CAPÍTULO 24

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Sentí una ráfaga de viento frígida produciendo un escalofrío que hizo que todo mi sistema se contrajera un poco debido al cambio de temperatura que se había ocasionado en mi cuerpo. En ese preciso instante, acababa de cerrar la fornida puerta de madera de pino de mi apartamento, y me encontraba en mitad del extenso pasillo a donde comunicaban todos los pisos de la cuarta planta de la residencia. Empecé a caminar en dirección al ascensor, pero cuando pasé por delante de la puerta de la vivienda de Miranda, me paré en seco debido a unos extraños sonidos por parte de mi amiga.

-¡Frederick!- escuché gritar a Miranda desde el otro lado de la puerta. -¿Frederick?- pregunté confundida para mí misma mientras no podía evitar soltar unas pequeñas risillas

-¡Me haces daño salvaje bicho!- volvió a gritar de nuevo- ¿Pero qué está pasando ahí dentro?- volví a cuestionarme totalmente desconcertada. Sin más preámbulo, me acerqué un poco más a la puerta, y toque tres veces sobre la misma con mis pequeños y delicados nudillos. A continuación, mi amiga –la cual se encontraba más descuidada de lo habitual- me abrió la puerta con una expresión de derrota en su rostro

-Miranda, ¿estás bien? te he oído gritar y...- empecé a preguntarle preocupada aunque no pude terminar antes de ser interrumpida por la misma voz la cual minutos antes se encontraba gritando intensa y desesperadamente al que intuyo es su mal mayor en estos momentos

-Es Frederick...- contestó resignada- ...es imposible- añadió apartándose unos mechones rebeldes de su cabello que se habían interpuesto en su rostro convirtiéndose en una molestia

-Perdona que me meta pero, ¿quién es Frederick?- cuestioné intrigada y con una jocosa sonrisa intentando asomarse de entre mis labios

-¡Ay es verdad, que no sabes quién es!- exclamó llevándose una mano a la frente y poniendo una expresión en su cara como si del descubrimiento de América se tratara- Entra pasa, te lo presentaré- añadió mientras me agarraba del antebrazo derecho y me introducía en el hall de su apartamento

-Miranda, es que tenía pensado ir a repartir estos folletos por la calle- contesté fastidiada a la vez que hacía una mueca para reflejar mis escasas ganas. Inmediatamente, Miranda me quito de las manos los folletos y empezó a ojearlos detenidamente. Cuando terminó, divisé una sonrisa intentando hacerse presente por la comisura derecha de sus labios - Así que Carolina Rodríguez intenta dar clases de matemáticas y español eh- dijo esta vez acompañada de algunas risas que le fue imposible de ocultar

-Lo cierto es que necesito dinero y esta ha sido la única posibilidad que se me ha ocurrido, ¿crees que está mal?- pregunté angustiada y preocupada por si había hecho bien

-¡Oh no tranquila, está muy bien! –exclamó emocionada mientras dejaba expulsar todo el aire que sin darme cuenta había retenido en mis pulmones- Simplemente, me ha hecho gracia- añadió encogiéndose de hombros- pero mira, vamos a hacer una cosa. Tú me ayudas con Frederick y yo te ayudo a repartir los folletos, ¿vale?- preguntó a la vez que me extendía la mano y la dejaba suspendida en el aire a la espera de mi respuesta

-Vale-respondí estrechando su mano no muy convencida de lo que iba a hacer. A continuación, Miranda volvió a agarrarme del mismo antebrazo y me condujo a otra estancia diferente al hall color beige rodeado de espacios sin amueblar –que era donde nos encontrábamos- a una sala grande del mismo color que la anterior en la cual encontrábamos dos grandes ventanales recubiertas por un ancho tablón de madera del mismo color que la sala, en donde en esa misma pared -prácticamente desnuda- se hallaba un sofá de dos plazas blanco con infinidad de cojines de diferentes gamas de colores el cual justo a un lado del mismo, se ubicaba un pequeño sillón sin respaldo forrado en cuero negro. Al otro extremo, pude localizar un misterioso mueble recubierto por una fina sábana de color verde militar y en el medio de estos tres elementos, divisé una pequeña mesita del mismo color beige que el salón y el hall. La verdad es que el empeño que había dedicado Miranda en esta sala era evidente debido a todos los pequeños detalles que la complementaban, pero no pude indagar más en ellos porque mi vista se topó con la misma caja que ayer traía Peter en sus manos, la cual ahora estaba a un lado del sillón de cuero negro. Intenté apartar la mirada de ella, pero me era imposible, la curiosidad era una fuerza mayor a la que me hacía resistir a acercarme y abrirla.

1.721Donde viven las historias. Descúbrelo ahora