Mujeres y niñas

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Se negaba a aceptar la corte como su nuevo hogar, por más veces que sus doncellas se lo recomendaran. Las cosas en los Confines se manejaban de una manera muy distinta a lo que estaba acostumbrada y ahora entendía por qué su padre decía que Sayer no podía tener una reina siendo el Señor de aquel territorio. Las tradiciones eran extremas, cerca del salvajismo dentro de los conceptos de Ilumina. Desde la costumbre de "robar novias" hasta los combates a muerte que celebraban.

  —Es mejor si simplemente olvidas todo lo que viviste antes de tocar los Confines—le recomendó su anciana sirvienta mientras preparaba sus vestidos. Quinn había mandado a hacer todo un guardarropa para ella—. Y deja de llorar, niña. ¿Acaso tienes a dónde ir?¿Dinero?

Ilumina guardó silencio y tragó sus lagrimas, pero solo pudo contenerlas unos segundos antes de hundir su cabeza en el almohadón de plumas que decoraba su elegante cama. 

—Aquí nunca te faltará nada: tendrás comida, ropa, atenciones especiales. Y lo único que debes hacer es acostarte en la cama. Nada más. Cierra los ojos y piensa que estás en otro lugar—. Ante aquello la antigua heredera del Páramo gimió en llanto, una nueva oleada de penuria invadiéndola. La mujer se acercó y le dio unas palmaditas en la espalda—. Créeme niña, es rápido. Y con eso ya les basta.

Ella ya había discutido que Quinn no debería ni tocarla hasta que estuvieran casados, pero eso solo generó más crueles carcajadas por parte de los Casey. Allen se tomó la irritante molestia de explicarle que ya el hecho de haberla robado y traído hasta su casa, cumplía como obra de matrimonio. Por lo tanto, ante los ojos de la sangre de las montañas, de las costumbres impuestas en los Confines, ella ya era esposa de su hermano Quinn. A todo eso, su nuevo esposo no hacía más que exigir que le quitasen la flecha, la cual sacó el pequeño Benjamín Casey de nueve años después de aplicar whiskey sobre la herida. El tirón fue definitivo y sin emoción, en el segundo, Allen selló la herida con un hierro al rojo vivo. El espectáculo de la bestialidad familiar la sacó de sus casillas, pudo haberles gritado cientos de injurias y amenazas, pero no. Guardó silencio, su rostro neutral más allá de sus ojos rojos de lagrimas. Ellos solo reían mientras el pequeño Ben corría hacía ella mostrando la flecha ensangrentada con algo de carne incluso. 

¿Así sería su vida de ahora en más?

No, esa era solo la caratula de un episodio. Peor fue cuando descubrió que no estaba sola. Una mujer mayor que ella se le presentó en la puerta apenas fue dejada en sus aposentos. En un principio pensó que era una doncella de compañía aparte de Rosa, la sirvienta anciana que le habían confiado. No obstante, vestía con demasiadas piedras y oro para ser una empleada, y con ropa demasiado cómoda para tratarse de una mujer que solo está de visita en el castillo.

—Buenas tardes, Ilumina—dijo la mujer, rubia como el sol. Parecía de la edad de su madre, alta y sus ojos tenían un contorno muy peculiar, exótico—. Soy Freya, la madre de Owen—la joven no supo como reaccionar más que con una salema.

Esto confundió inmensamente a Ilumina, ella estaba segura que dicha mujer había sido enviada lejos.

—No pensé encontrarla en los Confines, se dice que—balbuceó Ilumina confundida, todos decían que Sayer había cortado todo contacto con las dos concubinas de las cuales sus hijos nacieron.

— ¿Que fui enviada lejos?—terminó la mujer por ella, avanzando en los aposentos con naturalidad—. Estoy de visita, esperaba ver a mi hijo, pero parece que aun no ha llegado. Lo voy a esperar mientras admiro cuan parecidos a su padre son todos estos jovencitos. ¿No es magnética esa energía bélica que desprenden?

Ilumina la dejó avanzar por su cuarto, curioseando las telas y los vestidos que le fueron obsequiados. Eran finos, hermosos, ella jamás había visto tanto lujo en su vida. Las costumbres del Páramo eran sencillas, seguramente por influencia del estilo de vida de su padre como guerrero y de su madre por la educación que se le fue impartida. 

—Es muy distinto a mi hogar, Señora—exclamó con nostalgia, cansada de llorar—...No estoy acostumbrada a tanta energía bélica

La mujer sonrió con empatia, como si al verla a ella se viera a sí misma. Sentándose en la cama le indicó que la acompañara. Sin dudarlo, ya rendida, Ilumina se sentó junto a la mujer, frente a ellas el espejo con vestidos colgando de él, las reflejaba. Tan distintas, pero había algo que las ataba. Ilumina no era como su madre o como Alas, pero era perceptiva de las personas. 

—Me recuerdas a mi la primera vez que Sayer...—dijo y se detuvo, mordiéndose los labios y mirando a sus manos sobre el regazo, la pausa demoró unos segundos—. Estaba asustada, extrañaba mi hogar, creo que hasta tenia tu edad, ¿sabes?—Ilumina la miró de soslayo, sus ojos cansados y con ojeras—. Las cosas con los Casey no son una canción, un poema... Hay magia en su sangre pero no de la buena. Es como casarte con el dragón y no con el príncipe.

La mujer rió con amargura, porque en parte otra verdad era que ella no se casó con el dragón...Freya solo fue una concubina, fácilmente reemplazada y olvidada. Así como Dahlia, la madre de Quinn. 

—Yo sabía que de mí nacería el hombre que dirigía los ejércitos del continente, así habían dicho los sabios en mi nacimiento—continuó hablando la mujer, poniéndose de pie—. Y cuando Sayer me llevó supe que él sería el padre de mi hijo. Abracé mi destino—se inclinó para darle un beso en la frente, como una madre a una hija—. Tu también debes abrazar tu destino, Ilumina. Debes dejar de huir de él. Cuanto más pelees con tu camino más difícil se volverá.

Y así como entró, salió de sus aposentos, dejando a una muy deprimida y confundida Ilumina detrás. La joven se quedó quieta y callada por varios minutos, contemplando su reflejo. Estaba hecha un desastre; su cabello oscuro arruinado y su rostro arrugado de llanto. Parecía muerta. Un fantasma de la alegre y amada dama azul que una vez había sido. En especial allí, vestida de dorado y negro, los colores de los Casey. 

—Veo que conociste a Freya—habló Quinn desde la puerta. Ilumina dio un salto y se alejó de la cama, parándose junto a la ventana sujetando las cortinas, queriendo esconderse—. Es una mujer extraña, eso te lo aseguro. Nunca la había visto hasta ahora, Owen se llevará una sorpresa cuando llegue—Cuando vio donde estaba simplemente levantó una ceja con exasperación—. No tienes de qué preocuparte, no pienso hacer nada contigo. Eres muy joven.

Aquello no la convencía en lo más mínimo, en especial después de que Freya dijera que ella tenía su edad cuando intimó con Sayer. Al parecer él entendió su expresión, porque inmediatamente se giró a ella un tanto molesto.

—Es algo personal, no te ofendas. Me gustan las mujeres, no las niñas—le explicó yendo al hecho en sí mismo.

— ¿Para qué me trajiste a los Confines?—preguntó Ilumina comprendiendo que unas palabras así proviniendo de Quinn eran verdad. 

—El Páramo será atacado por hordas de salvajes, y supuse que alguien debería hacerse cargo de ti una vez que tu padre te destituyera—profirió sirviéndose algo de vino de la mesa de bocadillos que Rosa había preparado para ella—. Además, considerando tus capacidades intelectuales y educación, no pensé en un mejor candidato para ser mi esposa.

La joven liberó una risa de entendimiento, de ironía. Se recordó a sí misma que todos los Casey eran iguales. Como su padre, Quinn había tenido todo calculado como una estrategia de poder. No la quería por su cuerpo, la quería por su mente. Así como Owen una vez se lo mencionó, hombres de su posición debían elegir sabiamente una compañera. Y Owen mismo dijo, a su manera, que ella era un buen partido pero muy joven. Al parecer a Quinn el detalle de la edad le importaba poco y nada.








La sacerdotisa del ValleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora