Laulet, el hada III

1K 148 3
                                    


Mairé se agitó apenas escuchó esas palabras, la situación cada vez se volvía más extraña.

—Sayer... Fue Sayer, él nos trajo un tapiz que dijo que tú habías hecho—le respondió intentando mantener la calma—. S-Supuse que era tuyo, fue hecho por manos de hada, tenía la magia típica. Además de que el tapiz tenía nuestras andanzas de juventud bordadas en él— cerró la puerta y volvió a la mesa. Laulet corrió a otra habitación, se escucharon ruidos de objetos cayendo al suelo. Buscaba algo desesperadamente—... Por favor dime que no nos han engañado...

El hada volvió al comedor y le indicó a Mairé que entrara a la habitación en la que ella había estado. En el acto estaba inclinándose para pasar por el marco de la puerta, entrando al salón de trabajos de Laulet. Allí, entre aparatos, hoyas y frascos con fórmulas, había un telar. En él, reposando aun sin terminar en algunos detalles, estaba el tapiz que ellos habían recibido.

—Es imposible, Laulet— exclamó Mairé sin poder poner las piezas en orden de todo lo que estaba pasando—. Recibimos éste mismo tapiz terminado en nuestra casa el día que Sayer arribó. Dijo que tú lo empezaste a hacer el día que Avedine nació. Además, estaba hecho con sentimiento, lo pude percibir. Es casi imposible que se trate de una falsificación...

Laulet se enserió de repente, si algo la enervaba y enfurecía era que alguien tocara sus creaciones y usaran su nombre indebidamente. Aún tenía aquel orgullo de sangre noble con el que había crecido.

—No lo falsificaron, le hicieron una copia—dedujo el hada pensativa—. Las copias son un calco del objeto original, pero no duran para siempre. Y usualmente contienen un hechizo que es reemplazado al desaparecer... ¿Cuál fue el último lugar en qué Ilumina fue vista?

—...Nos dijeron que Ilumina quiso estar sola en la biblioteca...—La mente de Mairé hizo la conexión en el acto—. ¡Donde colocamos el tapiz!

—...Seguramente el tapiz fue la pieza básica para su desaparición— siguió pensando el hada en voz alta—. Alguien planeó todo esto desde el principio. Alguien que supiera de mi trabajo, que hubiera entrado a mi casa y que supiera de la confianza que tenemos tú y yo.

—Piensa, Laulet: ¿Quién entró a tu casa y vio el tapiz? ¿Acaso Sayer vino hasta aquí?— interrogó Mairé dispuesta a atar todos los cabos sueltos del misterio—. Él sabía desde cuando estabas haciendo este trabajo y él lo trajo en tu nombre.

El hada se sentó para pensar mejor, su frente estaba arrugada en concentración. Esforzando su memoria a meses atrás. A todas las personas que hubieren sabido de su proyecto, quienes pudieron haberlo visto y quienes tuvieren la habilidad de copiarlo. Se llevó la mano a su desarreglado peinado, sumergiendo los dedos en sus ondas rojas oscuras como la sangre en la noche.

—Me comuniqué con Sayer por carta, pidiéndole que por favor te entregara el tapiz una vez que estuviera terminado, le conté allí desde cuando lo había estado haciendo y otras cosas simples— recordó Laulet con amargura—. Pero nada más. En esas cartas yo suponía que lo terminaría para su viaje hasta tu casa, entonces supongo que al recibir el tapiz falso él no habrá dudado que se trataba del mío...

—... ¿Quién pudo copiar el tapiz?—inquirió Mairé tomándole las manos y viéndola a los ojos, no era su intención presionar a su amiga, pero necesitaba saber quién los estaba traicionando, quién quería ver a su familia caer.

—Recibo muchas visitas, Mairé. Clientes y socios, amigos, familiares.... Incluso vino mi padre un día, cuando terminó de rechazarme por el embarazo...—respondió con tristeza—. También pudo haber sido Sayer como pudo haber sido Bricio, su quinto bastardo—concluyó Laulet después de meditarlo—. Ambos vieron mi trabajo aun sin terminar, Sayer hace ya un par de años cuando pasó por aquí buscando un encargo que le había hecho a Sentha, y Bricio lo vio después hace poco, cuando su padre lo mandó a buscarlo pensando que ya estaba terminado. Y él es un hechicero como su padre, uno muy bueno.

...Bricio..., pensó Mairé con amargura. Él no quería casarse con Ilumina, nunca lo dijo, pero era muy claro en su rostro y comportamiento que no simpatizaba con la idea en lo más mínimo. Pudo tranquilamente haber manipulado el obsequio. Pudo haberlo copiado y hechizado, y entregado a su padre diciendo que Laulet lo había terminado. Claro, que aún quedaba un hueco: ¿Dónde entraba Quinn en todo este plan? El misterio aún no estaba resuelto, solo había más piezas para darle forma...

—Esto es completamente asunto de Sayer, él debe moverse y traer de vuelta a mis hijas—manifestó Mairé golpeando el marco de la puerta.

— ¿"Hijas"?—indagó Laulet atenta, ahora más preocupada que nunca—. Dijiste que solo Ilumina estaba desaparecida. Dime la historia completa, Mairé. Necesito saber todo para poder ayudarte.

No quería decirle todo, no quería complicar la situación... Pero bien ahora sabía que todo detalle de lo ocurrido contaba, y Laulet necesitaba saber todo para ayudarla a pensar con criterio sin dejarse llevar por los impulsos.

— ¿Acaso necesito preparar un té relajante?—preguntó el hada señalando a su pequeña cocina.

Mairé suspiró y volvió al comedor, sentándose en la pequeña silla frente a la mesa. Soltó su cabello del rodete desordenado que lo aprisionaba y estiró los brazos sobre la mesa, buscando quitarse la tensión de encima. Sus ojos negros brillaban como una amenaza, pensando en todas las cosas que le haría a Sayer una vez que lo volviera a ver.

—...Un té de menta, por favor—enunció la bruja en un lamento.

La sacerdotisa del ValleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora