No me trates así, por favor

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Tendida de espaldas en mi cama, repaso los acontecimientos de la noche anterior, como si no se tratase de mí, sino de otra persona.

Soy consciente de que tengo que levantarme e ir a trabajar, pero siento como si me hubiese pasado una locomotora por encima. Así de demoledora fue la experiencia de ayer.

Hernán azorado mirándome, sin poder creer que lo iba a dejar así otra vez.

Yo, comportándome como una perra despiadada, recuperando mi bombacha y metiéndome en el baño.

Y después el silencio.

No hablamos una sola palabra hasta que detuve el coche en Sarmiento y Veintiuno. Yo estaba de verdad extenuada, y él... No sé qué era lo que pasaba por su cabeza, pero seguro que nada bueno.

Lo peor de todo, es que no sé por qué hago lo que hago. Si me excité dominándolo y luego llegué al orgasmo tocándome, ¿por qué no permitirle a él lo mismo? ¿Por qué no tener sexo con él? ¿Por qué no cabalgarlo, obteniendo más placer y también permitiendo que Hernán lo obtenga?

Tal vez temo que si lo dejo acabar, pierda mi juguete. Tal vez ya lo he perdido.

Y eso no me agrada...

Tampoco me agradó su dura mirada cuando paré el coche.

—Excelente performance —le dije. El veneno que tenía adentro no se agotaba.

Me miró con furia apenas contenida.

—¿Lo hacés a propósito o no podés evitarlo, Ana?

Me mordí el labio porque sabía que tenía razón al estar así de indignado. Primero lo privé del orgasmo y luego lo traté como un gigoló.

—No sé qué...

—Nunca, ¿sabés? Nunca pensé que podía ser tan complicado... Pensé que las mordidas y golpes iban a ser lo más difícil de aguantar pero ahora veo que no...

—Hernán...

—¿Qué tengo que hacer para complacerte? Querías un esclavo, pero jamás imaginé que era para hacerlo sufrir, sino para que te hiciera cosas que te dieran placer.

—Y lo estás haciendo, ya te lo dije...

—¿Entonces por qué me tratás así?

—Para prolongar el placer. La privación del orgasmo es una de las...

—¡No me refiero a eso!

Me dejó con la boca abierta.

—¿No te molesta quedarte con las ganas? —le pregunté incrédula.

Negó con la cabeza.

—Ana, vos sabés que nada me gustaría más que cogerte. O que vos me cojas a mí... ¡lo que vos quieras! Pero no me jode tanto tener que correr a casa a hacerme una paja, como que me trates de esa forma tan... insultante.

—Yo no te dije nada que... —comencé a decir pero él me interrumpió.

—Es tu actitud. No tenés que decirme nada, pero cada vez que estamos juntos después me hacés sentir como si fuese un juguete sexual.

—Hernán...

—¡Y no termino de entender por qué querés lastimarme! No entiendo ni el dolor físico, ni esta tortura emocional que parece gustarte tanto. ¿Querés ejercer el poder? Te lo di. Te dije que podías pedirme lo que quisieras. Te dije que podías hacerme lo que quisieras... Lo que no me imaginé es que querías hacerme sufrir poniéndome al nivel de un objeto—me dijo de un tirón con los ojos brillantes.

Séptimo CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora