... pero mi amor por ti no es tan fuerte como para dejar a Bella.
Recordaba Dylan una y otra vez. No le dolía el segundo rechazo como tal, sino el hecho de que Thomas no tuviera la suficiente confianza en él como para contarle cuál era el verdadero problema. Siempre callándoselo todo, incluso más de lo que lo hacía él mismo. Había creído que su inseguridad era el problema y los "peros" en su relación, pero ahora comprendía que no; Thomas lo era. Todo el tiempo lo fue él.
El castaño se rascó la cabeza con desesperación mientras las piezas comenzaron a encajar dentro de su mente como un rompecabezas que, hasta hace poco, parecía imposible de resolver. Estaba seguro de amarlo, de demostrárselo, de gritarlo a los cuatro vientos, de dejarlo todo, ¿pero él...? No lo culpaba. ¿Cómo podría hacerlo?
Por el altoparlante se oyó una voz masculina anunciando que dentro de poco aterrizaría el avión en Londres. Habían pasado unas semanas desde aquella deprimente noche, y le avergonzaba el hecho de que se la había pasado todos y cada uno de ésos días con el celular en la mano a la espera de una llamada que nunca llegó. Ni siquiera un mensaje.
–Él no maneja muy bien estos cacharros –se decía en voz alta para animarse, cuando la verdad era evidente: Thomas no iba a llamar.
Son incontables las noches en que Dylan cogió su teléfono, tecleó un te extraño y pasó diez minutos preguntándose si sería correcto o no enviarlo. Si Thomas no había dado señales de vida, significaba que lo que tenían había llegado a su fin.
Miró por la pequeña ventanilla del avión. Todavía era temprano.
Le dolía el estómago de sólo pensar que en pocos minutos más lo vería, así sin más. Como si fuesen los mejores amigos, aquellos que se mensajean las veinticuatro horas del día y se llaman durante la tarde para saber cómo está el otro.
–No podré... No puedo hacerlo...–susurró sobre su puño cerrado, mientras recordaba cómo había acabado todo ésa noche que ahora se le hacía tan lejana.
Le había dicho que estaba bien, que lo aceptaba. No le sorprendía que le dijera esas cosas, porque lo suponía, lo tenía claro, pero le dolía. Y el dolor no podía borrarlo nada ni nadie, ni siquiera Britt, que se había ido a mudar con él al notarlo tan triste.
Thomas intentó cogerlo de la mano un par de veces, así que decidió echarlo de su habitación. No porque estuviera molesto, es sólo que no quería que lo viese llorar, no después de otro rechazo.Media hora después, se hallaba de pie en la acera de la calle, esperando por un taxi que no se dignaba a aparecer. De pronto, sintió que alguien le tomaba el brazo, haciendo que su corazón se le subiera a la garganta.
–Tú...–le dijo un muchacho de cabello rubio y rizado. Se llevó una mano al pecho, sintiendo cómo su corazón latía muy deprisa–. ¿Podrías tomarte una foto conmigo?
Forzó a salir una sonrisa, agradeciendo mentalmente a los dioses por habérsele ocurrido la brillante idea de colocarse unos lentes oscuros justo después de bajar del avión.
–Eh, sí, sí. ¿La tomas tú o...?
El chico le pasó el brazo por detrás, tomándolo suavemente de la cintura para atraerlo un poco más a él.
–No –le respondió con una sonrisa genuina–. Mejor que lo haga ella.
Señaló a una chica que estaba un metro más lejos, que sostenía una cámara.
Se encogió de hombros, deslizándole el brazo izquierdo sutilmente sobre sus hombros para corresponderle aquel semi-abrazo. El chico sonrió ampliamente al lente de la cámara, enseñando su perfecta dentadura, y obligándolo a imitarlo.
El flash lo cegó por un pequeño instante: ya casi se había acostumbrado a estar solo en su casa, donde nadie lo molestaba con fotos y ese tipo de cosas.
–¿Y? –les preguntó.
El muchacho se acercó donde su amiga y corroboró que la foto hubiera salido bien. Cinco segundos después, asintió con la cabeza y Dylan les levantó el dedo pulgar.
–Gracias –dijeron ambos al mismo tiempo.
Los dos se despidieron con un abrazo, y luego se alejaron lentamente, dejándolo solo otra vez.
El taxi llegó dos minutos más tarde. El taxista se bajó para ayudarlo a subir la maleta.
Una vez que estuvo sentado dentro del vehículo, los recuerdos volvieron a asomarse desde donde los dejó, haciéndolo sentir enfermo, física y psicológicamente. El estómago le daba mil vueltas, y dudaba que se tratara del viaje o algo que hubiera comido.
Se agarró el vientre, adolorido, y se dijo a sí mismo que todo iba a salir bien, que no tenía de qué preocuparse. Pero sí que tenía. Iba a ver a Thomas...
Su teléfono comenzó a vibrar en su bolsillo del pantalón justo cuando pensó en su nombre. Lo sacó con dedos temblorosos, dudando en si abrir o no el mensaje.
¿Dónde estás? Empezamos en unos minutos más. ¿No habías dicho que venías en camino?
Era Kaya. Hoy tenía que ir con ella, Thomas, Ki y otras personas más a uno de los teatros de la ciudad. Presentarían The Scorch Trials a unos pocos privilegiados, quienes también compartirían con parte del elenco y serían partícipes de una especie de entrevista, donde ellos podrán hacer sus preguntas.
Y voy en camino, ¿bien? Le escribió, tomándose más fuerte el estómago. Además, nosotros aparecemos cuando la película acaba.
Su compañera no tardó más de treinta segundos en responder.
Dylan respiró hondo, tratando de controlarse. No podía perder la compostura solo por un leve... bueno, un grave dolor en las tripas.
Te informo que la película está a diez minutos de terminar. Será mejor que corras, si puedes.
–Aagggh –gruñó, apretando los ojos.
Todo su interior parecía molerse, contraerse, revolverse, al mismo tiempo. Era una sensación extraña, y por más que intentaba no pensar en ello, le era imposible. El dolor era insoportable.
¿Cómo iba a sentarse enfrente de todas esas fans y fingir que no le sucedía nada?
Mira, voy en un taxi, no a pie. Pero le diré al auto que corra. Ahora no me presiones, que me pone nervioso.
Soltó su celular, derrumbándose sobre el asiento. El vehículo se detuvo en un semáforo en rojo, y las arcadas no tardaron en llegar.
–¿Se siente bien? –le preguntó el conductor, que lo miraba por el espejo retrovisor como miraría a cualquier otra persona, y no al famoso Dylan O'Brien.
El castaño negó instintivamente con la cabeza.
Ya no podía mentir.
La sensación de un ácido quemándole el interior no hacía más que crecer, torturándolo.
–¡Ey, ¿quieres que te lleve a un hospital?! –el hombre se volteó preocupado al ver que el chico al que transportaba no daba señales de vida.
En realidad sólo estaba perdiendo la voluntad de mantenerse despierto. Creía que si se relajaba, el dolor desaparecería por fin.
Pero...–recordó– mi amor por ti no es tan fuerte como para dejar a Bella.
–Voy a llevarte a un hospital –sentenció el señor al oírlo sollozar, poniendo el auto otra vez en marcha.
Dylan ni siquiera pronunciaba palabras. Lo único que podía hacer era gemir de dolor, y llorar silenciosamente como si no lo hubiese hecho ya muchas veces durante todos estos días. Parecía un caudal interminable, que se rehusaba a dejar de llorar por la ausencia de Thomas.
–No –murmuró, dejando caer su cabeza contra el cristal de la ventana.
–¿No? Mírate, muchacho...–le decía el tipo–. Has de estar enfermo.
Dylan abrió los ojos, y el señor lo miró nuevamente por el espejo retrovisor.
–Perdona. Me refería a literalmente enfermo, no a que estés demente –se disculpó el chofer innecesariamente, puesto que Dylan le había entendido sin problemas.
Quizás debería llamar a Hoechlin. Frunció el ceño apenas la idea cruzó por su mente: no podía recurrir a él cada vez que se le presentaba un obstáculo, ya sea grande o pequeño.
¡Y vaya que éste parecía ser grande!
–Lléveme al hotel... yo, no creo que... pueda...–se maldijo un par de veces, sintiéndose completamente inútil.
Se inclinó unos centímetros hacia delante, entregándole al hombre un papel con una dirección anotada en él.
–¿Estás seguro? No luces nada bien. No te cobraría por llevarte a un hospit...
–N-no. Digo, sí, estoy seguro –balbuceó, enredándose con su lengua al hablar–. Sólo lléveme allí.
Cogió el teléfono una vez más y reunió toda la fuerza que le quedaba para escribir un último mensaje antes de caer rendido en el asiento trasero del taxi.
Nno podré llegsr. No me siento biien.
El aparato se le resbaló de los dedos antes de saber si había presionado enviar o no. ¿Qué importaba? Si no llegaba, sabrían que algo le ocurrió y que por eso no pudo presentarse.
El paisaje se volvió un manchurrón de colores grises y negros antes de quedarse profundamente dormido.
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Dylmas (Dylan y Thomas)
Fanfic¡HISTORIA BASADA EN HECHOS REALES! -recuerden siempre leer las letras pequeñas- Después de un encuentro sexual entre Thomas y Dylan, donde el primero solamente deseaba aclarar si lo que sentía por él era amor o atracción, se desencadena una serie de...