El camino del hechicero negro II

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Era imposible que un viejo ermitaño supiere al respecto o quizás no. Quizás ese señor no era lo que aparentaba.

  — ¿Quién es usted?—preguntó Bricio volteándose por completo, quizás era algún enviado de la Torre para matarlo antes de lograr su cometido. Muchos altos rangos en la Torre de los Siete Demonios detestaban a su padre, menos lo querrían a él. 

El viejo pareció sorprendido por la pregunta.

—Ha pasado tiempo desde que alguien preguntó por eso. Es una pregunta muy difícil, ¿sabes?—exclamó confundido—. La verdad, necesito hacer algo de memoria, si me permites. Recordar quien uno es no es fácil—. Bricio no le creyó por un momento, pero al verse tan despistado el señor, aun esforzándose en recordar, entendió que estaba siendo sincero—. Y tú, ¿quién eres, niño?

¿Era una pregunta retorica, acaso? Porque la verdad, él era muchas cosas y nada a la vez. Seguro demoró mucho en su respuesta porque el anciano le ayudó con la respuesta.

  — ¿Cómo te llamó tu madre?—inquirió con una sonrisa torcida el ermitaño, caminando hasta alcanzarlo y siguiendo el paso hasta adelantarse.

Mi madre, pensó Bricio... Ella murió cuando él nació, dándole vida a él. Por lo tanto no sabía si su nombre era uno dado por ella. Pero la pregunta fue clara ignorando detalles particulares y personales.

  —Bricio. Ese es el nombre que me dieron—respondió sin pensarlo más y avanzando tras el anciano que parecía saber más de lo que no recordaba.

  —Buen nombre—dijo serio, probando su sonido—. Un nombre poderoso, digno de un guerrero, un rey o un Emperador.

— ¿Y de un Maestro hechicero?—agregó Bricio dubitativo.

 El anciano se detuvo y lo observó con suspicacia.

  —Oh, bueno—musitó el hombre pensativo—... Eso es más complicado. Verás: un guerrero debe ser fuerte y ganar batallas, guerras. Un rey debe ser coronado. Un emperador debe ser una mezcla entre guerrero y rey, ya sabes. Pero un Maestro hechicero necesita todo eso y más. 

— ¿Está diciendo que debo participar en guerras para poder conseguir mi titulo?—preguntó intrigado— ...¿Tendré que iniciar una, como Sayer lo hizo?—no le gustaba eso, además, su padre inició la rebelión por motivos tanto personales como politico-sociales válidos. Él no podría simplemente iniciar una por capricho—...¿O acaso dices que debo ser coronado Rey?—...Si lo pensaba cuidadosamente su padre hizo esas ambas cosas: guerra y coronación...¿Acaso su padre solo buscaba su titulo de Maestro tras sus actos?

  —Las ciencias oscuras que tu quieres dominar requieren una gran dosis de dolor y sufrimiento. Tu poder se alimenta de esas emociones negativas, las conviertes en energía a tu favor. No dejas que te consuman, las canalizas para tus capacidades mágicas—le dijo el anciano como si estuviera recitando de un libro—. El primer paso fue el desapego. Desapego a tus lazos familiares y afectivos, elementos de debilidad que obstaculizan tu destino al poder. Dime, ¿Qué sentiste al matar a Sayer, a tu padre?

Bricio quiso preguntarle como rayos sabía de eso. Pero a éstas alturas ya era claro que no estaba tratando con un ermitaño común y corriente.

  —Alivio, libertad—dijo con calma—. Jamás me sentí mejor en la vida.

El hombre se giró y río.

  —No sentías ningún apego sentimental hacia él, por más que él fuera tu padre—dijo sentándose sobre una piedra al borde del camino—. Tus ataduras con Sayer eran de sangre y por costumbres, cosas que tú siempre has respetado y obedecido por moral, tu apego era hacia lo "correcto", para hacer todo lo que se esperaba de ti. Lo que Él, tu padre, esperaba de ti. ¿Y qué era eso?

Sayer no había sido un buen padre, solo apareció en su vida una vez terminados sus estudios en la Torre de los Siete Demonios. Él teniendo diez años era un niño inocente pero amargado. Toda esperanza en que su padre fuera lo que sus vanas ilusiones alimentaban a su imaginación se desvanecieron apenas se vieron a los ojos. Apenas él le pregunto sobre sus planes a futuro y recibió una paliza por ello. Sayer no quería que él fuera nada que implicara más poder que él.

—Él esperaba que yo estuviera siempre en su sombra—musitó viendo a sus pies—.  El simple hecho de que yo lo superare en algo lo sacaba de sí. No le gustaba la competencia. Y yo era eso para él... Un potencial enemigo, un obstáculo en sus planes de grandeza eternos—y agregó con más fuerza—. Por eso me vendió como ganado en el primer tratado que pudo conseguir, para dejarme atado en el Páramo, aislado y sin chances de lograr nada más de mi vida que eso.

Sí, el padre de Bricio aparentemente tenía todo planeado. Llevarlo al Páramo y casarlo allí mismo. Dejándolo a cargo de la vigilancia de las fronteras, que se convirtiera en un Señor de familia y se limitara a esos placeres mundanos y terrenales. Lejos de toda ambición y sueños de grandeza que alguna vez se hubiera osado a imaginar en sus largas noches despierto. 

Pero luego, de repente, decidió ponerlo a prueba. ¿Qué lo llevó a su cambio de planes?

  —Por más que tu padre no quisiera nada para ti que fuera más grande que él, era inevitable el destino—le dijo el anciano, como si pudiera escuchar sus preguntas—. Tu momento llegó, y el de él también. El momento en el cual sería destronado, que alguien reclamara su lugar. Seguro presentiste que algo extraño ocurría en el Páramo apenas llegaste, la presencia de la oscuridad.

Bricio hizo memoria, era cierto. Algo extraño había en la atmósfera del Páramo, pero la energía de Mairé y Alas balanceaban el espacio. 

  —Una vez que enviaron a la niña lejos, se perdió el balance—le explicó el anciano poniéndose una vez más de pie—. Pude sentirlo inmediatamente, el momento en que la presencia maligna se adueñó de ese lugar, el momento en que mataste a tu padre el balance volvió.

  —¿Y qué ocurrirá cuando Alas vuelva?—preguntó confundido. 

  —Nada, porque ese es su lugar. No el tuyo—respondió con simpleza y volvió a caminar—. Su ausencia dio la oportunidad al universo de realizar su obra, darte la chance de cumplir con tu destino.

  — ¿Y cuál es mi destino?

El hombre se detuvo a medio paso, como si algo hubiera recordado de repente.

—Eso es asunto tuyo. ¡Y ya lo recordé!—exclamó alegré dando media vuelta—. Me llamo Seth.

La sacerdotisa del ValleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora