La sacerdotisa del Valle II

1.1K 161 5
                                    


Duhia ordenó a los empleados salir del estudio y que nadie los interrumpiera. Solo estaban con ellos los dos príncipes. Aparentemente continuaron una acalorada conversación respecto a la muerte de uno de sus hermanos, Roy, el séptimo. Acerca de los peligros que estaban surgiendo del otro lado de la frontera, en Denetes-Rone. No temían conversar de aquello delante de ella, ya que los asuntos del continente eran de su incumbencia. No había mujeres en todos los cuatro continentes con tanto poder y autoridad como las Valquirias. Eran el equivalente femenino de los estudiantes de la orden de los Siete Demonios.

—Lamento mucho lo de su hermano, rezaremos por su alma en el templo— dio su más sincero pésame la sacerdotisa—. ¿Creen que los vándalos de Las Tierras Prohibidas son los culpables?

—No estamos seguros, la verdad, nadie sabe qué es lo que ocurrió—habló Bricio cortante—. Su cabeza nos llegó en una canasta, envuelta en trapos.

El chico observaba a su abuelo detenidamente tras cada palabra. Concentrado en cada reacción. Jíni se preguntó si esperaba alguna reacción de simpatía de parte de lord Duhia, lo cual era imposible... El hombre nunca sintió simpatía ni agrado por nadie. Excepto por su hija Nahla y por...

—Padrino, debemos hablar sobre Lior...—le recordó al Amo del Pantano—. Hemos recibido cartas desde el otro continente, informantes me han comunicado que Lior consiguió oro y barcos. Que lo sigue un gran ejército... Y sospechamos que está ligado a los del otro lado de la frontera.

— ¿En el Otro Continente? ¿Cómo rayos llegó ahí ese niño?—inquirió el hombre sentándose con pesadez en su trono.

—No llegué a conocer bien a Lior, lamentablemente—intervino Owen—. Él era el sucesor al trono hasta que yo fuera legitimado. Hizo serías amenazas y un día desapareció. Se fue. Pensamos que había pasado por el Pantano a buscar respaldo suyo, Lord Duhia.

Sí, la historia había sido complicada. Cuando el maestro Sayer comenzó a legitimar a los bastardos que tenía esparcidos por todo el continente surgió el inconveniente para Lior, el único hijo de Nahla que Sayer había resguardado y legitimado primero. El hechicero era un hombre frío y calculador, educó a ese bastardo como a su sucesor, se decía que dominaba veinticuatro lenguas, quince estilos de combate y que se recibió de la Escuela de Guerra a los doce años con méritos. Nadie sabía más de combate, estrategias y políticas que aquel hijo de Nahla. Le habían prometido el trono, pero luego apareció Owen, quien lo superaba en edad, músculos y parecido a su padre. Y el vanidoso Sayer quedó fascinado ante ese bastardo descubierto, lo vio más pulido para estar a la cabeza de los Confines.

—Es lógico que Sayer te eligió como sucesor porque eres idéntico a él cuando joven, muchacho—dijo Duhia pensativo y con cierto rencor—. Lior también tenía el cabello de su padre, y seguramente ahora tenga un cuerpo de guerrero, pero...No, no. Sayer no toleraba ver estos ojos—señaló con un tembloroso dedo su iris violeta.

¿Era cierto? ¿Acaso Sayer realmente alguna vez amó a alguien más que a sí mismo?¿ A esa mujer, a Nahla? Nunca la conoció, no había forma. Para cuando ella murió Jíni apenas había nacido. Pero allí mismo, en el estudio, tenían un cuadro donde un retrato de la ninfa de los Pantanos había sido pintado. Allí se lucía eternamente joven, eternamente bella, con un vestido perlado y ligero, como el de todas las mujeres del Pantano, con adornos que simulaban enredaderas. Su cabello era del color de la última hoja de otoño y sus ojos: morados.

Sonreía como si de un juego todo se tratara, una broma, un chiste: ellos allí, discutiendo confundidos, sin entender qué ocurría con el mundo. ¿Qué había sido de ella? Nadie supo que pasó exactamente, mucho rumores había al respecto. Y aun así, a pesar de cada suciedad que se dijera, cada leyenda santa que se cantara, lo que dijera la historia en decreto...Ahí estaba Ella: en esa pintura que la inmortalizaba como las canciones escritas en su honor, sempiterna, disfrutando del espectáculo que creaba su muerte.

—Claro que Lior se enfureció, era su derecho lo que le fue negado—continuó Duhia con repulsión—, la promesa a su difunta madre fue rota sin piedad. No entiendo por qué Sayer volvió a traer los dos primeros bastardos al castillo—Se refería a Owen y Quinn, el mayor que ya había nacido y el segundo que aún estaba por nacer, cuando estuvo con Nahla—. Pero miento...En realidad sí lo entiendo: él quería alguien como él, idéntico a él.

— ¡Yo no soy como él!— bramó Owen ofendido, la sacerdotisa dio un salto en su lugar. No estaba acostumbrada a los gritos, y mucho menos a los de una voz masculina—. No nos parecemos en nada.

Los hombros de Duhia se agitaron y cerró los ojos con fuerza, a la vez que risotadas arrogantes salían de su boca.

—No quieras engañarte—exclamó Duhia tomando algo de vino, intentando contener su risa—. Eres exactamente una copia de él, con el tiempo te dejarás llevar por los impulsos como él lo hizo. Aun eres joven, pero el tiempo me dará la razón.

El mayor de los hermanos pareció querer levantarse y romper todo lo que tenía enfrente. Su mirada gentil se desvaneció y solo un resplandor quedó reflejado en sus ojos castaños. Jíni jamás había sentido el aura de una persona oscurecer tan pronto. Era triste presentir que lord Duhia pudiera llegar a tener razón.

"Los vientos me traen voces, nieta mía", le dijo Manishie una noche cuando leyeron el mensaje de la huida del hasta entonces heredero al trono, "él nos destruirá".

—Deben prepararse, porque cuando el invierno llegue—musitó concentrada en sus recuerdos—, con el frío y la oscuridad llegarán los ejércitos de la muerte. Y el mundo como lo conocemos cambiará para siempre.

La sacerdotisa del ValleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora