Capítulo XI: La catástrofe de los palillos redondos.

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Justo antes de salir corriendo a mi clase de actuación, le dejo a Carlos una nota en en el refrigerador.
El papel es sostenido por un imán de Mickey Mouse y reza: Te dejo la renta en la mesa del comedor.
Esta vez la estoy entregando a tiempo. Eso me hace sentir bien.

Cuando la clase termina busco a Alexanders para felicitarla por su interpretación de una líder de secta satanica. Ha resultado perturbadora verla hacer lo que hizo, así que prefiero ahorrarme detalles. La niña tiene talento.
La busco entre mis compañeros, pero ella ya no está en el salón.
Salgo del edificio y veo a todos lados, solo para darme cuenta que ha desaparecido. Tiene tendencia a hacer eso y comienzo a pensar que es una ninja.

Me quedo parado ahí un momento, decido ponerme el suéter que traigo en la mochila porque el viento corre helado y me arranca temblores involuntarios.
Le marco a Nono para ver si quiere hacer algo, pero tras ocho intentos, decido que, o no quiere responder o no puede. Quizá haya una chica de por medio.

Regreso a mi casa y me paso gran parte del día leyendo, viendo Netflix y atascándome de chatarra, hasta que suena mi celular.
Veo el nombre de la chica de cabello naranjizo en la pantalla y mi corazón sonríe.

—¿Bueno? — pregunto al responder.

—Hola. ¿Qué haces? —

—Veía una serie en Netflix. — digo.

—¿Quieres ir a cenar algo? — caigo en cuenta de la hora cuando dice cenar y no comer.

—Sí. ¿De qué tienes ganas? —

—¿Te gusta el sushi? — me pregunta y le respondo afirmativamente, aunque la verdad es que no tengo hambre. Si he aceptado es porque quiero verla.
Quedamos de vernos en un sushi adentro de una plaza.

Aparto una mesa cuando llego al lugar, pero los meseros y otros clientes me ven feo porque espero mucho tiempo sentado, insistiendo en que alguien más va a llegar.
Después de poco más de media hora de espera, Cara me manda un mensaje diciendo que ya viene.
Quince minutos después me dice que está a tres calles y llega quince minutos después de ese mensaje.
Aquello no me molesta, puedo presumir que soy muy paciente y no tengo inconveniente con esperar.

Llega de forma apresurada y repentina. Casi se tropieza con la mesa de al lado.

—Perdón, perdón, perdón. — me dice con ojos de cachorro triste y yo sonrío.

—No pasa nada. En serio. — le respondo y me doy cuenta que me encanta su expresión. Es quizá una de las cosas que más me gusta en el mundo, pero solo la he visto una vez, así que no podría afirmarlo completamente.

—¿Ya pediste? — me pregunta después de sentarse y dejar su abrigo en un pequeño perchero.

—Ya. Me comí dos rollos de sushi, un sashimi y tres kushiages. No te guardé nada. — le digo sonriendo, luego me río. — no, no he pedido. Te estaba esperando. Y solo por torturarme te va a tocar invitar. —

—Vale. — dice fingiendo enfado.

Un mesero se acerca y nos deja un par de menús después de darnos la bienvenida.
Ella lo hojea despacio y noto que se muerde las uñas de la mano derecha.
Veo rápidamente la sección de rollos y observo principalmente las fotos. Termino eligiendo uno que lleva mango por fuera y ella se decide por un yakimeshi y un rollo con salmón. Los dos pedimos limonada.

El mesero nos toma la orden y se va con una sonrisa.
Cara me ve y le dedico una sonrisa aún más grande que la del mesero.

—¿Qué tal te fue con tu familia? — me pregunta.

De Zorros y HuronesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora