club. Igal tenía buen aspecto y parecía diez años menor sin proponérselo. Era coqueto y elegante, y aun en los años de peor fortuna se las había ingeniado para vestir a la moda, con su estilo urbano, casual y desinhibido.
Ignoraba si el mocito se había deslumbrado con la cordura que se filtraba, sin dudas, en sus diálogos. El nivel cultural y la ortografía del joven habían causado viva impresión en Igal. El docente veía que estaba en presencia de un muchacho inteligente y culto, que se esmeraba por expresarse bien y que no escatimaba el uso de recursos lingüísticos bien estructurados, combinados con una serie de palabras informales, propias de su juventud, que les daban un tono encantador a sus conversaciones virtuales y también al único diálogo personal que de momento habían tenido. Era posible que Manuel hubiese advertido en él algunas características semejantes.
Pero una de las cosas que más le gustaban era que lo llamaba cariñosamente «bonito». Y sí, esa mañana, parado frente al espejo y observándose con detenimiento cada uno de sus músculos, se sentía bonito. Más que en otras épocas.
Luego de un frugal almuerzo consistente en un consomé de verduras y cuatro o cinco cucharadas de ensalada Waldorf, tomó su acostumbrado batido proteico y una pastilla de ginseng rojo de Corea y alistó su equipo deportivo para ir a Corrientes. Al bajar del puente volvió a notar el letrero de Badoo que había sido causante de su renovada alegría. Con un guiño cómplice y un pulgar arriba lo saludó como si fuera un viejo amigo y le dijo «gracias» en silencio. No sintió vergüenza por haberlo hecho, por el contrario, reía entusiasmado al tiempo que decidía acortar camino por la calle Buenos Aires, así que se acomodó en el carril de la izquierda para poder ubicarse en la cola de vehículos que pretenden doblar hacia esa mano en el primer semáforo de la avenida 3 de abril, en dirección al centro.
Una vez que cruzó la tradicional iglesia de la Cruz de los Milagros, condujo algunas cuadras por la misma calle y dobló en la esquina de su empalme con Quintana, con un solo objetivo: pasar por el frente del edificio en que vivía Manuel. La noche anterior, le había dicho cuál era esa torre, y la recordaba porque siempre le había llamado la atención cuando cruzaba por allí. Era un moderno edificio que se erigía en la esquina de Córdoba y Quintana, de varios pisos, y un estilo que rompía con el paisaje tradicional de casas coloniales del casco céntrico de la ciudad quingentésima.
Su objetivo no era «hacer la pasada» por frente al edificio de Manuel. Quería verlo de cruce y guiñarle un ojo. O percibir desde el vehículo cuál de tantos sería su balcón. Necesitaba verlo, aunque más no fuera un segundo. Porque ya debería estar de vuelta en su casa, ya eran prácticamente las tres de la tarde y sus clases culminaron al mediodía.
El último mensaje de texto lo había recibido mientras desayunaba en el bar, y pese a que en varias ocasiones había ingresado al aplicativo de WhatsApp para ver si se encontraba en línea, no había querido interrumpirlo. No le parecía correcto ser demasiado insistente con los mensajes. No al menos al inicio, prefería que fuera el chico quien llevara la delantera. Ya se irían desenvolviendo los acontecimientos en aquella relación que ahora tenían, bastante extraña, por cierto. ¿Una relación de amantes? Eran solo encuentros para tener sexo, lo habían acordado. ¿Eran solo encuentros? ¿Había sido solo sexo?
A medida que se acercaba, disminuyó la velocidad, a punto tal que ya parecía un patrullero en ronda. Pero no pudo ver ni siquiera la sombra de Manuel. ¿Estaría durmiendo una siesta? Quizá el cansancio propio del pernoctar sexual sumado al esfuerzo intelectual que habría tenido que hacer para mantenerse despierto en clase le exigía un descanso reparador, sobre todo si esa noche el plan era verse. Igal sabía que debía hacer lo mismo, sin embargo, no podía conciliar el sueño y había ido a remar, o al menos esa era la excusa para pasar por el frente del edificio del muchacho una y otra vez. Una y otra vez porque, como no lo vio, giró hacia la derecha por calle Córdoba hasta llegar a Plácido Martínez y dio vueltas a la manzana para retomar por Quintana y pasar una vez más, intentando encontrar alguna ropa colgada en el tendedero de algún balcón, pretendiendo adivinar si era de Manuel o no.
Definitivamente, no era buen detective. No lo había sido siquiera en su relación con Fher, puesto que no pudo percibir que estaba siendo traicionado, y tampoco lo era ahora. Todos los balcones le parecían iguales y los pocos que tenían alguna ropa aireando en su tendedero, tenían prendas idénticas. O al menos, no las diferenciaba desde su lugar de conductor del auto que ya había dado cinco vueltas por la zona, y debía irse antes de que algún vecino llamase al comando radioeléctrico por miedo a que se tratase de un delincuente.
Así que, tras el último giro, decidió cambiar la ruta y dirigirse al club donde lo estaría esperando su compañero de remo, porque en definitiva esa noche vería a Manuel en vivo y en directo y no iba a decirle que había estado rondando su casa. No quería que el muchacho pensara que era un acosador o algo semejante.
Estaba feliz de que el gurrumino se hubiera ausentado por varios días. ¡Que no se le ocurra llegar antes del domingo, como había prometido! Observó su aplicativo de WhatsApp para ver si Fher estaba conectado. No lo encontró en línea y decidió que luego le enviaría un mensaje para pedirle que no regrese antes de lo pautado. Pero lo iba a hacer más tarde. Estaba ingresando al parque Mitre por una de las calles laterales y a lo lejos veía al Colo que lo saludaba con las manos en alto mientras entraba al club con un bolso bastante llamativo.
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Bueno, he cumplido y les dejé otro capítulo esta semana, ahora sí hasta el sábado... ¿Qué sucederá? Hemos visto que a Igal le pegó bastante fuerte el encuentro... pero al parecer a Manuel también... comenten...
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No pude decirte adiós (buscá también la versión impresa)
Romance"No todas las historias de amor tienen finales felices. A veces la vida nos golpea fuerte, y tenemos que dejar ir aquello que más amamos. Esto le pasó a mi ahijado Giuseppe. Él sufrió el peor dolor de todos al perder a su gran amor, pero logró poner...