Pero

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Yo también tengo miedo, confieso antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo.
Lo extraño, y a la vez no, es que ni siquiera yo me había dado cuenta de cuán asustado estaba. Y no precisamente ahora, sino en la vida en general. Lo estaba constantemente. Pero, ¿por qué? ¿Por qué dejo salir todo lo que llevo dentro justo cuando tengo a Dylan entre mis brazos, contándome sus temores?
No quiero parecerle egoísta, es sólo que ni yo mismo he podido controlarme.
Él permanece inmóvil, con la cabeza escondida en mi cuello y sus brazos alrededor de mi cintura.
–¿Miedo? –pregunta.
–Olvídalo. No sabía lo que estaba diciendo –respondo automáticamente en voz alta, pero más para mí mismo que para él.
Actué por instinto, eso es todo. No tengo por qué contarle nada más. O... quizás sí deba. Dylan me ha sido más sincero que nunca. Pero no, no es lo mismo.
No puedo.
Dylan levanta la cabeza hacia arriba, apartándose de mí. Tiene los ojos entrecerrados y la boca semiabierta. De pronto le aparece una mueca de incredulidad en el rostro que me hace querer ponerme de pie e irme de aquí.
No me cree ni por un segundo. Sabe que hay algo que no le estoy contando, pero lo que no sabe es que ése algo me lo he ocultado incluso a mí mismo.
Mi cuerpo actúa otra vez por sí solo. Me afirmo en el hombro de Dylan para ponerme de pie y me dirijo rápidamente hacia la cama. Tal vez si estamos más cerca de la oscuridad, y no tan expuestos a la luz de la luna, no me dé vergüenza mirarlo a la cara cuando le hablo.
Dylan no se para inmediatamente después de que lo he hecho yo. Supongo que prefiere observar mis movimientos, porque siento su mirada en mi espalda mientras atravieso la habitación en busca de algún sitio donde refugiarme.
–¿Miedo de qué? –vuelve a preguntar.
–No lo sé. Sólo lo dije –digo–. No significa nada.
Desde la cama, veo que se pone de pie, tambaleante. No sé si es por el alcohol o por otra cosa.
–No lo hubieses dicho si no significase na...
–¡No es nada, Dylan! Por Dios, sólo olvídalo –grito.
Cuando más quiero evitar hacerle daño, es cuando más se lo hago. Si le dijera la verdad, posiblemente no me lo perdonaría jamás y esto sería el fin de todo.
Se sienta al lado mío, tomándome la mano con suavidad. Sus piernas se balancean nerviosamente hacia adelante y atrás, meciendo la cama suavemente. Cuando lo miro a los ojos, veo una mezcla de tristeza, nerviosismo, inseguridad y decepción. Y ahora ni mis abrazos podrán hacerlo sentir mejor. La única forma de hacer que todas esas emociones desaparezcan es contándole todo. Pero, qué es peor: ¿No decirle nada y que se moleste de por vida? ¿O decirle todo y lastimarlo?
El resultado es el mismo. Perderé a Dylan pase lo que pase.
Después de unos segundos de silencio, entiendo que ésa no es la verdadera pregunta, sino "¿Vale la pena arriesgar lo poco que tengo con él solamente para serle sincero, así como él lo ha sido conmigo?". Por la forma en que sus dedos tiemblan sobre los míos, puedo darme cuenta de que ha dejado todo atrás por mí, ¿puedo hacer yo lo mismo por él?
–Si me contaras lo que pasa, tal vez yo podría...–susurra– ayudarte.
–No puedes. No tiene nada que ver con eso. Lo que sea que estés pensando, estás equivocado.
–¿Tienes miedo de que alguien se entere que tú y yo tenemos algo más que una amistad? ¿Es eso? –pregunta, yo niego con la cabeza–. ¿Es Isabella? ¿No quieres que ella lo sepa? Thomas, eso ya lo sabía. Los dos lo sabemos y... está bien. No te presionaré más para que termines con ella. Puedo esperar –me aprieta la mano con más fuerza–. No tiene por qué ser ahora. Ya llegará el día en que...
–¡Ese es el problema, Dylan! –me suelto violentamente de su agarre–. No importa cuán paciente seas, yo no voy a terminar nunca con Bella.
Dylan me envía una mirada cargada de odio. Todas las esperanzas que había estado acumulando, se han desvanecido en un segundo. Yo las he dispersado con sólo una oración.
–¿Por qué...? ¿Por qué no? A quien quieres es a , no a ella –dice.
Cada palabra que sale de su boca es una bofetada.
–Sí quiero a Bella.
–Sabes que eso no es lo que quise decir –Dylan ni siquiera se molesta en explicarme nada, y no es necesario.
Tiene razón. A quien amo es a él, a Bella sólo la quiero por el tiempo que hemos pasado juntos y porque es casi como una amiga para mí... pero no puedo dejarla.
No puedo.
No fue hasta la premiere de The Maze Runner que me di cuenta de ello.
Estaba tan acostumbrado a separar el trabajo de la vida personal, que nunca pude sentir verdaderamente algo a la hora de actuar. Y eso se notaba principalmente en las escenas de llantos. ¿Cómo voy a llorar por alguien a quien no quiero, a quién no estimo en lo más mínimo? Todos mencionan lo excelente actor que soy, pero mi lado perfeccionista siempre se encargaba de recordarme las cosas que hago mal o que no salen del todo bien. Y el llanto era una de esas cosas.
Mi vida, hasta hace un tiempo, se basaba en hacer mi trabajo para luego volver con mi familia y amigos: mi madre, mi hermana, Bella, Jack.
No importaba qué pasara en el trabajo, llegaría un momento en donde volvería con mi círculo cercano y podría seguir con lo de siempre. Pero Dylan... Dylan apareció para cambiarlo todo. Wes quería que nosotros fuésemos como hermanos de toda la vida, y Dylan se lo tomó muy en serio. Todos lo hicieron. Posiblemente su miedo a estar solo lo llevara a buscarme por las noches a mi cuarto para que fuéramos a jugar cartas o Mario Kart. Es lo más seguro. Y eso marcó un antes y un después. Nunca en mi vida he hecho cosas como esas en época de grabación. En realidad, nunca he hecho eso con ningún compañero de trabajo. Pero ahí estábamos todos reunidos, jugando Mario Kart con la mesa de centro llena de latas de cerveza y un cenicero repleto de colillas de cigarro.
Había pensado que no podía ser gran cosa, que sólo teníamos buena convivencia y ya, pero el momento de separarnos llegó. Cuando volví con mis amigos, nada fue lo mismo. Permanecía acostado en mi cama, al lado de Bella, preguntándome por qué Dylan todavía no llegaba a buscarme para que fuéramos a la habitación de Ki, o de Alex... o de él. No creí que extrañaría despertarme por las mañanas arrepintiéndome por haber salido de mi cuarto la noche anterior. No pensé que esto iba a pasar. No pensé que iba a involucrarme tanto con ellos, especialmente con Dylan.
Todo estaba bien hasta que me empezaron a aflorar estos sentimientos hacia mis compañeros. En realidad, más que compañeros, se transformaron en mis amigos. Y como amigos míos que eran, los quería conmigo.
Pero las cosas se fueron abajo cuando grabamos la muerte de Winston. Caminando sobre una duna, con la cámara enfocándome el rostro mientras lideraba la marcha, no pude evitar pensar en que ya no vería más a Alex, que todo terminaría un día, y que me iba a arrepentir por haber sido tan estúpido como para encariñarme con quienes no debía. La vista se me nubló, algo que nunca me había pasado, y lloré. Lloré porque no tenía el valor de decirles que no quería perderlos, porque no soy esa clase de persona que busca a otras. No soy yo quien alarga el brazo para dar un abrazo. No soy yo quien da el primer paso.
Y cuando creí que no podía pasar nada peor, llegó el día en que teníamos que grabar la escena donde el personaje de Thomas amenaza a CRUEL con hacer explotar una bomba. "¿De verdad quieres que todos ellos mueran?" era la línea que nos indicaba que teníamos que posicionarnos detrás de Dylan. "Escúchala, Thomas" dijo Aidan y, de alguna manera, sentí como si me estuviese hablando a mí. Las palabras se agolparon en mi mente, siendo cambiadas por: ¿De verdad quieres perderlos, Thomas? Maldito sea el momento en que James Dashner decidió ponerle mi nombre al protagonista.
No quiero perderlos. No. Avanzo hacia adelante hasta quedar detrás de Dylan y espero unos segundos a que Dexter haga lo mismo. Cuando estamos todos juntos detrás de él, Dylan gira la cabeza instintivamente hacia su izquierda, buscando mis ojos. Por un segundo me parece que estamos pensando en lo mismo. Abre la boca y las palabras que he querido escuchar y creer de él flotan en el aire... "Estamos contigo, Thomas", pero no ha sido él quien las ha dicho, sino yo. Y ellos no estarán conmigo, no siempre. A no ser que les pida que no se vayan de mi vida. Las lágrimas empiezan a caer. No puedo detenerlas. No debo detenerlas, porque así es como debiera ser. Dylan deja de sostenerme la mirada para voltearse hacia la mujer rubia que está delante de él, pero sé que algo se ha removido en su interior porque también está llorando. Y no es igual que siempre. No llora porque la escena lo requiera. No llora metido en su personaje; llora como Dylan.
Fuera de cámara me preguntó que qué me ocurría. Supongo que yo no era el único que sabía que no se me daban las escenas de llanto, pero no dije nada una vez más. Nunca lo hacía, y dudo mucho que alguna vez lo haga.

Dylmas (Dylan y Thomas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora