Dieron las vacaciones de verano y seguíamos hablando, ahora más, sin preocupaciones por los exámenes ni deberes, hablábamos todos los días a todas horas.
La mayoría de los días hablábamos por audios o por teléfono, nos tirábamos horas hablando, hasta que se nos gastaban los minutos del móvil.
Cada día me gustaba más, aunque no le pudiese ver, yo nunca había creído en supersticiones ni frases que lees en cualquier red social, pero eso de "la distancia prohíbe un beso o un abrazo, pero jamás un sentimiento", creo que en este caso, se estaba cumpliendo.
No se cómo lo hacía, pero cada día que pasaba me hacía enamorarme más de él.
Hacía planes para un futuro juntos; cuando coincidíamos en algo me decía que era el destino, etc.
Poco a poco, sin darme cuenta, me iba ilusionando cada vez más.
Mis amigas me avisaban de que no debía ilusionarme; sus amigas me decían que era un chico algo inestable y un poco bipolar y que no debía pillarme por él porque igual que hoy está cariñoso conmigo, mañana podía llegar al punto de ni hablarme.
Yo no hacía caso a nadie, cada vez sentía que me gustaba más, hasta tal punto de embobarme viendo sus fotos, o tenerle de fondo de pantalla de whatsapp; mirar su última conexión cada vez que cogía el móvil, o cosas así.
Llegó un punto en el que creía que mi vida dependía solamente de él, que sin él no sería nadie.
Le escribía textos y cartas que más tarde le leía por teléfono.
Él siempre había sido majo, pero pasivo conmigo.
Teníamos una bonita amistad, pero sólo eso, amistad.
Yo cada vez sentía que le quería más, y él me seguía ilusionando. Quizás sentía algo, mínimo, pero algo, que nunca se atrevió a decírmelo; quizás nunca me quiso ni le llegué a llamar la atención. Pero él de todas formas, era siempre majo conmigo, y me ilusionaba más.
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Mientras el mundo se derrumba, nosotros nos enamoramos.
Romance¿Supondrá la distancia un problema?