Capítulo 3.1: Algo crece en mi interior

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Pero, ¿qué es? ¿Será el amor? 

Dos semanas transcurrieron desde el primer contacto entre Igal y Manuel

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Dos semanas transcurrieron desde el primer contacto entre Igal y Manuel. La tenue brisa de un sol de mayo comenzaba a asomar por el balcón de la alta torre en Barranqueras, e Igal seguía pensando que aún no podía hallar el cortinero que se hiciera cargo de reparar el defecto de la persiana de su cuarto. Pero estos días se habían precipitado con tal euforia que poco y nada le molestaba amanecer con un haz de sol en la vista. Por el contrario, hasta le daba placer esa luminosidad que otras veces lo había despertado malhumorado.

Durante estas dos semanas, su vida se había transformado. Ya no pensaba ni siquiera remotamente en la traición de Fher y en todo lo que se había fracturado con aquel descubrimiento. Sus alumnos virtuales percibían un entusiasmo particular al momento de brindarles las tutorías. Incluso, uno de ellos sugirió que el profesor parecía enamorado al escribir un mensaje informal en uno de los foros que estaban habilitados en la plataforma que les servía de aula. ¿Estaría enamorándose? ¿Era tan evidente que la sola presencia de ese muchacho le estaba cambiando la vida?

Lo cierto era que no podía disimular su natural torpeza, por el contrario, estaba potenciando este defecto pues la mayor parte del tiempo semejaba distraído, con la mirada perdida en la distancia, como si estuviera recordando algún acontecimiento, preso de una mágica evocación. Fher lo reprendía a cada momento.

—¿Otra vez estás tildado? —Le decía—. ¿Te estás sintiendo bien últimamente? ¿No querés que te acompañe al médico?

Nunca se había sentido tan bien en su vida. Bueno, sí lo había hecho cuando inició su romance con Fher... El gurrumino no había sido su primer amor, pero sí el primer hombre con quien había convivido. Por él se había jugado y se había plantado con firmeza ante la sociedad de entonces, bastante conservadora, y pese a todo, había logrado el respeto de más gente de la que pensaba. Pero esto era diferente. Era una emoción tan cálida y repentina que parecía que nunca había experimentado algo semejante. Volvía a sentirse un adolescente.

Estaba, sin darse cuenta, atravesando una etapa muy intensa del enamoramiento, aunque no se animaba a llamar amor a lo que sentía, porque nunca se había encontrado en persona con Manuel. Todo era mediado por la tecnología y no estaba seguro de que existiese la categoría que definiese el amor virtual. ¿Pero tan diferente podía ser al amor real? ¿O era una variedad de él, una nueva manera de manifestarse, mediante dispositivos modernos y sofisticados que permitían incluso expresar cabalmente emociones mediante símbolos? Si era tan real su aula digital, si en ella sus estudiantes podían expresarse con tanta naturalidad como si fuesen alumnos presenciales, ¿por qué no habría de serlo esta rara especie de sentimiento que comenzaba a brotar en su interior?

La rutina de Igal estaba demarcada por los encuentros nocturnos. Cualquier actividad podía posponerse menos esa. Encuentros, como era obvio, virtuales. El gran mediador entre él y Manuel tenía un nombre: Badoo. Badoo había oficiado de Cupido y era hasta el momento su más grande aliado. Si no hubiese sido por la red social, no estaría viviendo momentos tan intensos que no se animaba a describir pero que sentían tan profundos que era imposible descategorizarlos.

No pude decirte adiós (buscá también la versión impresa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora