Ni bien llego al banco, en recepción me dicen que la Contadora Millán quiere verme en su despacho. Es la peor noticia que me pueden dar, sobre todo un lunes. ¿Qué carancho habrá pasado? Mi jefa, la coordinadora general, jamás me ha pedido que suba; siempre es ella la que baja.
Además, es el primer día luego de sus vacaciones. Muy, pero muy extraño. Subo como montada en un cohete, por supuesto, y entro a su despacho casi sin aliento.
—María... Elena...
Ella está sentada en su sillón, tras el enorme escritorio de caoba. Levanta la vista por encima de sus gafas de ver de cerca, y frunce el ceño.
—Ana Inés...
—¿Cómo... estás? —pregunto jadeante, recordando de pronto la más elemental de las reglas de cortesía.
Deja el bolígrafo sobre la mesa y me hace un gesto con la mano.
—Sentate, mi querida. Yo estoy bastante bien, dadas las circunstancias, pero vos... Te veo agitada.
Rápida como un rayo, tomo asiento.
—¿Cuáles circunstancias?—pregunto, confusa.
—Éstas...
Y para mi sorpresa, se echa para atrás y levanta su pierna izquierda, que luce una bota... ¡de yeso!
—¿Qué te pasó?
Suspira. Es una mujer algo mayor que yo, pero muy activa. Siempre nos llevamos muy bien, y la considero una excelente jefa, así que el pesar en mi rostro no es fingido.
—Me fracturé esquiando en Las Leñas el sábado. Una auténtica cagada, que por suerte fue al final de mis vacaciones, y no al comienzo —me explica.
—Lo siento mucho, María Elena.
Se encoje de hombros.
—Y yo... Pero esto no me va a impedir que venga a trabajar —me dice acomodándose. —Eso sí, acá "entre nos" te aconsejo que nunca salgas con un pibe más joven ¡siempre están en actividad! ¿Quién me mandó a mí ir a esquiar? ¡En mi puta vida esquié! Pero Fede insistió e insistió...
Me quedo de piedra. Primero porque no sabía que estaba saliendo con un hombre más joven. Y segundo porque por un momento pensé que sabía lo de Hernán.
Creo que me puse colorada y todo.
—No me mires así, Ana Inés. El espíritu es débil y la carne aún más —dice suspirando.
—No, si yo no...
—Está bien, sé que no me estás juzgando, pero igual quiero que consideres el hecho de que yo no tengo un pasatiempo fuera del banco y por eso hago estas locuras de cuando en cuando... Ojalá lo tuviera como lo tenés vos...
Hago una mueca.
—Lo mío es más que un pasatiempo —replico.
Ella asiente.
—Es cierto. Y siempre me pregunto cómo es que teniendo tanto éxito con los libros, aún seguís acá. ¿Por qué, Ana Inés? —me pregunta tan directa como siempre.
Carajo. No sé qué decirle porque esa es una pregunta que evito hacerme. Y como siempre que quiero improvisar, o inventar algo, termina aflorando mi inconsciente.
—Supongo que por miedo.
Vuelve a asentir.
—Eso pensé. Estabilidad, seguridad...
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Séptimo Cielo
RomanceAna tiene cuarenta y dos años, es divorciada y su hijo adolescente se encuentra en los Estados Unidos perfeccionando el inglés. Su rol de madre ha cambiado, el trabajo no le proporciona las mismas satisfacciones que antes... Hasta que llega Hernán G...