La Fortificación

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Nota: por favor, vean el gif de arriba. Sí, ese de Dylan con camisa blanca en un fondo blanco dando las gracias por su premio. ¿Realmente no notan lo nervioso que está? ¡Incluso llega a sudar de los nervios (ansiedad social)! Y no es porque en el recinto hacía calor porque tengo otra foto donde sale con la chica y el chico que estaban en el mismo escenario que él (los que presentaron/entregaron el premio) y no están ni parecidos a cómo está Dylan ahí. NO es el típico nervio de salir a hablar frente a muchas personas como nos pasa a todos. Dylan tiene miedo a estar frente a tanta gente, solo, y lo único que hizo fue decir gracias y que prácticamente era irreal que él ganara. Poco menos que no se merece haber ganado el premio.
*     *     *     *     *

–En cinco minutos empezamos, ¿de acuerdo? –nos dice una mujer de cabello rubio, haciéndonos una seña con la mano que tiene libre para llamar nuestra atención. En la otra lleva varios papeles con las respectivas preguntas para cada invitado que pise este suelo el día de hoy.
Thomas tiene los brazos colgando a cada lado de su cuerpo. Parece relajado y me pregunto cómo es que lo hace para que no se le vaya la olla con esa posición. Cuando me coloco igual a cómo está él, me empieza a dar un cosquilleo en la piel de la parte interior del codo, y no cesa hasta que me cruzo de brazos.
Aprovechando de que nadie está mirando, me acerco hasta su oído para hablarle más privadamente aunque no sea ni remotamente necesario. Quizás, solo quizás, es una excusa para estar más cerca de él sin que nadie me lo cuestione ni se extrañe por ello.
–Por tu culpa perdimos en el Laser Tag –susurro a escasos centímetros de su oreja.
Thomas se gira tan bruscamente debido a la sorpresa que por poco nos estampamos boca con boca. Nadie parece notarlo, pero nosotros sí. El calor se me sube al rostro y aunque sé que él también está nervioso, sus mejillas no alcanzan a tornarse ni siquiera de color rosa pálido.
Thomas es así: sabe mantener la compostura incluso en situaciones como estas.
Sus labios se fruncen un poco y me doy cuenta de que es porque está evitando reírse. Pero así de rápido como aparece aquel atisbo de sonrisa, se esfuma, dando paso a una expresión de completo recelo.
–¿Cómo te...? –pregunta, frunciendo el ceño a la vez que echa la cabeza hacia atrás a modo de incredulidad–. No lo dices en serio.
Quiero sonreír y decirle que es una broma, pero tampoco es del todo mentira.
Al momento de hacer equipo, repasé mentalmente todas las opciones que tenía. Cualquier ser humano en la Tierra se sorprendería de la velocidad con que una idea se traspasa de una neurona a otra, dentro de mi cabeza. Pero, aun así, los chicos no me dieron el tiempo suficiente para anticipar cada uno de los posibles resultados que esto podría conllevar. Mi mejor carta era Rosa por dos grandes motivos: la primera era que, al ser del equipo contrario de Thomas, podría usar como pretexto el juego para ir a por él. Y la segunda... bueno, estaba pensando en que podríamos apostar algo. De esta forma, si salíamos victoriosos Rosa y yo, podría cobrarle algo a Thomas.
Sí, todo se resumía a él y en lo que el juego podría beneficiarme.
Pero cuando estaba por gritar a los cuatro vientos "Rosa y yo seremos el rojo", Thomas me golpeó suavemente el pecho con el dorso de su mano y le dijo a los chicos en voz alta:
–Me quedo con Dylan.
Muy bonito gesto. No voy a negar que por poco se me escapa la risa tonta cuando le oí decir aquello, pero luego recordé mi plan y me llevé la mano a la frente por la frustración. Tampoco pude rehusarme a hacer equipo con él porque Ki y Rosa habían chocado los cinco en esos pocos segundos en que me invadió la desesperación, y vi cómo mi oportunidad de estar con Thomas se iba al tacho de la basura. Y, efectivamente, la agilidad de Ki sumado al entusiasmo y la rapidez de Rosa, los hicieron ganadores del juego.
–Claro que lo digo en serio –respondo, volviendo a la realidad de golpe.
–Tu problema es que no sabes cubrirme las espaldas –se justifica Thomas, rascándose el cuero cabelludo con el dedo índice de una forma tan sutil y elegante que me hace querer abrazarlo sin importarme las personas que están presentes.
–¡Cuando hicimos la estrategia, te dije: tú cúbreme de Ki, yo mato a Rosa! ¡Fue la primera cosa que acordamos!
De reojo veo un manchurrón celeste moviéndose detrás de Thomas, pero hago caso omiso a los sonidos del fondo y las personas yendo de un lado para el otro. Thomas, en algún momento de la discusión, ha girado su cuerpo para quedar totalmente enfrente de mí. Sus pupilas se han agrandado más de lo normal y ahora sus ojos parecen dos esferas completamente negras.
–Nunca acordamos eso –dejo escapar un bufido ante su comentario y abro la boca para responderle, pero él vuelve a hablar enseguida–. Iba a decirte que rodeáramos las estructuras cada uno por un lado para así poder atacarlos desprevenidamente.
Por una milésima de segundo no se me ocurre qué contestarle, pero entonces suelto una frase seca y cortante con más indiferencia de la que pretendía.
–Pero no lo hiciste.
–¿El qué? –pregunta.
No se mueve desde donde está parado, como siempre. Nunca puede dar un paso sin que lo dé yo antes.
–Decírmelo, Thomas. Decírmelo –hago una pausa corta para respirar por la boca–. No me dijiste tu plan.
Lo que hace a continuación, lo anoto en la lista de pocas veces en que Thomas se pone realmente nervioso. La mitad superior de su cuerpo retrocede, pero sus pies siguen donde mismo. Su mirada se pierde en alguna parte de mis ojos y sé que, en verdad, está mirando cualquier cosa menos a mí. Ahora mismo parece más pequeño que nunca y eso me asusta. ¿Me habré excedido con la broma de echarle la culpa por haber perdido en el Laser Tag? Espero que no, porque no podría perdonarme iniciar una horrible pelea entre los dos sin haber sido esa mi intención.
–Sí, tienes razón. No te lo dije porque...–fija su vista en Ki y agrega en voz muy baja, tan baja que apenas y logro escuchar lo que dice–: parecías más entusiasmado en hacer equipo con Ki. O Rosa. O incluso el señor que nos entregaba nuestras armas y nos enseñaba cómo usarlas. Parecías más emocionado de jugar con cualquiera de ellos, con cualquiera menos conmigo.
El corazón me golpea el pecho con tanta fuerza que, por un momento, me da el vago presentimiento de que me va a romper las costillas con tal de escapar. Todo dentro de mí quiere abandonarme. Lo que menos quería era que él pensara eso. Cada decisión que tomo últimamente es para complacerlo y estar con él, ¿por qué iba a pensar que yo no quería estar a su lado? ¡Hasta había repasado en la posibilidad de ser su rival para lanzarme sobre él y hacer una lucha cuerpo a cuerpo en medio del campo de batalla! Por Dios, y ahora nada de lo que le diga lo hará sentir mejor. Creerá que solo estoy tratando de hacerlo sentir bien, y no es así.
–Eso no es cierto. Claro que quería jugar contigo.
–Sí –me dice en un claro tono de sarcasmo, y la conversación finaliza en ese preciso instante ya que la misma mujer de hace un rato nos hace sentarnos en los asientos que dispusieron para los entrevistados.

Dylmas (Dylan y Thomas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora