—Siempre está el clásico bosteza, estira y abraza. — señala Juan y conforme lo dice, hace la mímica del famoso movimiento.
—No. Dile un piropo guarro, a las mujeres les encantan. Te puedo escribir algunos. — me aconseja Esmith con una amplia sonrisa. Yo ruedo los ojos.
—Finge que te da un ataque y va a tener que darte respiración de boca a boca, entonces la besas. Te juro que me funcionó. — esta vez el comentario viene del profundo conocimiento de mujeres de Nono.
—Ni siquiera sé para qué les dije que iba a salir con ella. Son todos unos idiotas. — les digo, pero no estoy enojado. Solo quiero que se callen. Llevan por lo menos quince minutos queriéndome dar consejos muy absurdos.
—¿Ya sabe cómo te llamas? — pregunta Sus desde su cuarto.
—Ya. — le digo en voz alta.
—Entonces solo sé tú. Lo peor ya pasó. — pero me temo que no, lo peor no ha pasado. No sabe qué edad tengo y debo mantenerlo así durante el mayor tiempo posible.
Por fin se quedan callados. Aunque no sé cuanto tiempo va a durar esta tranquilidad.
Estamos los cuatro sentados en los sofás de Juan. En realidad no hacemos nada, nos hemos terminado las botanas que había en el centro y solo estamos regados al azar en los sillones.
—¿Y ya sabes qué harán o a dónde irán? — pregunta Sus desde su habitación.
Y podría mentirle, pero no tengo ni idea. Siempre es difícil saber qué hacer o a donde ir en una primera cita.—La verdad no. ¿Qué debe hacerse en una primera cita? Siempre he tenido problemas con eso. — le digo honestamente porque me vendría bien un consejo de Sus. O de cualquier chica, en realidad.
—No importa mucho. Es la primera cita, lo más importante es que platiquen. — y me deja igual que antes. No sé qué voy a hacer. De todas formas le digo.
—Gracias — sé que tiene buenas intenciones y se lo agradezco, pero en este momento necesito ideas concretas.
Creo que debería irme. Quizá le pregunte a Zita que deberíamos hacer en una primera cita. Me levanto y voy al baño. Cuando regreso, los encuentro a los tres de pie y poniéndose suéter porque afuera hace frío. En realidad estos días han estado bastante fríos.
—Hey, Elmo. Vamos por alitas. El otro día descubrí un lugar con alitas deliciosas aquí cerca. También tienen emparedados poco comunes. — Juan sabe que me encantan los emparedados, entre más raros mejor, y aunque la oferta es tentadora niego con la cabeza.
Nos tardamos mucho cuando vamos juntos a un restaurante. Creo que voy a pasar esta vez. — recibo un abucheo de parte mis tres amigos, incluso Sus se une desde su cuarto. Ruedo los ojos por novena o décima vez este día y tomo mi mochila. — alguna vez tenía que hacer algo sin ustedes. Nos vemos luego. — les digo y me dirijo hacia la puerta. Empiezan a insultarme en un estruendoso tumulto de palabras que no alcanzo a distinguir. Los ignoro y antes de salir, levanto la voz para hacerme oír entre sus gritos. — nos vemos, Sus. — si responde no alcanzo a oírla. Cierro la puerta tras de mi y voy a casa. Tengo tiempo de sobra.
Beep...
Beep...
—¿Si? — responde Zita antes del tercer timbre.
—Hola. Oye... — empiezo y espero respuesta.
—Hola, Elmo. ¿Qué pasó? — su voz siempre suena amable. O casi siempre.
—¿Qué hacen los de veintisiete años en una cita? — voy directo al grano. Aunque no es la mejor pregunta que he formulado en la vida.
—Eh... Lo mismo que los demás veinteañeros. — lo dice lento y con un toque de sarcasmo e incredulidad.
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De Zorros y Hurones
Teen Fiction"Tomo el celular para marcarle y siento que todos en el lugar me miran. Es de ese tipo de cosas que te dan vergüenza y sientes que todos te juzgan, como cuando traes un mal corte de cabello, pero la realidad es que a nadie le importa. También es d...