Estamos ya en la habitación.
Mi bolso descansa en una silla, al igual que mi chaqueta.
El que no descansa es mi corazón que late desbocado y amenaza con tornar mi respiración en un jadeo ahogado.
¿Cómo llegué a esto? ¿Cómo sigue esto?
Instinto. Esa es la respuesta... Mi instinto, no el de Hernán. No me refiero a al instinto sexual, sino más bien a ese sexto sentido que me guía hacia eso que estoy buscando.
El placer que va más allá de un orgasmo. Esa excitación que te hace volar la cabeza, que te hace pensar que todo es posible. El poder... Ay, el poder.
Quiero tener el poder de usar y abusar de este chico, de controlar su excitación, de limitar su goce a mi antojo.
Me mira a los ojos, serio e inquisitivo. Lo tengo frente a mí, con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros, y una actitud expectante. No es temor lo que veo en su mirada, sino más bien ansiedad.
No ha habido una sola palabra entre nosotros, en el último tramo del trayecto hacia este hotel por horas.
Todo salió a pedir de boca. Encontré el lugar, y una habitación con cochera. La habitación es normalita. Paredes de espejo, luces tenues.
Y una gran cama redonda que sin duda no utilizaremos.
¿Por qué? Porque si alguna certeza tengo en este momento, tiene que ver con que no habrá aquí sexo tradicional. Vainilla, diría Grey. Nada de Vainilla... Me muero de ganas, pero no.
Porque tengo más ganas de explorar.
Un abanico de posibilidades se extiende frente a mí. Tengo a este hombre joven en mis manos. Está dispuesto a someterse a lo que yo disponga. No sabe exactamente qué sucederá, pero está preocupado porque no quiere sufrir.
Sin embargo lo va a hacer, sólo porque yo lo quiero así.
Me acerco hasta quedar a un paso de distancia.
—¿Cómo te sentís? —le pregunto en voz baja.
—Bien.
—Bien asustado —replico sonriendo, y él me corresponde. —No tengas miedo...
Baja la vista, a todas luces nervioso.
—Es que... no tengo muy claro qué es lo que va a pasar hoy...
Aprieto los labios para no sonreír ante su turbación, pero lo cierto es que lo estoy disfrutando al punto de sentirme excitada por eso.
—Hernán, hay formas de sufrir que no incluyen el dolor físico. Hoy vamos a experimentar con eso.
Me mira alzando las cejas.
—Experimentar...
—Así es. Y lo digo en el sentido de que vamos a probar como nos sentimos al hacerlo...
—¿Al hacer qué cosa? —pregunta de inmediato. Su tensión es evidente. Lo tengo en el punto que quería.
—Ya vas a ver —le digo mientras me alejo y me siento en un sillón a unos metros de él.
Él se mueve. Parece que tiene todas las intenciones de ocupar el otro sillón, pero lo detengo con un ademán.
—Estás bien dónde estás.
Se para en seco y traga saliva. Vuelve sobre sus pasos. Y para mi sorpresa, toma la palabra.
—¿Hace mucho que hacés... esto? —me pregunta.
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Séptimo Cielo
RomansAna tiene cuarenta y dos años, es divorciada y su hijo adolescente se encuentra en los Estados Unidos perfeccionando el inglés. Su rol de madre ha cambiado, el trabajo no le proporciona las mismas satisfacciones que antes... Hasta que llega Hernán G...