Caminos distintos II

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Ya había avanzado lo suficiente por el camino del Conquistador cuando empezó a caer la noche, suponía que para ese entonces ya debería haber llegado a la posada de Los Cuatro Puntos. Consideraba prácticamente imposible haberse equivocado, había crecido recorriendo un lugar a otro y ya había pasado por esa posada cinco veces, la quinta siendo el camino de ida hasta el Páramo.

— ¿Está perdido, señor?—escuchó a alguien preguntándole.

A su derecha, parado exactamente junto a su caballo, había un niño de al menos seis años y cabello muy claro, muy gris, como si fuere un color entre el gris y el rubio. Lo miraba fijo y en interrogante con sus marcados ojos miel. Lo encontró increíblemente característico.

—Hola, niño—lo saludó despabilándose de la sorpresa y estudió su vestimenta, parecía un niño de clase media, estaba algo embarrado, supuso que estaba jugando por la zona y su casa estaría cerca. Pero viendo alrededor, solo había camino y pastizales hasta donde alcanzara la vista—...No, no estoy perdido. Busco la posada de Los Cuatro Caminos, estoy seguro que estaba por esta zona.

El niño sonrió con cierta picardía y señaló al frente.

— ¡La vieja posada!—exclamó el niño como si hubiera mencionado algo sobresaliente—. Se incendió hace unos días y todos se fueron. Fue una gran tragedia, murió el viejo posadero y su esposa, solo sobrevivieron los hijos, quienes se fueron lejos, lejos, de aquí para no volver jamás.

—... ¡Oh, Dios! Eso es muy triste, el posadero Tom era un hombre tan amable y atento, y su esposa era tan gentil.

Owen no podía creerlo, esa posada había existido por cinco generaciones, y que desapareciera de esa forma era desgarrador. Tenía recuerdos dorados de ese lugar desde sus primeros días de entrenamiento, llegar ahí era como encontrarse con un Oasis, las camas eran cómodas y limpias y el posadero recibía a los viajeros como si fueran hijos que llegaban a su hogar.

—El viejo posadero era un buen hombre, pero su hijo era malo—le explicó el chico acariciando el cuello del caballo, el cual se agitó un poco ante el contacto—. Se negó a seguir con las tradiciones de su padre y fueron castigados. Sígueme, más adelante se construyó otra posada, ellos sí seguirán las costumbres.

—... ¿Qué costumbres son a las que te refieres?—Al parecer su caballo había querido seguir al niño, porque el chico comenzó a avanzar y también el animal, como si se encontrara bajo un hechizo.

—Hasta Tristán supo cómo funcionaban las cosas en el Lago Oculto, también lo sabía la familia de la posada de Los Cuatro Puntos y por eso Tom Primero se instaló allí, tenía una misión que cada uno de sus descendientes debía seguir—le explicó el niño, a lo lejos, en la oscuridad de la noche que ya había descendido, se divisaban unas luces.

—...Sigo sin saber de qué se trata esa tradición—dijo Owen posando con calma y precaución su mano sobre el pomo de su espada. Ese niño no le inspiraba confianza.

— ¡Oh, eres curioso!—rió viéndolo de soslayo, el joven heredero pudo ver cuán blanco y marcado era su diente colmillo, además de algunas pecas traviesas en su mejilla.

Intentó detener a su caballo pero no le obedeció, ya era definitivo, estaba en presencia de algo muy fuera de lo normal y deseaba que no se tratara de un espectro. Él no era como lord Héctor que dominaba dichas criaturas, ni como su padre, él no era hechicero. Él solo podía destruir criaturas corpóreas...

A lo lejos ya era clara una cabaña hermosamente construida, humilde, pero hermosa. Tenía en la entrada tres faroles y un letrero que anunciaba: "Bienvenidos a la Posada del Lago". Pudo ver a través de las ventanas que ya había gente dentro. Podía ya escuchar las risas y el bullicio desde allí.

— ¡Al fin se están riendo!—gruñó el niño—. Ya me estaban cansando con sus caras largas. Para mantener puro el territorio del Lago Oculto deben entregar siempre un hijo varón a la guardia de la Última Frontera cuando se diera la señal. Y hace dos días así tuvo que ser con el niño de la señora posadera.

Finalmente Owen entendió de qué hablaba ese chico tan raro. La Ultima Frontera era el primer punto de guardia entre las Tierras Prohibidas y el Páramo. En un tiempo servir allí fue un honor, conformaba la Corte de los Osos Blancos, pero ya eso era una leyenda. Volviéndose el punto de vigilancia más detestado, donde enviaban los desperdicios del continente a servir: violadores, criminales y traidores. Y algunos casos, hombres sin otro lugar en el mundo que voluntariamente iban hasta allí. Ciertas familias, por tradición milenaria y generacional, estaban bajo la obligación de enviar un hijo varón a servir allí. Usualmente esa obligación la tenían por algún tratado especial, como seguro lo era con esa posada.

—Ya sé de lo que me hablas, niño—exclamó perdiendo la desconfianza—. Gracias por traerme...

El niño ató las riendas del caballo a la tabla y levantó un hombro indiferente.

—Sí, las obligaciones y tratos entre familias a veces lo limitan a uno.

—...Eres muy extraño, no entendí lo que dijiste—rió Owen y desmontó, ofreciéndole un dragón de plata.

El niño contempló la moneda como si le sorprendiera la actitud y la tomó inspeccionándola, como a un juguete raro. El heredero lo encontró gracioso, era claro que el niño nunca había visto uno de esos de cerca, eran secundarios en valor después del dragón de oro. Y le sorprendió aún más cuando estiró su bracito flaco regresándole la moneda.

—No, gracias. No necesito dinero—dijo viéndolo a los ojos, ya sin sonreír. Su piel oliva, ante la luz de los faroles, resplandecía dorada y fantasmal como sus ojos.

Dudoso, pero no menos anonadado, volvió a tomar la moneda y la acomodó en la palma de la manito del niño, cerrándola con la suya.

—Entonces, guárdala de recuerdo—le sonrió, entendiendo que ese niño no era un niño común, no sabía exactamente qué era, pero no era de la raza de los hombres y por alguna razón no le había hecho daño—. ¿Cómo te llamas?

El pequeño retrocedió dos pasos, alejándose de la luz de los faroles, hacia la oscuridad.

—Me llamo Kalén—musitó en seco, dispuesto a desaparecer de toda vista.

— ¿Solo "Kalén"? No pareces un niño que vaya por la vida con un solo nombre—inquirió Owen decidido a descifrar aquel personaje.

Por un momento el niño vio atrás y casi se volteaba para salir corriendo, pero cambió de parecer, haciéndole frente una vez más.

—Soy Kalén, hijo de Irupé la Reina de las Profundidades y Aides el Señor del Inframundo—dijo y se sumergió en las sombras—. Quería llevarte por el camino equivocado y a la muerte, pero eres un Casey. Y por tratado familiar no puedo dañar a un Casey.

La voz del niño se desvaneció en el aire, Owen tomó uno de los faroles de la entrada y alumbró para lograr ver aunque sea al niño huyendo al monte que nacía detrás de la posada, pero no había señal alguna que indicara que alguna vez alguien lo hubiese acompañado. Viendo una vez más al camino, vio que solo estaban marcadas las huellas del caballo y las de él, pero no había en el barro marcas de las pisadas de aquel niño.

Su nombre, su sangre, a pesar de cuan desgraciado era su padre... de algo valía. Algo valía para las criaturas de ese mundo ser hijo de un Casey, y él no sabía por qué, más allá de las grandes proezas que todos narraban de su admirado y desbordado padre.



La sacerdotisa del ValleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora