Capítulo 4

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Unas caricias en el pelo y el roce de unos labios en su mejilla la hacen despertar. Poco a poco abre los ojos. ¿Quién es esa mancha borrosa que tiene en frente? La vista se le va acostumbrando a la luz del medio día de junio y tras un segundo de confusión reconoce a Marcos sentado a los pies del sofá.

–Buenos días –dice desperezándose.

–Buenos días.

– ¿Cuánto rato llevas despierto?

–Nada, media hora –miente.

Marcos se despertó con la luz del alba entrando por la ventana del salón. Eran las seis menos diez de la mañana y una brisa fresca penetraba en la habitación. Miró a Sara. Qué guapa. Es una chica un tanto especial. No es como las demás que ha conocido. Ella es dulce, se le nota en la forma de hablar, en sus gestos, en su mirada. A ratos parece inocente, una niña a la que se le puede engañar con facilidad. Pero no es así. Es lista, muy lista. Cualquier chica le hubiera mandando a la mierda desde el primer momento, pero a ella parece que le hace gracia su desparpajo, su forma de ser, su sonrisa pícara... Su sonrisa. Cada vez que le echa una de esas sonrisas Sara se vuelve tímida, baja la mirada y unas leves manchas rojas aparecen sobre sus pómulos. Le gusta. Le encanta.

La corriente de aire es cada vez más fría y se da cuenta de que Sara tiene la piel de gallina. En silencio se levanta del sofá y alcanza una manta. Con mucho cuidado se la coloca por encima y le da un suave beso en la frente.

Ha estado todas esas horas pensando en ella. En su tomatito. En esa chica que conoce desde hace tan solo dos días y por la que está empezando a sentir algo. No entiende cómo es posible, pero está pasando.

– ¿Qué hora es? –pregunta Sara aun desperezándose

–La una menos cuarto.

– ¿¡Qué!?

Sara se quita la manta que lleva encima y salta del sofá. Corre a la cocina a buscar su móvil esperando que Laura no se haya preocupado demasiado. ¡Mierda! Tiene 13 WhatsApp de su amiga en los que básicamente le recuerda la hora de salida y le avisa de que llegará quince minutos antes a su casa porque, seguramente, la encontrará dormida.

Eso es un problema. Laura es la única chica que conoce, bueno seguramente es la única chica que existe en el mundo, que siempre come a la una como tarde, y conociéndola, tendrá preparada la maleta desde el jueves por la noche. Antes de las dos menos cuarto la tendrá esperando en el portal. Y Marcos está en su casa...

– ¿Qué pasa? ¿Estás bien? –pregunta el chico preocupado entrando en la cocina.

–Sí, no es nada. Bueno en realidad sí. Es que... puff... ¿Cómo se supone que voy a...? No puedo porque... puff... es imposible... oggg...

Marcos le agarra de los brazos y la obliga a mirarle. Intenta tranquilizarla con la mirada.

– ¿Me quieres decir qué pasa? Tranquilízate. Sea lo que sea no será tan malo.

–Es que en menos de una hora estará mi amiga aquí para irnos de vacaciones a mi pueblo y no sé si estoy preparada.

– ¿Preparada para qué?

–Para hacer frente al pasado.

Marcos se queda un momento en silencio observándola. Está nerviosa. Se lo nota en los ojos. Esos ojos verdes no pueden engañarle. ¿A qué se referirá con hacer frente al pasado? ¿Cuál es el motivo por el que no quiere volver a Velc? Tiene miedo a preguntar. No sabe por qué. Llámalo corazonada, pero sabe que no le va a gustar la respuesta.

De todos modos, ella es su amiga y se merece a alguien con quien desahogarse.

–Mira, hacemos una cosa. Ponemos la mesa, preparo unos macarrones que te van a encantar y mientras nos los comemos me cuentas que te pasa, ¿vale?

Dos amores de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora