Con lo que tenés en el bolsillo de adelante me alcanza.

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El juego acaba de empezar, y ya estamos hablando de amor...

Me asusta, pero no me disgusta del todo. Estoy en un punto que difícilmente algo me haga desistir.

Le envío un Whatsapp desde el auto:

"¿Querés seguir jugando?"

La respuesta es inmediata.

"No pienso en otra cosa. Cuando vos me digas, donde me digas. Ahí voy a estar."

"Mañana, después del banco. Nos encontramos en Rincón y Ciudadela a las siete."

Es una hora que nos queda cómoda a ambos. Él sale a las seis, así que tendrá que esperar, y yo saldré media hora antes para evitar que nos vean.

"¿Vamos a ir a Séptimo Cielo?" me pregunta.

Sonrío. Yo sí, mi amor. No sé vos, pero yo voy a conocer el éxtasis total a costa tuya.

"¿Querés sugerir otro sitio?"

"Me gusta ese lugar. Pero por favor, dejame pagar a mí esta vez"

Ah, no. Tengo que ponerlo en su lugar, porque sino se me va a ir de las manos.

—"Si querés demostrar lo hombre que sos, que sea con lo que tenés en el bolsillo delantero de los pantalones, no con lo del de atrás. Puedo con esto, Hernán, creeme."

No lo escribo, lo grabo. Y luego me quedo esperando.

"Será como vos digas, como siempre."

"¿Me parece a mí o eso es un reproche? Esa actitud no es muy sumisa que digamos... Mañana vas a tener tu castigo: trabajar conmigo toda la tarde, igual que hoy."

No puedo verlo, pero estoy segura de que se está riendo, y con toda razón. No soy el prototipo de Dómina y él no es el de Esclavo, pero sin dudas estamos manteniendo una relación extraña, adictiva, única, que roza el BDSM.

Y voy a disfrutarla.

Para disfrutarla bien disfrutada, es que me voy al Montevideo Shopping a comprarme ropa.

Encuentro lo que busco de inmediato, y eso sí que es raro. Es un simple tailleur, pero jamás me puse uno que me quedara tan bien.

Chaqueta negra entallada, que se abre diez centímetros bajo la cintura. Falda de igual color, justísima.

Un verdadero tubo, que si no fuera por el corte detrás, no me permitiría caminar.

Completo con una blusa blanca, muy sencilla, cruzada al frente. Me veo profesional, seria, formal.

A la mierda con la modestia; me veo estupenda.

Sólo necesito ropa interior blanca, de encaje y seda, y los zapatos más altos que pueda encontrar. Ya lo asusté bastante, no creo que mi atuendo lo intimide más.

Y al otro día me voy al Banco así vestida.

Ni bien me ve, sus pupilas se dilatan... Va a ser una tarde larguísima.

Y lo es, demasiado... No trabajamos juntos hoy, porque recibo la visita sorpresa de los representantes del Bank of New York, y tengo que llevarlos a almorzar, pero no hago otra cosa que pensar en lo que pasará más tarde.

Finalmente llega el momento. Voy al baño, retoco mi maquillaje... Estas toallitas de bebé son fantásticas. Me higienizo, me pongo la ropa interior recién comprada, y me voy a buscar a Hernán.

Esta vez, le permito entablar una conversación personal durante el trayecto hacia Séptimo Cielo.

—Así que tenés un hijo estudiando en Atlanta.

Séptimo CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora