Capítulo 17

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Irene se ha quedado dormida. Han sido tantas emociones de golpe que ha acabado agotada. Normalmente ahora estaría con Pablo y Ali dando una vuelta con la bici, pero no sabe qué les pasa. Alicia lleva unos días muy raros. Está como diferente. Misteriosa. Y Pablo no le ha mandado ningún mensaje en todo el día, ni ayer por la noche tampoco. Es como si ya no le importase. En cuanto barajó esta posibilidad se le hizo un nudo en la garganta y empezó a llorar como una niña pequeña. ¿Qué ha pasado entre ellos dos? La chica ha dudado más de una vez en mandarle un WhatsApp. Cogía el móvil, abría el chat de su amigo y lo cerraba. Lo volvía a abrir, escribía un "Hola" y lo borraba. Hasta lanzó el teléfono contra la pared en una ocasión a la vez que gritaba de rabia. Esto último hizo que se alarmase durante varios minutos ya que el aparato no se encendía. Pero por suerte todo se quedó en un susto y tras desmontar el móvil y ponerlo todo otra vez en su sitio funcionó a la perfección. Se estaba volviendo loca. ¿Por qué no era capaz de decirle nada? Que injusto. Ahora que por fin descubre sus sentimientos hacia Pablo no es capaz de hablar con él.

De pronto una música conocida le despierta. Se levanta perezosa, se frota los ojos y responde:

– ¿Si?

–Irene, soy yo, Ali.

– ¿Qué pasa Alicia? –sorbe por la nariz.

– ¿Estás bien? –pregunta preocupada.

–Sí. Bueno, no. No dejo de pensar en él. Nunca antes me había rayado tanto por un tío.

–Es normal. Nunca antes te habías enamorado.

–Ya, puede ser... ¿Qué querías?

–Ah, sí. Esta noche necesito que vengas al parque.

– ¿Esta noche?

–Sí, sobre las diez. Te va bien, ¿no?

–Sí, claro. ¿Pero qué pasa? ¿Es importante?

–Sí, pero no te preocupes. Esta noche te cuento. Descansa.

–Me acabo de despertar, bueno, me acabas de despertar, no creo que pueda dormir más.

–Bueno, pues relájate. Un beso guapísima.

–Un beso, luego nos vemos.

La chica cuelga el teléfono y se deja caer en la cama. ¿Qué querrá Ali? Está muy misteriosa. "Ésta esconde algo, seguro". Irene se incorpora y se sienta frente al escritorio. Enciende el ordenador, entra en la carpeta de música y pone el modo reproducción aleatoria. Se levanta y hace espacio en el centro del cuarto. Antes le relajaba bailar. Se inventaba sus propias coreografías y convencía a sus primas pequeñas para bailarlas con ella. La música comienza a sonar e Irene se prepara. En cuanto distingue los primeros acordes se deja caer al suelo, como si las fuerzas le hubiesen abandonado. No puede ser. Lo que faltaba.

...y que me muero por verte y por darte mi vida,

venderte mi alma, quedarme a tu lado

aunque no me haga falta,

sentir que este invierno se acaba.

– ¡Esto ya es cachondeo! –grita.

Cruza las piernas y agacha la cabeza. Lo último que necesita ahora son canciones de amor. La voz de Amaia Montero resuena en la habitación. Se acerca al ordenador y lo apaga. Vuelve a sentarse en el suelo. Estira las piernas y practica unos cuantos ejercicios de relajación. Cuando termina de correr o antes de hacer algún examen importante le vienen bien. Igual hay suerte y le ayudan a olvidarse un rato del mundo. Bueno, de Pablo (que en las últimas horas se ha convertido en su mundo). Mira el reloj. Las siete y cuarto. Respira hondo. No va a poder aguantar hasta las diez.

Dos amores de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora