Capítulo 5: Era una noche lluviosa...

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El metro viajaba lleno a aquellas horas, un rio de personas lo abandonó al llegar al andén. No era en absoluto parecido al que había cogido solamente una semana antes para ir a Central Park. Pero no era de extrañar ya que en aquella ocasión eran prácticamente las doce de la noche.  Aquella  era una noche lluviosa y hacía frío. Salió de casa aproximadamente a las once y media. Aun no estaba segura de si aquella era la decisión correcta, si era su única opción, pero estaba desesperada. Si alguien tenía el poder para ayudarla, no dejaría pasar la oportunidad.

Se bajó en la entrada norte de Central Park y abrió su paraguas. Las calles estaban vacías y no había nadie cerca de la entrada, nadie que pudiese estar esperándola. Se acercó a la puerta y se apoyó contra la pared. Justo cuando iba a sacar el móvil para mirar la hora una silueta salió de entre las sombras.

-¿Ayna Gray? –preguntó. Ella asintió guardando su teléfono y le tendió la mano. El hombre se la estrechó. Llevaba puesto un traje oscuro y no traía ningún tipo de paraguas con él. Aunque todavía llovía su traje no estaba mojado, su pelo oscuro tampoco. Esto hizo que Ayna se sorprendiera ¿Cómo podía ser aquello posible con la cantidad de lluvia que estaba cayendo en aquellos instantes sobre ellos?

-¿es usted…? –Se corrigió -¿quién es usted? –el hombre rió y sus ojos se clavaron en la chica.

-Me llaman por muchos nombres distintos –respondió –algunos no se atreven ni a pronunciar ninguno de ellos… -esto último lo dijo en una voz más baja, como si se lo repitiera a él mismo –puedes llamarme Gregor si lo deseas.

Ayna asintió.

-Bien –dijo el hombre mirando el reloj –he vivido durante mucho tiempo y viviré durante mucho más pero aun así llevo una vida atareada, el tiempo que puedo concederte es escaso y entiendo que si has venido es que aceptas mi ayuda.

Ayna asintió

-Si –dijo –así es. ¿Qué otra opción tengo?

-Me alegra oír eso –respondió –vamos, caminemos un poco –entonces Ayna se percató de la presencia de un bastón de madera tallada que el hombre llamado Gregor llevaba en la mano derecha. Le señaló la entrada del parque y se dirigió hacia allí. Ayna le siguió de cerca.

-Perdone… No lleva paraguas… ¿No está empapado? Está lloviendo mucho… -dijo Ayna discretamente

-Si ¿verdad? Preciosa noche –contestó el hombre como si aquello fuera lo más natural del mundo –son mis preferidas. La lluvia lo limpia todo y deja un bonito rocío por la mañana que brilla como el fuego con los primeros rayos de sol –A Ayna todo aquello le parecía de lo más misterioso y sobrenatural, seguramente como a cualquiera que se hubiese encontrado en su lugar, pero  a pesar de eso sabía con certeza que si aquel hombre era capaz de no mojarse con la lluvia también era capaz de curar a su madre.

-¿De verdad puede usted hacer que mi madre se recupere? –preguntó Ayna de golpe. Estaba muy nerviosa y ya no soportaba aquella situación. El hombre se paró en seco.

-Claro ¿Qué esperabas? –Respondió molesto –sino ¿Qué sentido tiene que hayas venido? –en su mano apareció, como de la nada, una hoja escrita. Había salido de la nada, como el bastón. En la otra mano sujetaba una pluma estilográfica –solo tienes que firmar aquí y podré ayudarte.

Se trataba de una hoja de contrato, escrita a mano y de aspecto viejo. Ayna lo tomó en las manos, estaba seco al igual que el hombre, que aunque seguía lloviendo, no daba señales de haber recibido una sola gota de agua. La letra del contrato era la misma que la de la nota que se había encontrado en el Café. Ayna levantó la mirada desconfiada, Gregor aun tenía la pluma en la mano y se la tendía para que la cogiera.

-¿Y ya está? –Contestó Ayna -¿Firmo y mi madre se recupera? Es demasiado sencillo ¿no tengo que darte nada a cambio?

Gregor rió fuertemente.

-Cariño, todo trato tiene un precio –dijo el hombre –siempre hay que dar algo a cambio.

-Y… ¿qué es lo que te debo entonces? ¿Cuánto quieres? –respondió Ayna

-¿Qué cuanto quiero? No, no, no. Yo no hablo de dinero –dijo –a demás se que tu estarías dispuesta a darme lo que fuese para que tu madre se recuperara ¿verdad?

Ayna se estaba asustando pero aun así asintió débilmente.

-Entonces… ¿qué es lo que quieres?

-Ojo por ojo y diente por diente –dijo Gregor –para que yo pueda ayudarte tendrás que darme algo de igual valor a lo que pides.

-¿El qué? –dijo Ayna impaciente.

-Firma –dijo el hombre –y en poco lo descubrirás.

-No voy a firmar sin saber qué es lo que voy a perder.

-Oh, sí que lo harás –respondió Gregor mostrándose mucho más imponente de lo que había parecido al principio –esto funciona así muchacha. Si no firmas, no hay trato y tu madre no va a recuperarse.

-¿Y aun así no puedes decime que es lo que vas a querer a cambio de tu ayuda? –dijo Ayna.

-No –dijo –sino no podré ayudarte, esas son las normas.

Ayna tomó la pluma de la mano del hombre y extendió el contrato para firmar allí donde le había dicho que lo hiciese. Garabateó su nombre y enrolló el contrato. Cuando alzó la mirada el hombre llamado Gregor, entre muchos otros nombres, se había esfumado.

Soltó la hoja horrorizada, esta había empezado a arder y se consumió rápidamente entre unas ardientes llamas, que desaparecieron con las cenizas de la hoja de contrato. Se dio cuenta que aun sujetaba fuertemente la pluma en la mano. Se la guardó en el bolsillo y se quedó allí plantada de pie, sin saber qué hacer ni qué pensar.

-¡Ayna! ¿Estás? –dijo una voz conocida. Ayna despertó de su trance al instante. El metro había llegado a su destino y las puertas se habían abierto. Vio a Nath que la esperaba junto a la puerta. Ella corrió hacia allí.

-Lo siento –escribió en el bloc cuando salió al andén –me había quedado en mis pensamientos –Nathan rió.

-¿Pensabas en mi? –dijo burlonamente. Ayna se rió  “Ojalá” pensó.

A Través de la MúsicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora