(Viene del capítulo anterior)
Sube las manos tal cual le indiqué, y yo bajo las mías y le acaricio el pene. Para mi sorpresa y a pesar de la bofetada que podría enfriar a cualquiera, permanece con una firme erección.
Evito tocarle el glande; solo rodeo la base con una mano, y luego con la otra y aprieto fuerte.
Hernán gime, pero estoy segura que no es de dolor.
—Ana... Por favor, Ana...
Me acerco a su oído y sin dejar de tocarlo, susurro en su oído:
—Te quiero con la boca cerrada, porque sino te la voy a tener que cerrar yo. Qué ganas de mordértela otra vez...
Su pene vibra en mi mano. Está tan excitado que puedo sentir el olor que despide el líquido seminal que asoma en el pequeño orificio.
Su cuerpo entero es como una brasa ardiente.
Los aromas son variados y exquisitos. A perfume, a menta, a hombre... Huele a juventud y belleza.
Me encanta como huele. Acerco mi rostro a su cuello y aspiro... Él relaja los brazos, y los baja lentamente.
No le digo nada. Era muy incómoda esa posición y creo que ya entendió que no debe tocarme sin permiso.
Estoy a mil. Si no pierdo la cabeza hoy, no la pierdo más... Mordisqueo su dulce cuello, sin ánimo de hacerle daño, mientras le acaricio todo lo que tiene entre las piernas sin pudor alguno.
Lo manoseo abiertamente y él jadea. Su pecho se expande, y se cubre de sudor. Mis labios descienden y lo recorren. Lamo, muerdo, beso... Y cuando siento que está a punto de eyacular le suelto el pene y él da un respingo.
Se queda como paralizado mientras yo le acaricio los brazos, las manos... Levanto la derecha y se la beso.
Paso la lengua por la yema de su índice y luego lo chupo. Continúo con el tatuaje étnico que adorna su muñeca, y luego lamo su palma. Le humedezco toda la superficie y antes de que pueda reaccionar lo obligo a ponerla sobre su pene.
—Hacete una paja para mí.
Gime con desesperación.
—Me vas a terminar matando —susurra, desobedeciendo mi orden de permanecer en silencio.
—Dale, tocate.
Me aparto y me siento a observar.
Hernán empuña su pene y lo mueve hacia arriba y hacia abajo con lentitud. Tiene los ojos entrecerrados y una vena en su cuello palpita con fuerza.
Está desnudo de las rodillas hacia arriba, completamente expuesto.
Detrás de él, el espejo me devuelve la imagen de unas nalgas perfectas.
Un culo redondo y firme, que hace que la humedad entre mis piernas aumente segundo a segundo.
La mano eleva su ritmo. Ahora no es lento y voluptuoso, sino rápido y desesperado.
Cierra los ojos y gime.
Es tan masculinamente hermoso que me hace estremecer. Sus inhibiciones desaparecen ante mis ojos, a medida que se masturba.
Cómo me gusta que haga lo que le digo... Disfruto intensamente de exponerlo, de tenerlo en vilo, de dominarlo.
Y de jugar con él.
—¿Qué estás haciendo, Hernán?
Abre los ojos sobresaltado. Su mano se detiene al instante.
ESTÁS LEYENDO
Séptimo Cielo
RomanceAna tiene cuarenta y dos años, es divorciada y su hijo adolescente se encuentra en los Estados Unidos perfeccionando el inglés. Su rol de madre ha cambiado, el trabajo no le proporciona las mismas satisfacciones que antes... Hasta que llega Hernán G...